EL PRECIO DE LA SINIESTRALIDAD

VOXPRESS.CL.- En cuestión de horas, Chile se enfrentará, con toda certeza, al acto más crucial de su historia, y ello porque nunca antes en más de 200 años será exclusivamente su propia ciudadanía, y nadie más que ella, la que resuelva la interrogante más escalofriante de su existencia como nación soberana: democracia o totalitarismo.
Previo a este episodio que se viene, hubo un salvataje de las garras del comunismo, el 11 de septiembre de 1973, pero con diferencias sustanciales a la disyuntiva del próximo domingo.
En aquella oportunidad, desde el 4 de noviembre de 1970, la población fue notificada formalmente por su recién asumido Presidente, Salvador Allende, de que “llevaré quirúrgicamente a Chile hacia el marxismo”, y no fue la ciudadanía la que salvó de ello al país, sino una intervención militar cruenta.
El escenario actual tiene dos sellos distintivos respecto a aquella experiencia. El primero es que enfrentado Chile, como en 1970, a ser conducido al totalitarismo comunista, esta vez su gente fue engañada en la segunda vuelta, con un discurso falsamente templado, de tolerancia y acuerdos, y, segundo, ahora será exclusivamente su ciudadanía la que, a través de un voto, tenga la oportunidad de evitar tal tragedia.
Salvador Allende jamás mintió, excepto a la DC con su firma de incumplidas garantías constitucionales, y sus llamados fueron, siempre, en línea con la guerra de clases, el despojo de la propiedad privada, la apropiación de tierras y permanentemente instó a tomar las armas, con la finalidad de que “el pueblo defienda a su Gobierno”. El mismo día de su ascensión al poder, el suicidado Mandatario dijo, sin rodeos, que “no seré Presidente de todos los chilenos, sino únicamente de los trabajadores”…
Son éstas, las diferencias que hacen incomparables ambas situaciones. Desde que fue proclamado candidato presidencial, Gabriel Boric se transformó en un estereotipo de la doble cara, con dotes especiales para el engatusamiento, el ocultamiento de su real intención y el acomodarse frívolamente a todas las piedras que le han ido apareciendo en su camino.
Hace poco más de un año, parecía impensable que una mayoría del pueblo de Chile esté hoy en vísperas de votar en contra de una nueva Constitución, y culpa de ello no es sólo de una ideologizada, ignorante y odiosa Convención, sino del propio Boric, quien la utilizó como trampolín para perpetuar en el poder a un sistema político que él y el comunismo postulan.
La población nacional adolece de innumerables falencias, fruto de su tremenda diversidad y de una gran masa de individuos que parecen disfrutar dejando pasar las oportunidades -pocas o muchas- que les presenta la vida. Pero si hay algo que el chileno no tolera es que lo engañen, que le pasen gatos por liebres y que lo embauquen, y es a eso a lo que se ha abocado el Presidente desde que fue candidato. Remitiéndonos a la definición idiomática de “siniestro”, encaja a la perfección con el más afianzado atributo de Boric: “actuar con perversidad o mala intención”. Es militante del Frente Amplio pero obedece al Partido Comunista, y dice querer profundizar la democracia pero es el jefe de campaña de una opción que termina con ella y la sustituye por un sistema estatista totalitario.
Boric perdió en la primera vuelta presidencial por haber atemorizado a la población con su dura propuesta programática revolucionaria; para la segunda, se presentó como una inocente paloma, ofreciendo todo tipo de acuerdos y entendimientos, pero amarró un acuerdo con la Convención para que le hiciera la pega, al punto de que aquélla propuso la reelección automática del Presidente, partiendo coincidentemente por él, cuando terminase su primer período.
Su siniestralidad lo llevó a incumplirles, incluso, a sus compinches de la revuelta del 18/O, a quienes les prometió que liberaría a sus camaradas en prisión preventiva y les garantizó que, “por ningún motivo”, volvería a decretar estados de excepción en La Araucanía.
Hasta hoy sigue asegurando que le preocupa la seguridad ciudadana y que condena la violencia “provenga de quien provenga”; sin embargo, sólo en su Gobierno se ha incrementado en un 40% la comisión de delitos y el terrorismo en el sur llegó a límites inimaginables, ante una autoridad –la Siches- distante, siempre vaga y enredada y claramente cómplice de los comuneros subversivos.
Boric le mintió al país en cuanto a que “día a día estoy en contacto con el Contralor para conocer qué se puede hacer en campaña”, y horas después, Jorge Bermúdez le envió a La Moneda a fiscalizadores y el Ministerio Público acogió una querella por malversación, ello a raíz de la impresión de millares del borrador constitucional para ser regalados.
