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UNIDAD, UNA UTOPÍA


VOXPRESS.CL.- La política, por provenir de filósofos griegos del siglo VIII, no es, precisamente, lo que el mundo, y por tanto Chile, conocen por estos días. Aquellos pensadores, con sus reflexiones y escritos dictaron las bases de una genuina organización de un Estado, y jamás soñaron remitirla a lo que, como tal, se entiende en el planeta contemporáneo.


La política es un conjunto de conceptos que involucran a la sociedad toda y no, como mal se interpreta en Chile y en muchos otros países del orbe, como el simple quehacer de quienes se dedican a ella.


El término política se refiere al gobierno de los Estados, y ello incluye espontáneamente a quienes rigen, o aspiran a hacerlo, los asuntos públicos, y a los ciudadano cuando intervienen en los asuntos públicos con su participación, opinión o con su voto, tofo a través de un buen modo de comportamiento.


Nos hemos remitido a definiciones universales de política, sin echar mano al concepto de ciencia que le atribuyen los estudiosos del tema. Así y todo, por sencilla que parezca, la expresión no calza con lo que se entiende como tal por estos días.


El electrizante ambiente de confrontación que se vive casi en el mundo entero, retrata que la política, en su esencia, hace tiempo que fue superada por los vicios, hasta los más bajos, del ser humano. Más que una utopía, parece un absurdo, que se continúe creyendo, ingenuamente, en que las fricciones, rupturas, odiosidades y crispación se pueden superar con un buen diálogo, como si se tratase de algo tan simple como planificar un viaje sorbiendo un buen café. Entiéndase de una vez que en Chile fracasó la “política de los acuerdos”, al igual como ha ocurrido en innumerables democracias, con más o menos bemoles, en el resto del mundo.


La genuina política construida por todos para gestionar un buen Gobierno, no existe en Chile, Brasil. Perú y Bolivia, por citar al vecindario, y tampoco es divisable en Francia, España e Italia, todas naciones que se vanaglorian de sus ancestrales democracias.


En gran parte del mundo, y por tanto en nuestro país, no se percibe ni remota la posibilidad de hacer las paces y de algún tipo de avenimientos entre adversarios tan definidos como tales, y en un marco de degeneración social incontrolable. Este panorama agudiza las dudas sobre la ingenua propuesta de Gobierno del precandidato independiente Joaquín Lavín y de su puñado de asesores, entre ellos, quien, a dedo, le heredó la alcaldía de Las Condes, Francisco de la Maza, quien aseguró que el de su amigo “es el único proyecto que garantiza la unidad nacional”…


Es tan aguda la crisis de desencuentro y es tan nula la sintonía entre las partes,, que hay quienes pretenden redactar una ley para terminar con Carabineros y reemplazar a dicha institución por una “policía civil”, reclutada, nos imaginamos, de los cuadros subversivos que aspiran, desde 2018, a tomarse el poder por la fuerza.


En la medida en que se acerca la Convención Constitucional del 11 de abril, la ciudadanía es bombardeada por las ‘certezas’ de eventuales redactores de la Constitución que pretenden estipular extravagancias, exabruptos y utopías destinadas a demoler al país. La idea concebida del 2/3 está destinada, precisamente, a que el texto no se dispare hacia los extremos y que ningún grupo en particular pase la aplanadora, pero ello dependerá mucho del voto de quienes perdieron el control de todo.


Es fácil de advertirlo pero difícil de asumirlo, pero lo cierto es que Chile está convertido en una tierra de nadie, donde cualquiera hace lo que se le viene en gana, y el que se enoja, mata, incendia o saquea, y, peor todavía, hace rato que dejó de constituir una infracción violar las leyes.


Por delante de las narices de los responsables de mantener el orden del Estado –como decían los griegos- desfilan desafiantes inmigrantes delincuentes, narcotraficantes, terroristas rurales, extremistas urbanos y precoces ladrones de autos, todo ello por su falta de coraje para impedir el desplome de una sociedad que se desintegra sin que nadie haga algo.


En política, los discursos, anuncios y promesas tienen un valor muy reducido, casi imperceptible. Lo que se valora es la capacidad de organización y las acciones concretas de todos los componentes de la comunidad, desde quien detenta la jefatura de Estado hasta el ciudadano más modesto. Las administraciones de turno, incluso las más siniestras como la del ex KGB Vladimir Putin en Rusia, se enfrentan a enormes dificultades para neutralizar y controlar las protestas masivas, algunas, las menos, con justas motivaciones.


Desde esta perspectiva, lo que se ventila hoy no es política como etimológicamente se entiende, sino más bien tipos de anarquías motivadas, casi todas, por los fracasos de diálogos sin interlocutores –como los de Piñera-, porque la ‘clase política’ y su rebaño no están dispuestos a negociar con alguien que piense distinto.


En el caso específico de Chile, origina lástima cuando alguna autoridad, del pelaje que sea, hace llamados y más llamados a quienes no los escuchan, porque no quieren escucharlos. Resulta hasta ridículo invocar a la urgencia y necesidad de un gran acuerdo nacional, sabiéndolo imposible.


Al menos en este país, es factible que este fenómeno mundial se hubiese amortiguado si desde un comienzo, la autoridad, respaldada total y plenamente por la Constitución traicionada, hubiese impuesto la autoridad propia e inherente al Ejecutivo. Con pavor es imposible dirigir a un país, menos, proteger a una mayoritaria población mayoritaria marginada de toda odiosidad ideológica


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