top of page

LA TELEDICTADURA DE LAS NOTICIAS


VOXPRESS.CL.- Antonio Gramsci fue un filósofo marxista, sociólogo y periodista, fundador del Partido Comunista italiano. Inspirándose en la obra de Karl Marx, escribió innumerables obras de teoría política, pero sin duda, la que, en vida, lo puso en el altar de la izquierda, fue la que impulsó -tanto en la península, como en otras naciones donde dicha doctrina tomaba cuerpo- a que “para ejercer un poder total hay que establecer un dominio sobre la educación, la Iglesia Católica y los medios de comunicación”.


Muerto en 1937, Gramsci no alcanzó a disfrutar del éxito de su teoría, la que se materializó con velocidad, extendiéndose por el mundo.

Luego de la Guerra Fría, el comunismo, especialmente en Occidente, se abocó a infiltrar áreas tan sensibles como ésas, con las consecuencias que no sólo se viven, y se sufren, en Chile.


En cualquier nivel de la enseñanza, sea pública o privada, los profesores, adoctrinados en las Pedagogías, se encargan de lavar las mentes de niños y jóvenes; los voceros de la Iglesia Católica, partiendo por su autoridad vaticana, son ‘progresistas’ y las comunicaciones en el planeta son orientadas y manipuladas por profesionales de izquierda, independiente de que el medio respectivo pertenezca a un “capitalista conservador”.


Desde inicio de los 60, Chile experimentó este brusco giro hacia la izquierda, primero con la penetración comunista en el Pedagógico, luego en los Seminarios del catolicismo y, finalmente, a partir de los 70, en los medios de comunicación.

Todos los comunicadores de la UP que el 11 de septiembre perdieron sus trabajos, gozan de una “reparación” monetaria vitalicia pagada mes a mes por el Estado. Quienes debieron abandonar sus labores en marzo de 1990, nunca han vuelto a encontrar empleo y algunos fueron víctimas de odiosas ‘funas’.


No hay que profundizar mucho para comprobar esta realidad, y en el caso del mundo del estudiantado, sus conductas violentas manifestadas por años y su recalcitrante rebeldía, las demuestran casi día a día. Respecto a la Iglesia Católica, fue cuestión de escuchar las pálidas y desteñidas reacciones de sus autoridades, tras las quemas de templos en la última “concentración pacífica” en torno a Plaza Baquedano: ninguno condenó a los autores. Más grave todavía, un párroco de la zona suroriente de Santiago se encargó de denunciar que lo ocurrido fue organizado por el Gobierno, tratando de “trigo poco limpio” al ministro del Interior.


Sin embargo, y ésta es la razón esencial de estas líneas, es en el área de las comunicaciones donde se han superado todos los límites de subjetividad y de ética, transformándose los encargados de informar, y con veracidad, en arbitrarios portavoces de la izquierda.


Las deformaciones morales de este contingente de comunicadores proviene de sus propios hogares y del respectivo adoctrinamiento ideológico que recibieron en liceos y universidades. Sus comprometidos ‘maestros’ no se preocuparon en acentuar sus competencias y conocimientos, sino, por el contrario, ahondaron su ignorancia, al privilegiar la mentalización ideológica, casi de modo escandaloso.


La industria de la TV se queja de que atraviesa su peor momento por la “competencia desleal” de las redes sociales que les capturaron el interés de sus antiguas y fieles audiencias. Pero omiten una auto retrospección que les permitiría a sus controladores conocer los reales motivos por los cuales la gente les ha dado vuelta sus espaldas: la carencia de un honesto profesionalismo comunicacional.


En tiempos en que no era controlado por el ‘progresismo’ y, ahora, por el PC, en el Colegio de Periodistas operaba una Comisión de Ética de gran estrictez y organización que, con orgullo, velaba porque se cumpliera el primer postulado de la Orden: la objetividad y la honestidad.


Con motivo del plebiscito, los periodistas estuvieron desfachatadamente en la primera línea de la defensa de los argumentos de la oposición izquierdista. Nunca, ninguno, se remitió a la veracidad, al referirse, como se debe, a la Constitución de Lagos o la Constitución de 2005: parecían disfrutar haciendo alusión a una falacia, como es denominarla “Constitución de la dictadura”.


La única dictadura hoy es el modo en que se entregan las informaciones: se amplifica todo lo que interesa a la izquierda. Es una maldad presentar a Lavín como “el candidato de la centroderecha”, cuando, categóricamente, no lo es y ni siquiera representa al sector.


Las entrevistas a dirigentes y personeros de izquierda son de complicidad, en tanto las que efectúan a gente de la derecha son una mixtura de agresividad y provocación. Unos siempre son los buenos y los otros, siempre, los malos.

Quienes no se encuentran al tanto de las intimidades de las comunicaciones se preguntan cómo tanto izquierdismo en medios de empresarios que, incluso, pertenecen al “imperialismo” norteamericano. La realidad es patética: en el mercado laboral de este oficio, encontrar a un profesional de otro color que no sea el rojo, es como hallar oro en una lechuga. Todos, en su momento, fueron debidamente lavados de cerebro y, así, aunque sin conocimientos básicos ni un mínimo dominio del lenguaje para ejercer la actividad, saltan a ser protagonistas de las noticias.


El mañoso manipuleo de las imágenes que se entregan al público es, simplemente, deleznable. Un ejemplo de ello es comparar la edición de entrevistados dispuestos a votar por Biden y por Trump en la elección presidencial de Estados Unidos: para la TV chilena, los adherentes al Mandatario simplemente no existen.


La imagen que ilustra este artículo refuerza, con nitidez, esta arbitrariedad tan censurable en la forma en que se presentan las informaciones: se miente con descaro y nadie da alguna excusa posterior. El engaño al público se ha convertido en una práctica habitual, y todo ello marcado por la imposibilidad de los comunicadores de sacudirse de su adhesión política.

Antes, ¡y qué tiempos aquéllos!, el periodismo estaba al servicio de la noticia, pura, en su estado natural, sin intervenirla ni torcerla; hoy, ello es una quimera no sólo para un espectador fácil de ser embaucado, sino para todos aquellos profesionales, hoy olvidados, moldeados por el torno de la objetividad y la decencia.

bottom of page