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TRES AÑOS DE MALA COSECHA


VOXPRESS.CL.- Hace poco, muy poco, Chile fue definido por el resto del mundo como “la joyita de Latinoamérica”, y su economía emergente le valió ser admitido en el selecto club de países de la OCDE, y fue invitado, incluso, a reuniones de los exclusivos G 20 y G 8. Casi en la práctica considerado primermundista, nuestro país fue la envidia del vecindario regional y con una clara admiración internacional. Y todo eso ocurría luego de los empeños de Michelle Bachelet por pasar la retroexcavadora que pudo llevar a la nación de regreso al tercermundismo de los tiempos de la Unidad Popular.

No obstante, en menos de 40 meses, y ante el estupor del resto del mundo, la ciudadanía eligió, a través de las urnas, el camino del retroceso que nos conducirá al tétrico círculo del socialismo. Para haber concretado una marcha atrás tan increíble, hay causas bien precisas, algunas globales y otras particulares, o sea, locales.


En términos generales, Chile no fue la excepción en los bruscos cambios generacionales experimentados en el mundo, con el surgimiento de una clase hostil a la sociedad que por siglos hemos conocido. Esta corriente humana, desafiante y negacionista, rehúsa aceptar toda existencia anterior a la suya y la imposición de su voluntad a cualquier precio, es lo único que vale.


Naturalmente, Chile no estuvo, ni está, al margen de este fenómeno mundial. Un ejemplo muy gráfico son las rebeliones de poblaciones anti-vacunas vividas por naciones europeas que eran verdaderas termas, como Alemania, Austria y Bélgica.

Existiendo en Chile un problema similar, pero sin enfrentamientos, con más de un millón de adolescentes y adultos jóvenes, acá el gran desencuentro con la institucionalidad se da por motivos políticos, por una pésima conducción presidencial y, fundamentalmente, por el no ejercicio de la autoridad.


Las grandes tragedias están marcadas por detalles, a veces imperceptibles, pero que con el paso del tiempo se hacen muy visibles. Para entender el fenómeno interno chileno, hay que remontarse a 2018, al primer año de este Gobierno, iniciado como de centroderecha, pero ya concluyendo como de izquierda. Remitiéndonos a las elecciones presidenciales de diciembre de 2017, en el país había surgido, y operaba, una masa de jóvenes rebeldes, disconformes con el mundo y ya con adoctrinamiento, calculada en un millón 300 mil, número proporcional a los votos obtenidos por la candidata del Frente Amplio: “esos son mis cabros”.


Si dicha cifra de “idealistas revolucionarios” se compara con la que días atrás votó por Gabriel Boric, el aumento de esta generación evolucionada, como se auto define, es abismante: se proyecta que llega a 3 millones, crecimiento que se produjo en sólo tres años.


Un dato decidor es que esta generación (no dorada), no tuvo actividad ni incidencia política sólo hasta 2019, cuando a su Excelencia se le ocurrió iniciar una cruzada personal en contra de Nicolás Maduro, en la errónea certeza de que con ello podría ganar el premio al demócrata del año. Junto a su colega colombiano -y nadie más de Sudamérica- llegaron hasta la frontera venezolana para pedir a gritos la renuncia del dictador comunista.


Ese mismo día selló su destino y el de su país.


Hizo arder al comunismo y a las aún nacientes fuerzas del Frente Amplio, que, de inmediato, enviaron diputados a Caracas para participar en la asamblea del Grupo de Puebla, donde se decidió el Golpe para derrocarlo. Previo a ello, agitadores y activistas cubanos y venezolanos ingresaron como inmigrantes ilegales para preparar y dirigir la subversión del 18/O. Las multitudes salieron a las calles con una rabia nunca antes vista, hasta que lograron la claudicación del Presidente, quien, a cambio de seguir en el cargo, transó la gobernabilidad, levantó los brazos y crucificó al país, al ceder a la izquierda la Constitución, con su posterior plebiscito y Convención.


Por miedo, fue absolutamente inactivo para extinguir la subversión, para combatir al aniquilador terrorismo urbano y, también por pánico, contribuyó al robustecimiento de la rebelión, cada vez más agresiva y dominante por haber despojado de todas sus atribuciones a Carabineros para su constitucional deber de mantener el orden público.


Comparativamente con la cifra de votación que tuvo el 19 de diciembre uno de los actores y referente del Golpe extremista, entre fines del 2019 y fines de 2021, aumentó de más de un millón a más de 3 millones el número de extremistas.


Este impresionante avance es consecuencia de que, pese a su destructividad y a su capacidad de daño y devastación, la autoridad presidencial -la única con mando- rehusó exterminarla en virtud de su pavor, de correr peligro, de empañar su imagen o herir su ego.


Primero él, después el interés de Chile.


Una cifra complementaria pero tremendamente reveladora para esta realidad, es la aportada por José Antonio Kast. En este mismo lapso, él nunca marcó más de 2 puntos en las encuestas sobre políticos destacados, donde se peleaban, con altos puntajes, el primer lugar “personajes” como Pamela Jiles, Izkia Siches, Daniel Jadue y Joaquín Lavín. Nunca estuvo allí Boric.


La explosiva irrupción de Kast se produjo tras oficializar su candidatura presidencial y fijar como ejes centrales de su eventual Gobierno la seguridad, la paz social y el orden público, y garantizar, además, que terminaría con el terrorismo en La Araucanía. Así fue como ganó la primera vuelta.


Quien en 2017 tuvo una votación de medio millón de sufragios, en esta oportunidad emparejó el resultado que coronó al actual Presidente en 2017. Toda una hazaña, estructurada sobre la base de lo que el hoy residente de La Moneda no se atrevió a hacer, y ello con los trágicos resultados conocidos.


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