top of page

UNA MANO A LA MAFIA


VOXPRESS.CL.- La institucionalización del respeto y el buen recaudo a la vida de las personas fue un acuerdo universal -entiéndase bien, universal-, asumido por la entonces naciente ONU, para evitar la repetición de episodios de gran atrocidad y brutalidad vividos no sólo en los campos de batalla de la Segunda Guerra, sino, casi en particular, en los centros forzados de detención de prisioneros, muchos de ellos civiles ajenos a la conflagración.



Impactados por testimonios y casos de incalificables abusos a la vida humana, los países del mundo acordaron establecer un protocolo de respeto a los derechos de las personas, en estos casos específicos, a los debidos procesos, a juicios legales y a la prohibición de sanciones que incumplan un mínimo trato humanitario.


Los países por entonces afiliados a esta unidad de naciones de la post guerra, quedaron confiados de que, con este código, se iban a respetar los derechos humano de cualquier ser planetario. Pero mucho más temprano que tarde, el mundo se percató de que lo resuelto y escrito no se estaba aplicando, ni se aplica, según el espíritu, llegándose al extremo, en un muy breve plazo, de su deformación total, acomodándose a los intereses ideológicos de los jerarcas de la izquierda.


El marxismo soviético, un presumido actor de la caída de Berlín, fue el primero en violar la carta sobre los derechos humanos, dominando por la fuerza a una porción de Europa, sometiéndola a un régimen de opresión y esclavitud. Su macabro líder Josef Stalin dejó morir de hambre a millones de ucranianos, al apropiarse de sus ricas cosechas.


Fue ése el punto de partida de la degeneración total de los derechos humanos, al punto de que, hoy, éstos solo valen para quienes profesan la fe socialista y son completamente ignorados para quienes no concuerdan con ella.


Desde esta perspectiva es lógico que en los regímenes socialistas no se respeten los derechos de los demás porque así lo concibieron, lo interpretaron y lo ordenaron sus “hermanos mayores” a partir de la revolución de octubre. Pasaron casi como curiosidad los fusilamientos sin juicio previo de quienes no coincidieron con Fidel Castro en Cuba; nadie, como siempre, “pudo hacer algo” para evitar las horribles masacres y prácticas del Khmer Rojo en Camboya; aún se escuchan las conmovedoras historias de quienes intentaron huir hacia la libertad y fueron acribillados en el muro de Berlín por órdenes del tirado comunista Helmut Hoenecker; persiste el silencio socialista por las “ejemplares lecciones” del norcoreano Kim Jong-Un de echar a un tío suyo a una jauría de perros salvajes y mandar a ajusticiar a dos funcionarios públicos por hacer mal su trabajo, y, más cercano aún, resulta asombrosa la total indiferencia de la propia ONU ante los 15 mil muertos en el paredón por Nicolás Maduro en Venezuela. Todos estos trágicos episodios dan cuenta de que la izquierda internacional, desde fines de los 40, tiene chipe libre en el planeta para pasar a llevar los derechos humanos de los demás, o sea, el “de los otros”, de quienes no piensan igual.


Este fenómeno, y cada día más expansivo, no está restringido a los socialismos totalitarios, sino -y esto es lo más grave- también se repite en las llamadas democráticas plenas y con sistemas de Gobierno abiertos y libertarios. En muchas de estas, el socialismo es minoría, pero, como en Chile, tiene más fuerza que todos por una razón irrebatible y dramáticamente irreversible: tras la Segunda Guerra, la izquierda tuvo la viveza y presteza para apoderarse absolutamente de todos los organismos internacionales. Desde ellos discurrió Tratados multilaterales, disfrazados de beneficios para la humanidad, los cuales, los cándidos regímenes libres corrieron presurosos a firmarlos, y hasta defenderlos.


Estados Unidos, China, Rusia e Israel no están suscritos al Tratado sobre Derechos Humanos. Luego de criticar por TV el manejo económico de Xi Ping, en Beijing, ‘desapareció’ por tres meses el fundador de Ali Babá, Jack Ma.


En términos bien simples, el mundo libre, en cuya fracción se halla Chile, es prisionero encadenado del socialismo, no por la fuerza, pero sí por la imposición de estos Acuerdos Internacionales, con sujeción a sanciones en casos de no ser respetados.

Todos los Gobiernos democráticos adscritos a estos Tratados amarradores, sufren de impotencia ante cualquier intento para que los derechos humanos también valgan “para los demás”, porque, automáticamente, les ponen el freno de que “ustedes lo firmaron”, y, ante ello, inacción y falta de respuesta.


Al haber sido concebidos por el socialismo, su aplicación siempre tiende a defender exclusivamente a los suyos. Es lo que pasa en Chile con el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), concebido únicamente para proteger los excesos de cualquier acción extremista de izquierda, defendiendo a sus autores y protagonistas.


En el marco de las desquiciadoras manifestaciones después del 18/O, un “fiscalizador” del INDH denunció, a gritos, que había sido herido en una pierna por una bala, ante lo cual los camarógrafos del periodismo comprometido corrieron a filmar imágenes del “atroz atentado”: resultó ser una mancha en el pantalón. La misma entidad está detrás del proyecto de la izquierda de indultar a los que incendiaron el Metro y quemaron centros de abastecimiento.


La conducta más reciente, y que carece de calificativo, la protagonizó el INDH con la presentación de un Recurso de Protección para “las víctimas” del allanamiento que hizo la PDI a un centro de acopio y producción de marihuana en Ercilla, conocido como Comunidad Temucuicui. Se sospecha que de su territorio son quienes han asesinado a dos agricultores a un cabo de Carabineros y en cuyo recinto cayó muerto baleado un inspector de Investigaciones.


Nunca, nadie, del INDH y ni siquiera del Gobierno, han dedicado siquiera una frase a los derechos humanos de esos muertos.

El silencio del INDH es explicable, porque esos caídos no son de los suyos, pero lo desconcertante y decepcionante es el mutismo del Gobierno, que si bien claudicó por su pánico a la izquierda, debería tener una mínima cuota de honor para, al menos, tratar de disimularlo. Tiempo atrás, el mismísimo Presidente citó al director del INDH a La Moneda para informarle, en detalles, sobre los juicios seguidos por el Gobierno…en contra de carabineros que “violaron” los derechos humanos de los vándalos extremistas.


No es improbable que dentro de poco, hasta no se pueda ni hablar en contra de la izquierda en Chile, porque se le estaría vulnerando sus derechos humanos, ésos que hace 70 años concibió a su pinta para manejarlos y aplicarlos a su pinta.



bottom of page