UNA CRISIS Y OTRA MÁS

VOXPRESS.CL.- Las antiguas generaciones, incluso aquéllas que rondan los 90 y los 80, no recuerdan un fin de año como el que se apresta a vivir la población dentro de horas. No se perciben, a largo plazo, recuerdos de un par de tradiciones tan plagadas de restricciones, limitaciones, temores, penas y anormalidad, como las que le pondrán un sello de tristeza a las de este 2020.
Esta sensación generalizada de abatimiento y resignación para el 24/25 y el 31/1, no es un patrón exclusivo de Chile, sino de gran parte del mundo, a excepción, como ya es habitual, de aquellas dictaduras en las cuales poco o nada se deja filtrar a través de sus fronteras.
El mal de muchos, empero, no constituye un justificativo, y ni siquiera un paliativo, para cualquier país que permanentemente ha transparentado su información acerca de los efectos de una peste que, se pensó, se elaboró y se mal manipuló para una guerra comercial entre dos y que terminó afectando a todo el mundo.
El virus chino, como correctamente se le denomina en Estados Unidos, golpeó a todos por igual, y han dependido de cada uno los mayores o menores niveles de perjuicios. Todas las economías del mundo tambalearon, y el mejor índice de ello es que los anuncios del descubrimiento de vacunas tuvieron como consecuencia inmediata la reacción al alza de todas las Bolsas.
No obstante, antes de la exportación de la peste por parte de la China comunista/capitalista, no todas las economías estaban en idéntica situación de estabilidad. Chile, en este aspecto, fue uno de los más golpeados, porque sus finanzas perdieron sustento, tras una subversión que le agregó más pimienta a su picante vaivén.
Todos los países, por igual, sufrieron el rigor de una epidemia implacable y devastadora, pero no todos -casi ninguno otro- venía experimentando, y sufriendo, los coletazos de un Golpe destinado al derrocamiento del Presidente. Así como, hasta hace poco, Chile fue admirado por su equilibrio institucional y económico, desde octubre del 2019 y hasta la fecha, es observado con recelo por su inestabilidad completa, y no solamente en salud.
Los daños económicos harán vivir tristemente a millones de familias estas festividades de fin de año, y los más pensantes -que son los menos- meditarán acerca del informe de investigadores de la educación, que demuestran que, en el país, el nivel de aprendizaje global durante 2020, fue de un tercio del normal.
Este año terminó hipotecando las confianzas en las inmediatas y futuras generaciones, y ello, porque por composición humana y características emocionales, los chilenos carecen de aptitudes y de disciplina para ‘estudiar’ y, obviamente aprender, fuera de las aulas.
En el más delicado capital de un país, su educación, éste fue un año perdido, y, si se quiere algo más de generosidad, fue un año insuficiente e incompleto, imposible de ser subsanado el próximo, independiente de las medidas que se tomen, por magníficas que sean.
Para la salud en su conjunto, está resultando, también, un perjuicio irreparable. Ninguna catástrofe natural había dejado tanto fallecidos como esta peste y, aún más terrible es que quienes han logrado sortear el virus, han salido indemnes de él o se recuperaron tras sufrirlo, ya tienen secuelas emocionales y mentales con daños todavía invaluables. Los especialistas, partiendo por la propia OMS, han expresado en todos los tonos que las huellas que dejan los confinamientos, por un lado, y el pánico a la muerte, por otro, no son sanables con un par de cápsulas de medicamentos. Si a este negro panorama se le suma el costo de quienes, forzadamente, debieron dejar sus controles periódicos y, más grave todavía, quienes, por copamiento de los centros asistenciales, tuvieron que ser postergados en sus atenciones e intervenciones, algunas vitales, su existencia se transformó en un tormento.
En el marco de este escenario, con alguna similitud en gran parte del mundo, Chile fue, y es, una excepción: a todos estos factores adversos más o menos generales, le agrega otro igualmente sensible, que es su crisis política. El país vive en inestabilidad institucional y con su democracia amagada desde octubre del 2019, y hasta hoy no hay señales de que alguien, o algo, puedan poner fin a una incertidumbre total acerca de su presente y futuro.
Sería simple, fácil y diplomático atribuir este permanente temblor del Estado de Derecho a todos los políticos por igual. La excusa para referirse a esta situación es “falta de voluntad”, pero es un infantilismo aguardar un gesto de esta naturaleza a quienes sólo ambicionan recuperar el poder y cambiar el modelo para establecer en el país un régimen socialista y totalitario
Es de criterio básico no esperar de esta clase alguna conducta conducente a devolverle a Chile su equilibrio, pero sí era y es exigible una conducción firme y fiel a una Constitución a la cual juró, a quien fue electo por una gran mayoría que, en su momento, confiaba en que le defendería, sin transar, la bendición de vivir en democracia y gozando de libertades individuales.
Si los chilenos están terminando un año atiborrados de incertidumbre acerca de su futuro y se sienten cogobernados por quienes fueron sus decididos y amenazantes adversarios en las últimas elecciones presidenciales, es responsabilidad exclusiva de quien no ha tenido el coraje y el honor de defenderlos y ni siquiera de representarlos.