Categóricamente advirtió a los ciudadanos que “el Apruebo es sin apellidos”, en alusión a que se debe votar “por el texto sin agregados”, para semanas después anunciar que es el garante del cumplimiento de los arreglos que sus partidos le hicieron al texto.
De muchas cojeras de información puede adolecer la ciudadanía, pero posee la perspicacia suficiente para detectar que el Presidente es fríamente mal intencionado. Como diputado y, luego, como candidato defendió la refundación de Carabineros, para transformarlo en una policía vecinal sin armas, y ahora, en su mini gira regional, en Talca, se excedió en adjetivos adulatorios para sus funcionarios. Sin siquiera ruborizarse se comprometió a que “la noche del 4 de septiembre será muy normal” -en alusión al triunfo del Rechazo-, siendo que el terrorismo urbano, de incansable actividad desde el 18/O, no le obedece a él, sino al PC. Incluso, los “primera línea” hasta lo bañaron en cerveza, y no por alegría.
Casi con solemnidad proclamó que “el plebiscito no dejará ni vencedores ni vencidos”, lo que es absolutamente irreal, y se auto proclamó como el “garante de la unidad de todos los chilenos” con posterioridad a la elección. Su hipocresía carece de límites: ha sido el principal agente de división de la ciudanía, empujando el advenimiento de un sistema político comunista, y él, en su condición de Presidente, se ha rendido ante las presiones de dicho Prueba de ello es su inacción ante el terrorismo rural, creado, financiado, protegido e impulsado desde 1994 por el PC.
Sin facultad presidencial ni legal para asumir una decisión de esa naturaleza, anunció que “de ganar el Rechazo convocaré a una nueva Convención”. Días después, en uno de sus canales afines de TV, admitió que “lo prioritario es llegar a acuerdos a partir del 5 de septiembre”…
Roles básicos de un buen estadista son afianzar la seguridad ciudadana y velar por la salud de la población, y Boric ha hecho exactamente lo contrario, al no combatir la delincuencia -por conocer perfectamente de donde proviene ésta- y abandonó el imprescindible cuidado sanitario de la comunidad frente al covid, virus que está de regreso con cifras similares a las de hace dos años.
Él, desde su época escolar, pasando por la universidad -de la cual aún no puede egresar- y como parlamentario, ha sido siempre un activista del extremismo político, de modo tal que no le acomoda atribuirse, como suele hacerlo, la representatividad de todos los chilenos, ni menos ser un modelo de una democracia tradicional.
Su parcialidad por eliminar a privados de la educación y de la salud públicas las camufla con un parafraseo inentendible, en la esperanza de que su hipocresía no sea descubierta.
Tanta siniestralidad terminó por pasarle la cuenta, y todo hace presumir que pagará un precio altísimo que, como nunca antes, tendrá que afrontar un símbolo de la izquierda en la historia de la política chilena.
El hecho tan decidor de que todos los sectores políticos se refieran a iniciativas para el día después del plebiscito, ahorra mayores elucubraciones sobre el desenlace del plebiscito. Pero todavía no es tiempo de confiarse, porque de un individuo como Boric y de un partido como el comunista, se pueden esperar las peores acciones a cambio de mantener a tope sus banderas.
No por pura casualidad, desde La Moneda se montó una defensa corporativa al SERVEL ante las dudas y sospechas en la preparación y desarrollo de la elección. Fresco está el recuerdo del violento flujo de votantes por Boric que, retrasados, invadieron violentamente locales de sufragio una vez que el plazo legal había caducado.
Nadie de dicho servicio ha explicado porqué se disminuyeron los números de mesas y vocales, justo cuando aumentó el número de contagios por covid, y tampoco el Registro Civil ha justificado la no notificación al SERVEL de la alta cantidad de fallecidos que aparecen en el padrón electoral, todos con un enigmático “derecho a voto”. Dado el descomunal número de cédulas de identidad falsificadas que circulan en manos del ámbito delictual, se teme que sean utilizadas para llenar los casilleros de los muertos.
Para mayor inquietud al respecto, hace más de un mes, la ministra del Interior se comprometió públicamente a investigar la larga estadía de un avión estatal venezolano en la losa del aeropuerto de Santiago sin que su tripulación descendiese. Desde Argentina alertaron al Gobierno de Chile sobre la instalación de una base de hackeo electoral. Sin embargo, persiste el silencio sobre la materia.
A estas alturas, más allá de la convicción de que Boric y su Convención serán derrotados por la ciudadanía, subsiste un justificable temor por los alcances de la inmedible siniestralidad del Presidente y del comunismo.