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EL DESAFÍO ES SUPREMO, SIN APELLIDOS




VOXPRESS.CL.- Una de las reflexiones más alusivas e inherentes a lo que está presentado la campaña electoral, es aquella que dice “quien promete lo fácil, terminará enfrentándose a lo más difícil”. Ello es una advertencia a la cantidad de ‘ofertones’ que ha debido escuchar la ciudadanía de parte de los candidatos que van tras el botín de La Moneda o aspiran a la cómoda seguridad económica que les brinda el Congreso Nacional.


La historia política nacional está plagada de promesas jamás cumplidas, y ello por la simple razón de que una campaña y el posterior ejercicio del poder son ciclos diferentes con proyecciones temporales distintas.


Por mucho que se diga lo contrario, nunca ha existido un nexo directamente vinculante entre una promesa de campaña y el cumplimiento de aquélla porque cada cual tiene su propio escenario.

Una excepción puede considerarse lo prometido por Salvador Allende: una vía chilena hacia el marxismo, y en eso estaba cuando fue derrocado.


El escenario actual de Chile en cuanto al ejercicio del poder, está supeditado a la dependencia de realidades indesmentibles e irrebatibles, como son las trancas inamovibles que ha establecido la izquierda para todos los proyectos que no son de su autoría y la diabólica actividad de la Convención Constituyente que, así como va, impedirá o derrumbará toda iniciativa tendiente a la paz, el orden y el progreso, símbolos no afines a sus propósitos e intereses totalitarios.


Un diputado frenteamplista, con un descaro que en todo caso se le agradece, expresó que “al país hay que meterle inestabilidad para poder hacer cambios profundos”, esto es, una segunda revuelta como la del 18/O, pero esta vez institucionalizada por los mayoritarios convencionales constituyentes extremistas.


No es ésa la ‘pomada’ que vende Boric, pero es, precisa y categóricamente, lo que pretenden hacer quienes provocaron, y siguen protagonizando, las operaciones subversivas que comenzaron en octubre del 2019, y que forman parte de sus huestes.


La población interesada en que se conserve intacta la democracia -que no es mayoritaria-, parece sentirse satisfecha con las promesas de “mano dura” o “cueste lo que cueste”, para mantener el Estado de Derecho. Ello suena bien al oído de cualquier libertario, pero nadie se detiene a preguntarse cómo lo va hacer y acaso están los medios para, con dureza, terminar con los abusos ideológicos y extremistas.


En un tono de burla hacia el actual Presidente, que no lo hizo, se promete “hacer cumplir la Constitución”, siendo que la vigente, que clarito explicita los mecanismos para mantener la paz social, sólo durará hasta que entre en vigencia la nueva, redactada por los personajillos más odiosos, cizañeros, revanchistas y acomplejados de la sociedad chilena.


Nadie, hoy, se atreve a pronosticar que la nueva Constitución pueda, eventualmente, ser invalidada por un plebiscito obligatorio concluida su redacción, y ello porque son muchísimos los chilenos que ignoran que su país está al borde del abismo y que se encuentran muy cerca de perder sus libertades, al margen de que muchos no tienen idea del funcionamiento de una empoderada Convención totalitaria y hay quienes -así de trágico- no sospechan que dentro de unos días hay claves elecciones Presidencial y parlamentarias.


Tanto los comicios para Presidente como para el Senado, podrían clavar un mástil de resistencia ante tan sombría amenaza. Pero, para que al menos un rayito de luz alumbre dicha oscuridad, se precisa de un voto por Chile, no por un candidato en particular “porque me gusta” o porque “me tinca más”. El futuro de la democracia y de las libertades se jugará en la segunda vuelta, cuando los ciudadanos anti-comunistas, que parecen no ser los que debiesen, se aglutinen en una cadena multifacética, transversal y heterogénea, con esa sola línea y finalidad: mantener la democracia.


A estas alturas del poder conquistado por la izquierda, no es mucho lo que se puede hacer, pero la diferencia surge en el desenvolvimiento que uno u otro pueda ejercer en el escenario que le espera.


Anunciada como la más compleja e incierta de la historia política, para esta elección será clave meditar el voto, pensando en el fúnebre paisaje en que se halla el país. El primer análisis para cualquier decisión está en las promesas de lo que cada cual “espera hacer”, y el punto de inflexión radica, precisamente, en la factibilidad de las ofertas y en la diversidad de quienes lo acompañen en su patriótica misión de mantener en pie la democracia.


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