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MUCHO MÁS QUE UNA DERROTA


VOXPRESS.CL.- ¿Qué viene ahora? El portazo que le dio en el rostro el Tribunal Constitucional (TC) al Presidente de la República, tiene consecuencias que van mucho más allá de una aplastante y grandísima derrota, la que, en lo personal, al Mandatario lo debe tener desecho.


Algún día iba a pagar el precio, ¡y qué precio!, por su tozudez perenne de no escuchar a nadie, de no querer ver la realidad y de confiar en su fallido olfato político. Ese momento, espantoso para su ego, se dio el martes 27 de abril, cuando por una paliza de 7 votos contra 3, el TC declaró admisible el proyecto de ley del tercer retiro aprobado por el Congreso Nacional, respecto al cual, él, desoyendo a algunos de sus ministros, lo vetó, enviando a dicha instancia un requerimiento de “inconstitucionalidad”.


El revés presidencial es ajeno a Chile Vamos, coalición que en todos los tonos le explicó que el país está lo suficientemente permeabilizado por un sentimiento de solidaridad social a raíz de la gigantesca crisis originada por la peste. Ese clima alcanzó también al TC, que, excepcionalmente, privilegia el sentir general: en un fallo anterior, referente a la inconstitucionalidad de la restricción vehicular, optó por aprobarla “sólo” por estar en riesgo la salud de la población, ello en virtud de los altos índices contaminantes. En esta ocasión, la decena de ministros constitucionalistas no estuvo ajeno a esta especial sensibilidad causada por los efectos del virus.


Oyéndose siempre a sí mismo, desconsideró la real magnitud de la emergencia socioeconómica y, en un error político gravísimo, ni siquiera tanteó el sentimiento de los miembros del TC, un conjunto de seres designados, por cuoteo, por los políticos.


Frente a la votación categóricamente adversa, se vio en la ineludible obligación de firmar el proyecto por él considerado inconstitucional y retirar desde el Congreso el suyo, enviado de urgencia y sí descrito –por él- como constitucional. Doble vergüenza: el de su autoría incluía el retiro con impuestos y devolución y el del Parlamento, sólo el retiro, sin gravámenes ni retornos posteriores por parte de los afiliados.


Todo el país, desde la víspera al primer retiro el año pasado, sabe que el Presidente es reacio a que se toquen los fondos de pensiones que manejan las AFP’s. Tiene un particular interés en que no se debiliten esos ahorros para que la rentabilidad de las inversiones que con ellos hacen las administradoras, no se vea perjudicada.


Ésa es la causa de su renuencia a los retiros, pero resulta que, tras su impotente oposición al primero de ellos, terminó enviando dos proyectos propios para sacar los dineros de los cotizantes, pasando el segundo pero fracasando el tercero, el que ni siquiera alcanzó a ser tramitado. Esta aparente contradicción sólo se explica por su personalismo: siempre debe ser lo suyo lo que prevalezca, atribuyéndose, así, un triunfo que robustece su ego.


Al fallarle esta maniobra de su segundo proyecto propio, se abren varias interrogantes en el escenario político, sea en lo inmediato o en lo por venir. Una de ellas tiene que ver con su incómoda postura frente a la coalición oficialista y la otra, con su desmedrada posición ante el Congreso, el cual, por estas horas, se congratula de haberle infligido una demoledora derrota.


Respecto a esto último, se equivoca quien reduce el tercer retiro sólo a un triunfo legislativo específico. Como tantas veces lo hemos dicho, ésta es una historia antigua, de años, que tiene como finalidad de la oposición demoler definitivamente el actual sistema de pensiones, y así lo ratifica su casi automática reacción en cuanto a que se vendrán un cuarto y un quinto. El vaciar las administradoras no tiene por objetivo beneficiar a quienes están cortos de plata por culpa de la crisis sanitaria. Estadísticamente, sólo un 40% de quienes sacan sus ahorros, los destinan a paliar sus quebrantos financieros, cifra que es algo más de un tercio de la población que requiere una ayuda inmediata y de emergencia.


El Presidente bien pudo evitarse este tremendo bochorno, con bofetada incluida del TC, de haber repartido un Bono Universal, el cual tanto se le sugirió. Por segunda vez confió en su mal olfato político, y si en la anterior se salvó por un empate, en ésta perdió por paliza.


Su decisión, una de las tantas erróneas que ha asumido, lo dejó pésimamente mal parado, porque, aunque maquillados, sus dos iniciativas fueron en dirección contraria a las administradoras y, también, en contra de sus propios intereses de sus inversiones vinculadas con ellas.


Luego del 18/O, y, específicamente, tras su claudicación del 15 de noviembre del 2019, el Presidente quedó nocaut y se inclinó mansamente ante un Parlamentarismo de facto, que es el que, a partir de esa fecha, pone las reglas y las condiciones en todos los proyectos de ley enviados por el Ejecutivo, situación que puso fin definitivamente a su cacareada política del diálogo y de los acuerdos. La fuerza del poder no le pertenece al Ejecutivo, sino al Legislativo opositor.


Si el Presidente fue noqueado el 15 de noviembre de 2019, el martes 27 de abril del 2021 fue sacado del ring. Cualquier intento suyo en cualquiera materia, será visado, rechazo o alterado a su pinta por la mayoría izquierdista del Congreso.


Esta situación, inédita en el país en casi un siglo, le abre un enorme desafío a la coalición de Chile Vamos, la víctima política principal del egocentrismo presidencial, porque se deberá enfrentar a varios desafíos. El primero de ellos será ponerse al día con los electores del sector, quienes, por las malas decisiones presidenciales, se han distanciado del oficialismo. Enseguida, y ya con el Mandatario fuera del ring, serán los parlamentarios gubernamentales quienes tengan que cogobernar con sus pares opositores: en La Moneda se acabaron los interlocutores válidos, porque simplemente fueron deslegitimados por el TC.


Es durísimo lo que se les viene, pero tendrán que asumirlo e intentar la epopeya de conquistar la mayoría en el Congreso, porque ya está definitivamente demostrado que es igual a cero acceder al poder Ejecutivo sin tener mayoría favorables en el Parlamento.


Es tan descomunal el nuevo escenario político, que hasta puede ser el paso crucial, aprovechando la nueva Constitución, para que se ponga punto final a una historia tan rica como valiosa: la del genuino régimen presidencialista.

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