UNA FECHA HISTÓRICA POR SU ILEGITIMIDAD

VOXPRESS.CL.- Llegó, al fin, el día tan soñado y acariciado por la izquierda chilena y por el socialismo internacional, con especial sabor para los totalitarismos de Venezuela y Cuba. Desde que retornó la democracia plena en 1990, se sucedieron los embates por reemplazar la “Constitución de la dictadura”, pero, curiosa y reveladoramente, los Gobiernos de la Concertación se sintieron a gusto con ella y con el modelo neoliberal de convivencia social contenido en sus páginas.
El 2005, el entonces Presidente Ricardo Lagos (PPD/PS) le hizo reformas profundas, quitándole todos los por él definidos como “enclaves autoritarios”. Jubiloso, proclamó que “al fin, tenemos una Constitución genuinamente democrática”.
No importándole que un correligionario suyo haya estampado su sello en la hoy existente Constitución del 2005, la socialista Michelle Bachelet fue la primera, quien, en su segundo período y en virtud de las condiciones impuestas por los futuros frenteamplistas y por los comunistas, se comprometió en su campaña a “modificar la del 80”, siendo que aquélla ya no existía. Elaboró un “Proceso Constituyente”, de alto costo y escasos resultados, que se trancó simultáneamente con los ingresos fiscales.
Nada hacía presagiar que iba a ser en un Gobierno de (centro) derecha que se concretaría el anhelo del socialismo: fue en las fatídicas noche y madrugada del 15 y 16 de noviembre de 2019 cuando un puñado de parlamentarios, con la venia de un Presidente supuestamente de derecha, fraguaron la materialización del viejo anhelo de la izquierda.
Este sólo antecedente, acerca de la gestación del plebiscito constitucional, es más que suficiente para no aceptar como legítimo lo que se hará el domingo 25 y todo lo que vendrá a partir de esa fecha, si es que gana el Apruebo.
Ningún proyecto de nueva Constitución, ni siquiera una reforma de ella, había tenido su génesis en la anormalidad y en medio de un Estado de Derecho acosado y en entredicho. A raíz del vandalismo que siguió al Golpe extremista del 18/O, el país estaba siendo aniquilado casi sin control y el Presidente se hallaba enfrentado al dilema de su renuncia. Pasó varias jornadas ausente del Palacio de Gobierno, ante la amenaza cierta, y con pruebas concretas, de un asedio masivo a La Moneda.
La siguiente señal de deslegitimación es el modo en que se gestó la idea de un plebiscito constituyente. Ni siquiera fue producto de una sesión de sala parlamentaria, sino, apenas, de un ‘acuerdo político’ de grupos que aprovecharon la caótica situación pública para presionar al Mandatario, condicionándole su permanencia en el poder a cambio de que aceptase la realización de un plebiscito para reemplazar la actual Constitución. Él, desde La Moneda, le dio la orden a su hombre de confianza Mario Desbordes, de que dijera sí a todo. En signo de gratitud por tal gesto, el grupo de izquierda presente en la tétrica negociación, se comprometió a que las hordas de saqueadores dirigidas por ella, terminarían con la violencia.
Dicha promesa fue incumplida, porque el vandalismo continuó sin cesar hasta que la llegada de la peste la obligó a retirarse, pese a que una dirigente gremial comunista advirtió que “la violencia no tiene cuarentena.
Aquella reunión entre gallos y medianoche de mediados de noviembre, técnicamente no fue una sesión parlamentaria con todos los reglamentos de rigor. Un acuerdo de la magnitud de dos plebiscitos –de entrada y de salida- con sus respectivas votaciones, fue oficializado en un computador de una oficina del Congreso en Santiago, con menos rigurosidad y formalidad que un simple contrato de arriendo.
Tan liviano y superficial es este proceso que hasta las papeletas del voto son irregulares: se le dan al Apruebo otras dos opciones, Asamblea Constituyente o Mixta, en cambio al Rechazo, nada. Debió incluirse legalmente, junto a las Convenciones, la posibilidad de marcar “ninguna”, y no está. Además, es todo un misterio -claramente sospechoso- en cuanto a que ocurrirá con los sufragios en blanco.
El colmo de la falta de seriedad la explicó el propio presidente del Consejo del SERVEL, quien invitó a todos los jóvenes “con conciencia cívica y republicana” a que vayan muy temprano a los locales de votación y se presenten ante los delegados de su organismo “ofreciéndose como vocales de mesa”…
El plebiscito, éste, de entrada, de partida es anormal, porque se realizará en un Estado de Excepción que establece, constitucionalmente, limitaciones a la población. Por lo mismo, hoy no existe el ordenamiento jurídico tradicional. Al margen de todo ello, se halla colmado de irregularidades, partiendo por la falta de imparcialidad, ya que el Gobierno y el SERVEL, dos entidades de naturaleza neutral, han intervenido asquerosamente en su realización y, concretamente, en apoyo al Apruebo. El primero, por el respaldo personal del Presidente a una nueva Constitución y por sus particulares gestiones para que nadie de su entorno hable del Rechazo, y el segundo por su descarado estímulo a la participación ciudadana, hasta de los enfermos, el factor clave de la izquierda para aspirar a un triunfo: a mayor abstención, más grande es el riego de perder.
Ésta, la del domingo 25, será la primera jornada electoral que se realiza en Chile en un clima total y absolutamente anormal, dadas las restricciones que coartan no pocas libertades de los individuos. Sin embargo, exclusivamente para votar, la propia autoridad sanitaria viola las cuarentenas, al autorizar salir de ellas sin ningún tipo de permiso. Todo vale, hasta lo prohibido.
El acto electoral en sí no respetará varias de las normas legales obligatorias que lo rigen y que son responsabilidad del SERVEL hacerlas cumplir. Este organismo, apartándose de la ley, determinó conductas para votantes y vocales que no están contempladas en ninguna parte, e incluso modificó el plazo para la duración del proceso.
Todo, absolutamente todo, ha sido irregular para este plebiscito, ante lo cual es difícil creer que lo que vendrá después va a dejar de serlo. La izquierda considera al 25 de octubre como una fecha histórica: lo será, pero por el tamaño de la ilegitimidad del proceso.
Frente a esta tamaña irregularidad electoral, los chilenos amantes de una democracia digna y auténtica, tienen que dejar en evidencia su desacuerdo, asistiendo a votar y marcar el Rechazo y, luego, anular la segunda papeleta para precaver sorpresas deshonestas sobre el manejo de los datos posteriores.