ODIO, ANTES QUE TODO

VOXPRESS.CL.- El odio es un sentimiento intenso de repulsa hacia alguien, que provoca el deseo de producirle un daño; también se define como una aversión violenta hacia otro que provoca rechazo.
Sólo así, por el odio, se puede llegar a entender, aunque en parte, que el Senado haya rechazado con votos de la oposición los tres capítulos de la acusación constitucional en contra del ex ministro del Interior, Víctor Pérez Varela, los mismos que, días antes, los aprobó la Cámara de Diputados.
Aunque la decisión final evitó su destitución y, con ello, la prohibición de ejercer cargos públicos por cinco años, el hecho de que Víctor Pérez haya salvado sin mayores angustias la segunda y definitiva valla, repugnante resultó la actitud arbitraria y malévola de los diputados en comparación a la de los senadores.
No es primera vez que se produce tan gigantesca diferencia de criterios para una acusación de esta naturaleza, y ella hay que buscarla en la composición humana/política de la Cámara, una trinchera de odiosos jóvenes en contra de todo lo que huela a derecha. Recientemente, han sido varios los ‘triunfos’ que diputados del frenteamplismo, comunistas y de una mayoría socialista se los han gritado en su cara, y burlonamente, a sus colegas oficialistas.
Días atrás, voceros del Partido Liberal, miembro del Frente, hicieron públicas sus inquietudes por “el viraje hacia la izquierda del Frente Amplio”. Ello es, casi, como descubrir la pólvora: este conglomerado se formó con contingentes que, por naturaleza, fueron o debieron pertenecer a las JJ.CC., con movimientos incipientes de extrema izquierda y con un buen aporte de anarquistas. Nadie, pues, puede extrañarse de que este colectivo partidario de la desobediencia civil e impulsor de la subversión popular, se esté extremando, porque desde su origen ha sido extremista.
Entre los argumentos acusatorios que hizo prevalecer la mayoría izquierdista en la Cámara estuvo el “tratamiento con guante blanco” que el ex ministro le habría dado al paro de los camioneros. Estos, durante el Gobierno socialista de Bachelet, no sólo alteraron el tránsito, sino llegaron a Santiago con sus camiones quemados para pasearlos frente a La Moneda y por la Alameda; el entonces ministro del Interior, Jorge Burgos (DC) los recibió en palacio y conoció una fuerte carta de protesta que le entregaron. A nadie se le ocurrió acusarlo constitucionalmente por su “debilidad”.
La bancada extremista de la Cámara demuestra, y hace pública, una especial odiosidad hacia Carabineros, institución a la cual públicamente trata de “represora”, “asesina” y “torturadora”. A ello agregó el componente UDI -militancia de Pérez-, pues para la izquierda, dicho partido “es hijo de la dictadura” y por consecuencia, sus adherentes son “cómplices”.
Esta infinita capacidad de odio de bancadas de diputados no se encuentra en el Senado. Teniendo éste mayoría opositora, permanecen destellos de racionalidad, y, a excepción de algunos revanchistas, como Elizalde, Allende, Letelier, Latorre y Provoste, por lo general sus integrantes actúan con cierta prudencia y, al menos, apegados a normas medianamente legales.
El Senado rechazó la acusación, luego de que ninguno de los tres capítulos alcanzara los 22 votos mínimos necesarios. Parlamentarios de oposición, como Jaime Quintana (PPD), Felipe Harboe (PPD), Francisco Huenchumilla (DC) y Jorge Pizarro (DC), votaron en contra de los tres acápites del líbelo.
El primero, por “haber dejado de ejecutar las leyes en materias relativas al orden público”, fue rechazado por 22 votos en contra, 17 a favor y 3 abstenciones; el segundo, por “vulnerar el derecho de igualdad ante la ley” durante el paro de camioneros, en agosto y septiembre, fue denegado por 23 contra 15 y 4 abstenciones, y el tercero y último, por “no ejercer el control jerárquico”, que apuntó al caso del puente Pío Nono, perdió por 24 a 14 y 4 abstenciones.
Víctor Pérez salvó, así, sin manchas, una carrera legislativa que se inició en 1990 y que, a causa de la ley de limitaciones, debía culminar en marzo de 2022. Aceptó la cartera de Interior y renunciar al Congreso a solicitud de la presidenta UDI, quien le sugirió su nombre, sin alternativas, al Mandatario. Su nombramiento irritó a la izquierda, que lo liga a episodios del régimen militar, e ilusionó a la derecha, la que creyó ver en él un aporte que hiciera retomar el rumbo correcto del barco gubernamental, pero, condicionado por la única voz en palacio, se transformó en un pasajero más, sujeto a las órdenes superiores. La votación del Senado le despejó cualquier camino de índole público, y por habérsela jugado por el Rechazo y por su gran cercanía con Jacqueline Van Rysselberghe, ya se le considera uno de los nombres de la colectividad para integrar la lista de los candidatos a la convención constituyente.
Es muy difícil, casi imposible, que se produzca lo que algunos especulan en cuanto a que el Presidente le ofrecerá un cargo: no quedó uno solo de sus colaboradores en el nuevo equipo conformado por su sucesor Rodrigo Delgado. Además, de por medio hay un antecedente revelador: con el Mandatario no eran amigos, no lo fueron durante los 90 días que estuvieron al lado y no lo serán en el futuro.