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INCERTIDUMBRE DIARIA


VOXPRESS.CL.- El artículo 318 del Código Penal establece que “quien pusiere en peligro la salud pública por infracción de las reglas higiénicas o de salubridad, debidamente publicadas por la autoridad, en tiempo de catástrofe, epidemia o contagio, será penado con presidio menor en su grado mínimo a medio o multa de seis a doscientas unidades tributarias mensuales”.

Este trocito de texto fue escrito, primero, para ser aplicado, y, luego, para ser cumplido, y efectivamente, por todos quienes infringen lo que ordena la ley en esta materia, y, ahora, en el caso particular del resistente virus chino.


Cuando, en el otoño de 2020, se dejó caer con fuerza el virus proveniente del gigante asiático, el país pasó a vivir un Estado de Excepción Constitucional, del cual todavía no sale, dados los perjuicios causados por la epidemia y, ahora, en el 2021 por las evidencias de un rebrote y de la aparición de nuevas cepas fresquitas, traídas desde Europa por viajeros.


En abril del 2020, cuando el MINSAL activó todas las alarmas respecto a lo que se venía, su entonces ministro, Jaime Mañalich, ordenó la urgente importación de respiradores artificiales, la implementación de camas UCI y realizó los primeros trámites para ubicar a Chile entre los pioneros en pos de una vacuna, ya sea produciéndola o importándola. Ya en esa fecha se advirtió que las precauciones sanitarias, con su infinito paquete de restricciones, no iban a ir, y no han ido, de la mano de las indispensables acciones preventivas y judiciales para garantizar la estabilidad de la salud de la población.


Desde la irrupción del virus chino hasta la fecha, ha prevalecido el uso, de parte de la autoridad, de un criterio erróneo y estéril: el de los llamados al autocuidado. Esta monserga es la que tiene a los habitantes del territorio sin fecha clara de salida del túnel y los sumen en una absoluta incertidumbre acaso al día siguiente amanecerán en cuarentena o con horarios de relativa normalidad.


Un hecho de característica jurídica/administrativa explica el por qué la población continúa viviendo en un suspenso diario respecto a los variables niveles de restricciones. Hace seis meses --sí, seis meses- en plena cuarentena, un vecino sorprendió al Secretario del Senador (ex Fiscal Regional Metropolitano), Raúl Guzmán, almorzando con dos amigos, estando ello totalmente prohibido. La denuncia de dicha irregularidad llegó, incluso, al Tribunal Constitucional (TC), el cual, recién ahora en enero, resolvió que no podía formalizarlo porque ya había pagado su pena, al cancelar $ 2 millones que, como multa, le impuso la respectiva Seremi de Salud.


Ésta, burocracia pura, es una de las causas principales de que el virus chino no dé tregua, y que sea la causal de su incremento. La mejor prueba de ello es que entre diciembre y enero 20/21 se ha detenido y multado a cinco veces más infractores que en el lapso entre abril y noviembre.

Esta abismante disparidad se debe, exclusivamente, a la ingenua creencia de las autoridades en cuanto a que el ciudadano chileno es respetuoso, criterioso e inteligente. Esta ilusa visión y, por lo mismo, la ausencia de una rigurosa y castigadora fiscalización pública, armaron la tormenta perfecta que hoy altera al país.


En este aspecto son totalmente ajenos el ministro de Salud, Enrique París, y la Subsecretaria Paula Daza, médicos ambos que se rigen y actúan de acuerdo a las curvas de ascensos y descensos de contagios, las que dependen de las restricciones a la movilidad, y éstas son responsabilidad única de la Subsecretaria de Prevención del Delito, Katherine Martorell. Por su cargo es ella la encargada de coordinar con las policías y con las Fuerzas Armadas los controles de desplazamientos y reuniones autorizados y, por consecuencia, de las sanciones a las respectivas infracciones.


Fue ella quien reconoció la existencia de “cuarentenas falsas” en alusión a los confinamientos poblacionales no respetados, como en Valparaíso, Puente Alto, Maipú y La Florida, y con un índice de sanciones bajísimo respecto al altísimo número de personas violando diariamente la prohibición de circular.


Recién en diciembre, en el octavo mes de epidemia, atinó a activar números de fono denuncias con la finalidad de que fuesen los propios vecinos, preocupados de su cuidado, quienes alerten sobre actividades clandestinas. El 80% de las violaciones masivas a las normas sanitarias se debe a residentes de los sectores alterados por la bulla y por la masividad de eventos clandestinos.


Resulta inexplicable que recién ahora las propias autoridades encargadas del tema lleguen a la conclusión de que hay un tipo de ciudadanos que no atienden a los llamados a auto cuidarse y que, peor aún, hacen trampas para pasarlo bien cuando una mayoría lo pasa mal, hospitalizada, muriéndose o confinada para no contagiarse.


Es imperdonable haber puesto al frente de un previsible y muy conocido conflicto de desobediencia civil a alguien que no sabía ni entendía cómo se comporta un gran porcentaje de chilenos frente a recomendaciones que van en beneficio de todos. En un mundo de presumidos winners, desde un principio se debió actuar con el rigor que ordena el Código Penal, imponiendo las sanciones por él establecidas. Se perdieron meses de llamados a quienes, por deformación y personalismo, no han estado nunca dispuestos a acatar, ni menos a escuchar.


Se creyó que la autoridad responsable cesaría en su cargo, cuando trascendió en La Moneda -en diciembre- que la abogada Martorell pasaría a ser candidata a convencional constituyente. Públicamente, el doctor París la despidió y agradeció sus servicios, a lo que ella reaccionó molesta, aclarando que aquello no pasaba por su mente y que estaría en el Gobierno “hasta el último día”. Nadie ha aclarado, hasta la fecha, quién y por qué traspasó esa información al ministro.


La ineptitud de la autoridad, por una parte, y la necedad de fracciones importantes de la población, por otra, materializaron la combinación perfecta para que mucho más temprano que tarde se llegase al escenario actual de vivir en la incertidumbre cotidiana en cuanto al retroceso o avance en las Fases, y con ello, perder mucha o algo de normalidad o ganar pasajeros espacios de una siempre añorada libertad individual.


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