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PERRO DEL HORTELANO


VOXPRESS.CL.- Casi anarquista, una especie de fotografía adulta de los jóvenes subversivos que quieren cambiarlo todo en Chile, podría definirse a Carlos Díaz Marchant, el presidente del -ahora llamado—Colegio de Profesoras y Profesores. A propia confesión, continuador de ‘la obra’ de su antecesor Mario Aguilar, vinculado íntimamente al Frente Amplio, el líder del gremio venció en las elecciones internas a una lista que él definió como de la Nueva Mayoría y a otra que agrupaba a sus colegas comunistas y socialistas.


Asegura que después de Aguilar y ahora con él, son respetados en el país como “los expertos en educación” y que, al fin, “el gremio no depende de los partidos políticos, como antes, sino nos manejamos con una democracia directa interna: todo lo consultamos a las bases”. Pese a lo que define como “nueva imagen”, el Colegio tiene más de $3 mil millones en deudas y con el pago de las cuotas mortuorias atrasadas en cuatro años.

El magisterio se halla en la cresta de la ola, luego de notificar al país, o sea al MINEDUC, y a los estudiantes secundarios y de básica, que “es absolutamente imposible que las clases presenciales vuelvan en marzo”, porque para ello, a juicio de Carlos Díaz, “todo el territorio tiene que estar en Fase 4”.


En rechazo a la idea del Gobierno de iniciar “cuanto antes” la enseñanza en vivo para apurar la normalidad y, fundamentalmente, para “recuperar el tiempo perdido”. La peste obligó a que el año escolar 2020 fuese a distancia, con las abismantes cojeras y falencias que ello implica.


Los propios profesores fueron los primeros en diagnosticar que el sistema no estaba, ni está, preparado para recurrir a las teleclases, y los apoderados no demoraron en poner el grito en el cielo, al constatar que sus hijos no aprendían, ni aprendieron, lo elemental. Tanto es así, que una mayoría de colegios notificó a sus matriculados que en este 2021 utilizarán los mismos textos que el año anterior.


La cantidad desproporcionada de puntajes nacionales en la debutante Prueba de Transición y el hecho de que se hayan relativizado las brechas entre privados y públicos, constituyen una deformación a causa de las anomalías del 2020. Ésa es la mejor respuesta al oscurantismo reinante el año pasado y del cual, los profesores son responsables directos: el gigantesco bajón en la adquisición de conocimientos, no fue culpa de los alumnos, y el no haber aprendido ni un tercio de la materia correspondiente al período, es atribuible a la displicencia y hasta mala fe de muchísimos afiliados al Colegio.


Para amortiguar la renuencia del magisterio a volver a las clases presenciales “por temor a contagiarse del virus”, la autoridad sanitaria adelantó para el 15 de febrero la campaña de inoculación a los docentes a nivel nacional. No obstante, Carlos Díaz respondió que “sólo lo haremos cuando Chile entero se halle en Fase 4”, lo que es todo un enigma, pues se cree que ello ni siquiera podrá ocurrir en junio.


Estos predicadores de la igualdad se sientan ella, conscientes de que los más perjudicados con la engañosa enseñanza virtual son los estudiantes más pobres por su escaso y nulo acceso a la tecnología: en los hogares pobres no hay computadores o, apenas, uno para varios requirentes simultáneos.


La educación pública en Chile ha ido, históricamente, en caída libre, dada la penetración ideológica en los pedagógicos y, luego, en el estudiantado. El 2020 puede considerarse el peor año de toda su existencia, con niveles inimaginables de deserción y de ignorancia de las materias correspondientes. Esto es, precisamente, lo que hace urgentísimo, al menos aproximarse a una normalidad, y ésta, sí o sí, parte con clases en las aulas en los respectivos establecimientos.


Escuelas, liceos y colegios se han dado el tiempo de adecuar y acondicionar las salas, los horarios y los ingresos para aminorar los riesgos de contagio. El sistema ha recogido las sugerencias de la OMS en cuanto a la urgencia de que los educandos vuelvan a sociabilizar y recuperar sus emociones con sus pares, ello a raíz del fuerte incremento de daños sicológicos en los menores por los largos confinamientos. Pero eso es secundario para los docentes de Chile, que siguen privilegiando su propia lucha política.


Incluso, Patricia Muñoz, la combativa e izquierdista Defensora de la Niñez, criticó al magisterio por su postura, argumentando que en beneficio de los menores estar en las aulas es una necesidad ineludible.


Su objetivo, el único, es la obstrucción política, en línea con el camino asumido por la izquierda en el Congreso Nacional. No se detienen un segundo a reparar en que su misión, si es que alguna vez la sintieron realmente, es educar, tal como ellos mismos se la atribuyen. Es patético presenciar como traicionan y abandonan a millones de niños y jóvenes que claman por no seguir viviendo la experiencia de las teleclases.


Parece irreal, pero lo es: los profesores se niegan a enseñar, echando mano a una excusa que los chilenos han ido desechando en la medida en que avanza a ritmo acelerado la vacunación masiva. El Colegio es la pata que falta de una mesa que ha preparado con imaginación un consumo educativo que no existió el 2020.


Al estilo de los mismos partidos de los cuales dicen haberse sacudido, exigen una mesa de trabajo, de incierta duración en caso de concretarse, para imponer su criterio ideológico por sobre sus naturales deberes profesionales.


Carlos Díaz y los afiliados a los que representa, son como el perro del hortelano: no comen ni dejan comer.


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