EL PORTAZO DEL FRENTE AMPLIO

VOXPRESS.CL.- Heridos, contusos, indignados y ofendidos dejó la decisión del Frente Amplio de no pactar con la ex Nueva Mayoría para realizar primarias nacionales en las próximas elecciones de alcaldes y gobernadores.
Desde el 11 de marzo de 2018, día en que asumió el que iba a ser un Gobierno de centroderecha, los caudillos opositores se dieron a la tarea de unir a todas las colectividades, movimientos y montoneras de izquierda, en el convencimiento de que sólo así, y nada más que así, se garantizaría la recuperación del poder el 2021.
La (centro) izquierda se fraccionó en tres partes para las presidenciales de 2017, y ello le costó que, por segunda vez, un Gobierno socialista tuviera que entregarle el poder a la centroderecha. En sus filas, principalmente del PS y del PPD, hubo promesas y hasta juramento de que iba a conseguirse, a como diera lugar, la unidad de todo el sector. Carlos Montes, al asumir la presidencia del Senado, anunció que su primera obligación sería elaborar un plan de acuerdos y avenimientos “entre todos los partidos de la izquierda”. En honor a la veracidad, ello nunca estuvo ni cerca, por dos causas elementales: la insuperable rivalidad doctrinaria entre el PC y la DC y el permanente desinterés del Frente Amplio por aliarse con quienes califica de “conservadores” y “neoliberales”, refiriéndose a los estandartes de la ex Concertación.
La realización de primarias es un ejercicio de participación ciudadana, porque se le entrega a ésta la facultad de seleccionar, previo a las elecciones definitivas, a quienes desea que la represente en los cargos públicos. Sin embargo, este mecanismo es posible cuando se coincide en “mínimos comunes”, lo que no ocurre entre el Frente Amplio y la ex Concertación.
El frenteamplismo se forjó en señal de desconformidad, desencanto y desengaño tras el primer Gobierno de Michelle Bachelet, y de ahí que lo primero que ella hizo al aceptar una segunda postulación fue poner como condición que a sus fuerzas se incorporasen “todos estos chiquillos revolucionarios”, a quienes, más tarde, Beatriz Sánchez llamó “mis cabros”.
Esta generación impulsiva, desde sus inicios estableció diferencias sustantivas con la sociedad concertacionista: “nosotros somos de izquierda por convicción, en cambio ellos, una vez que se llenaron sus bolsillos, dejaron de serlo”- Instalados en el escenario político, definieron a la ‘vieja política’ como “conservadora” y “retrógrada”.
Con el brío propio de una generación emergente y convencida de que podía “cambiarlo todo”, el Frente se transformó en una plataforma atractiva para sectores tradicionalmente peleadores en universidades y liceos, base del exitazo que obtuvo en su primera incursión electoral.
Ninguneado y mirado en menos por el caciquismo (ex) concertacionista, el Frente Amplio dejó a todos boquiabiertos cuando su desconocida e improvisada candidata presidencial Beatriz Sánchez estuvo a punto de ganar en primera vuelta al candidato puesto a dedo por la cúpula de la Nueva Mayoría y eligió a 20 diputados y un senador. Logró tal hazaña sin alianzas más allá de los movimientos que, sintiéndose afines, se integraron para dar vida al conglomerado. No demoró en apropiarse de la batuta en la Cámara de Diputados, negándose a acuerdos o entendimientos, a no ser que fueran sus parlamentarios quienes impusieran las reglas del juego.
El climax de las divergencias entre estos extremistas, partidarios de la desobediencia civil, y los ‘conservadores de izquierda’, se dio con motivo de la preparación y ejecución del Golpe del 18/O. Sólo representantes del Frente y del PC interactuaron en la cita en Caracas en la cual se fraguó el intento de derrocamiento presidencial para, luego, sustituir el modelo neoliberal. Su desazón se transformó en ira cuando los viejos tercios de la izquierda propusieron el Acuerdo de Paz (15 de noviembre) para “salvar al Presidente”, a cambio de que éste entregase la Constitución y cediese gran parte de su legítimo poder al Parlamento.
El frenteamplismo no perdona que habiendo sido el ejecutor del plan subversivo, de éste se apropiaran los viejos tercios de la izquierda, le sacaran dividendos políticos, controlasen el plebiscito y, de paso, quedaran como los autores de tener de rodillas al Presidente. El Frente nunca estuvo, ni ha estado, dispuesto a embarcarse en un proyecto de “mínimos comunes”, y ello pareció sellarlo casi definitivamente al enrostrarle públicamente a sus fracasados aliados sus vínculos con la corrupción.
Su argumento para ser locomotora y no carro del convoy, es razonable, ya que hasta el momento ha evidenciado pruebas de que su camino en solitario le ha dado réditos. Sustenta sus convicciones en que, detrás, tiene a un contingente combativo y con vocación para dar una lucha radical.
Este camino en solitario le plantea un gran riesgo a futuro: por la falta de un candidato presidencial potente, alguien de sus filas no esté en el voto de la primera vuelta. Ello, al margen de haberse ganado el resentimiento de quienes añoraron vanamente una sociedad para primarias, lo que le valdrá la negativa a un apoyo a un eventual candidato suyo.
Para la izquierda moderada es casi una obligación y un compromiso de honor recuperar La Moneda, escenario que el Frente no lo percibe con similar dramatismo. Para él es más importante sumar mayoría en el Congreso, dada la actual experiencia de detentar el Ejecutivo pero sin mayoría parlamentaria. Es como no tenerlo.
Con sus bases bien articuladas tras el Golpe extremista y con un dominio casi absoluto en todos los centros de estudios del país, sabe que puede batírselas solo en las elecciones municipales, de Gobernadores y, después, en las legislativas.
El Frente tuvo motivos de fondo y prácticos para darle un portazo en la cara al resto de la izquierda que, ingenuamente, creyó en lo probadamente irrealizable. Para mayor escozor por el desaire, recibió otra mala noticia, cuando uno de sus socios que suscribió el pacto por primarias nacionales, el PC, le notificó que iba a seguir dialogando con el frenteamplismo. Ello es más que explicable: de por medio, está la candidatura de Daniel Jadue.