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LA CASA NO ES DE TODOS


VOXPRESS.CL.- Michelle Bachelet era, entonces, una delgaducha y anteojuda alumna de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, y parte de sus horas los repartía entre clases en el campus Independencia y el pololeo con su compañero, Ennio Vivaldi, un penquista que llegó desde el sur en un jeep conquistador, toda una novedad para los jóvenes de esos tiempos. Ambos, militantes de las Juventudes Socialistas y activos participantes en las marchas de apoyo a un Allende al borde de ser sacado del poder.

El martes 11 de septiembre de 1973, ambos cruzaron la avenida y treparon hasta el techo de una fábrica ‘tomada’ como parte de los cordones en armas defensores del pueblo, desde donde presenciaron el bombardeo a La Moneda.

Dicha escena no sólo marcó el fin prematuro del pololeo, sino, también, la despedida del país de ella y su madre Ángela Jeria Gómez de Bachelet, pues ambas, a las pocas horas, en calidad de exiliadas, volaban rumbo a Alemania Comunista. En tanto, su padre Alberto Bachelet, general de la FACh, ya degradado, quedaba detenido por su rol a cargo de las tarjetas de racionamiento durante la Unidad Popular.

El primer y gran flujo de exiliados por voluntad propia, o por orden de las Fuerzas Armadas, tuvo como destino el Berlín amurallado, capital de una de las dictaduras más crueles de la Guerra Fría y parte de la gran Cortina de Hierro manejada por la Unión Soviética.

Hasta allí llegaron en busca de refugio muchos militantes comunistas y socialistas chilenos, en la certeza de que encontrarían una cálida acogida por parte del tirano Heinrich Honecker. Grande fue la sorpresa cuando comprobaron que el asilo que les otorgaba no era igualitario –gran golpe para el léxico marxista-, porque a los comunistas se les dio un trato de primera clase, mientras a los socialistas se les dejó a la deriva, y la mayoría de ellos tempranamente buscó otros rumbos en Europa y Latinoamérica. ¡Y eso que eran del partido del Presidente derrocado!...

La joven universitaria, pese a su condición de socialista, tuvo la misma privilegiada recepción exclusiva a comunistas gracias a la ideología materna, y accedió a estudiar Medicina.

Siendo Presidente de Chile, le confesó a enviados del canal alemán ZDF que “en Berlín hice varios cursos de medicina, pero nunca completos”.

Desde aquella experiencia de su exilio, Michelle Bachelet quedó con un sentimiento de gratitud hacia el comunismo. Si bien nunca ha renunciado a su condición de militante socialista, es la autora intelectual de la incorporación del PC a la (ex) Concertación (Nueva Mayoría) y fue quien convocó a millares de descolgados de las JJ.CC. a que se organizaran y aglutinaran (“mis chiquilles”) en torno a su segunda candidatura presidencial, alcanzándoles el entusiasmo para formar el Frente Amplio, hoy en La Moneda.

Afligida por las críticas, fastidiada por el trato que le dio Xi Jimping cuando le impidió comprobar en China las violaciones a los derechos humanos y consciente de la solicitud de 14 naciones a Antonio Guterres, secretario general de la ONU, para que no le ofreciese un segundo período como Alta Comisionada para los derechos humanos, tuvo que volver a Chile.

Discretamente aterrizó en Santiago y se ocupó del juicio para que su ex nuera abandonara su casa vecina, de propiedad de su hijo Sebastián Dávalos, en La Reina Alta, desalojo logrado con una orden de la Corte Suprema.

Sólo en ese momento tuvo tiempo para volver a los asuntos internos del país, y se pronunció acerca del nuevo proceso constituyente: “se habla de la Casa de Todos, pero ello es hasta por ahí no más, porque bajo un mismo techo viven personas que opinan totalmente distinto”. Incluso, notificó a su partido (PS) su disposición a ser candidata a consejera constituyente “siempre y cuando vaya una lista única”.

La suya fue una advertencia de lo que se vendrá, primero, en el trabajo de los expertos y, luego, tras la elección de los consejeros. En ambas instancias prevalecerá la polarización política, ante lo cual resulta muy incierto dar crédito a que el Acuerdo por Chile se cumplirá a rajatabla. Cuando éste terminó, sus firmantes aseguraron que “nadie se podrá salir de las bases”, esto es, ir más allá de lo escrito en el documento. Incluso, tanto en la Cámara como en el Senado se rechazaron todas las indicaciones propuestas para modificar las bases ya acordadas. Todavía más, hace semanas que está designado el Comité de Árbitros encargado de que nadie de los expertos y consejeros se salga del libreto.

No obstante, tal garantía parece tambalear con la postura ideológica de los expertos, que están equiparados entre los que votaron Rechazo y Apruebo al proyecto de la Convención totalitaria socialista.

Todo apunta a que el escenario que se viene a partir de marzo, con el trabajo de los expertos, y de mayo, con la incorporación de los consejeros de elección popular, la intocabilidad de las bases correrá peligro. Por algo, Bachelet -el más importante personaje de la izquierda por estos días- fue la elegida para que anticipara un comentario tan revelador: “hay pensamientos muy distintos”.

Su mensaje hay que considerarlo como el sentir oficial de la izquierda y, en particular, del Presidente, del Frente Amplio, del PC y del PS, éste muy empoderado y con la mayor influencia dentro de La Moneda.

El Comité Central del socialismo fue mucho más allá, al acordar “un proyecto político de largo plazo”, y no solamente electoral, y “con vocación de mayoría”. Hizo trizas la “segunda alma” del Gobierno y se unió a comunistas y frenteamplistas para asegurarse de una nueva Constitución extremista y trabajar en función de la continuidad de la izquierda dura en La Moneda más allá del 2025.

A la izquierda, las bases --límites, bordes, condicionantes, etc.-- del Acuerdo por Chile les resultan desventajosas para materializar una Constitución que la siguen queriendo igualita o muy parecida a la aprobada por la Convención y rechazada por 8 millones de compatriotas.

La reaparición en público de Bachelet no fue casualidad y, para decir lo que dijo, escogió un momento de doble repercusión: la partida del nuevo proceso constituyente y las cuentas, ya definitivas, que sacó el pacto de Gobierno, FA/PC, de que en la papeleta presidencial del 23 de noviembre de 2025 no habrá ninguno de sus filas, y ello, por razones más que obvias.

Bachelet (“la única capaz en Chile de unirlos a todos”, sentenció una diputada del PS) intentó una reforma constitucional estructural durante su segundo período y realizó una serie de consultorios vecinales sobre la materia, pero la iniciativa terminó fracasándole por la indiferencia ciudadana. Luego, en pleno frenesí posterior al Golpe del 18/O, se unió al Apruebo, se jugó por el proyecto totalitario constituyente y fue la única, de cierto nivel, que alertó a la izquierda cuando surgieron las censuras públicas por las chabacanerías de los convencionales. Participó en la franja televisiva de apoyo al Apruebo, pero su proyecto de retornar anticipadamente a cooperar en terreno en la campaña se le frustró, tras las demoledoras encuestas en favor del Rechazo.

El “no todos piensan igual en la Casa de Todos” fue su advertencia en cuanto a que la izquierda jugará, aparentemente, sus últimas cartas en pos de direccionar hacia una eventual nueva Carta Fundamental sus catastróficos contenidos ideológicos.

Su confianza, y la de sus camaradas, se deben a que Chile Vamos –Macaya, Chahuán y Hutt- no se levantó de la mesa cuando la izquierda le notificó que el ‘sistema político’ se tenía que mantener intacto al aprobado por la Convención y repudiado por la ciudadanía.


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