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LA FUERZA DEL DESTINO


VOXPRESS.CL.- Aunque desde hace mucho se considera un fenómeno enraizado en el conjunto de la sociedad, es en el ámbito de la ideologización política donde la hipocresía se ha convertido, más que en un mal hábito, en una patología crónica.


A un hipócrita se le identifica por su ausencia de sinceridad, y ejemplo de ello son las personas que fingen. El origen de la palabra proviene de hypo (máscara) y de crytes (respuesta).


Llevado al escenario local, la reacción del Gobierno y de la izquierda por el asesinato de un sargento de Carabineros en las cercanías de San Antonio, fue la más patética demostración de que el país se encuentra en manos de una pandilla de hipócritas. Desde que asumieron el poder, nunca habían dejado tan en evidencia su infinito fingimiento de adorar lo que desprecian y de homenajear lo que escupieron.


Es de ciegos suponer, siquiera, que esta conducta gubernamental se trata de un fuerte giro presidencial. Junto a este repentino afecto por Carabineros, también anunció que, “como perro”, perseguiría a los inmigrantes ilegales y a todos los delincuentes. Ello no ha ocurrido, ni ocurrirá –como se advirtió con el ‘dejar hacer’ del martes 18-, dado que en su agenda de campaña, el pacto oficialista prometió “compensar” a “las víctimas” de la policía uniformada y consagrar a fuego los derechos humanos de los inmigrantes, por maleantes que fuesen.


La felizmente olvidada ex ministra del Interior se burló de una de las expulsiones de ilegales durante el Gobierno anterior --la que nunca existió--, aclarando que “nosotros vamos a terminar con esta práctica”. La entonces izquierda parlamentaria opositora rechazó la repatriación de antisociales extranjeros, recurriendo incluso a la Justicia para impedirlas.


Este escandaloso doble estándar es el que instó al General Director de Carabineros, Ricardo Yáñez, a clamar por respaldo a las autoridades, con palabras colmadas de desamparo y de sentido de abandono: “¿dónde están los 540 delincuentes que hemos detenido durante este año?” se preguntó. Su emocionante actitud es fiel reflejo del estado de ánimo de una institución maldecida por la ultra izquierda y por la extinta Convención y hoy lisonjeada oportunistamente para aparecer grata ante una ciudadanía que la repudia. El Gobierno acaba de romper todos los record de impopularidad, al llegar, en sólo seis meses, a un 65% de reprobación, y ello, precisamente, por no garantizarle un mínimo de seguridad a nadie.


Hasta hace un año, quienes hoy dicen gobernar exigían desarmar a Carabineros, prohibirle que se acercara a los ‘luchadores sociales’, impedirle el uso, incluso, de balines de goma, y llevaban a juicio a los funcionarios que durante meses mantuvieron solitariamente el Estado de Derecho.


Sus prácticas de tiro en polígonos institucionales fueron reducidas a dos horas semestrales…

Tras la revuelta del 18/O, Carabineros no sólo fue sometido a un desgaste laboral extenuante, con heridos –como el de la foto, que perdió ambos ojos-- y quemados, sino tuvo jornadas casi heroicas para evitar el derrocamiento del anterior Presidente, y ello con prohibición de usar sus armas de servicio.


Para mayor desmoralización de sus cuadros, la Convención constitucional, manejada por el PC hoy dominante en el poder, planteó su exterminio, reemplazando a Carabineros por una policía civil sin armas, al estilo de las que operan en las dictaduras socialistas, por ser éstas el programado destino para Chile, felizmente abortado por una abrumadora mayoría el 4 de septiembre.


Junto con la instalación de lo que ya se considera el peor Gobierno de la historia, aumentaron la criminalidad, el terrorismo rural, las encerronas y los motochorros, y hasta el robo de reducciones (cátodos) de cobre desde trenes se hizo familiar.


Como una mueca tragicómica del destino, La Moneda, ayer insultante y odiosa con los carabineros, ha debido recurrir a ellos en un manotazo de ahogado, encontrándose con que su operatividad es muy frágil, precisamente por las restricciones que se les impusieron para que los golpistas del 18/O tuviesen luz verde.


Hoy, como nunca, hay que recordar que uno de los opositores de ayer y actualmente en el Gobierno, propuso que la partida presupuestaria anual para Carabineros fuese de cero pesos.


En su momento, la hoy bancada oficialista discurrió una ley para hacer menos eficaz la autoridad policial y estableció la “proporcionalidad” en el uso de la “fuerza”, con la finalidad de que los uniformados no utilizasen siquiera balines de goma. En cambio, las turbas sí pueden portar botellas incendiarias, fierros, piedras, cuchillos, ácidos, fuegos artificiales y hasta pistolas, como ocurrió en Lo Hermida.


Histérico, en medio de un consejo ampliado de gabinete en Cerro Castillo, el Presidente envió a tres ministros urgentemente a Santiago porque un carabinero disparó a “pacíficos manifestantes”. Pidió las penas del infierno para “el agresor”, pero a las horas, un video demostró que el funcionario, a cargo de dirigir el tránsito, gatilló su arma hacia el piso para intimidar a 20 “luchadores sociales” que lo atacaron en Alameda con Diagonal Paraguay.


Las consecuencias de estos niveles inéditos de inhibición a los únicos encargados por la Constitución de hacer respetar el orden público, están hoy a la vista: los funcionarios policiales no responden al instante a los llamados de auxilio de la población, porque, dada sus restricciones, eluden ser carne de gallina. A ello se agrega el alto número de deserciones del personal por el maltrato del poder político y por las condicionantes a sus operaciones.


El Presidente anterior fue obligado a salir del velatorio de un suboficial asesinado en La Araucanía a petición de la familia del extinto, ello por su obsecuencia con las imposiciones de la entonces izquierda opositora para coartar a Carabineros.

Días atrás, el padre del sargento asesinado en San Antonio pidió que ninguna autoridad se hiciese presente en el funeral de su hijo.


Ésas, y muy entendibles, son reacciones de quienes experimentan el abandono en que se halla Carabineros para enfrentar, con la superioridad que se le supone a una autoridad, a los cada vez más irascibles y destructivos “luchadores sociales”. Entregado a su suerte y con enemigos históricos al interior del Gobierno, resulta obvio que a sus funcionarios se les haya perdido el respeto, y ahora cualquiera los encara, los desafía, los agrede y hasta los mata.


Tanto o más que por su propia y cotidiana inseguridad, la población se encuentra indignada por esta vergonzosa hipocresía gubernamental. El Presidente, sus ministros, subsecretarios y parlamentarios jamás, en el peor de sus sueños imaginaron que iría a llegar el día en que se verían forzados a solidarizar con una institución a la que sus corazones maldicen, odian y basurean. El destino les hizo vivir esta experiencia tan amarga como desconcertante.


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