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EL CIEGO NO QUIERE VER


VOXPRESS.CL.- Un líder “transformador y progresista” europeo reconoció, hace poco y sin reparo alguno, que “Chile ha sido un permanente laboratorio para la izquierda”, en alusión a los procedimientos del socialismo internacional para instalar en nuestro país un régimen totalitario a través de vías aparentemente democráticas. Lo demuestran el proceso ‘quirúrgico’ de Salvador Allende, el segundo Gobierno de Michelle Bachelet y la actual gestión de Gabriel Boric, un apasionado del activismo, asociado al comunismo.


En América, sin considerar las actuales dictaduras clásicas, existen unas cuantas naciones que siendo técnicamente democracias, tienen Presidentes extremistas, aunque solitarios, al carecer de mayorías legislativa y ciudadana: Argentina, Perú, Chile y prontamente Brasil. La gran diferencia de nuestro país con los otros es que en la cúpula del poder se halla el PC, éste, uno de los más ortodoxos del mundo.


Resulta como un ensayo químico explicarse cómo y porqué una doctrina totalitaria y petrificada esté a cargo de una democracia, como la chilena, por muy zarandeada y medio ultrajada que esté. La principal consecuencia de esta súper contradicción es que la economía local es la última de Latinoamérica, precisamente por la total desconfianza que inspira el dominio comunista a los inversionistas locales y extranjeros.


No son pocos los incautos, entre ellos políticos que se dicen de oposición, que no sólo creen, sino aseguran que el Mandatario está girando hacia posiciones menos extremas. Días atrás, al inaugurar un monumento, que lo recuerda, alabó emotivamente a Patricio Aylwin, Presidente de la transición, a quien, siendo diputado, lo acusó de “golpista”. Los ahora elogios a su figura originaron el inmediato repudio de los diputados comunistas.


Bendecir lo que se escupió es una táctica con temporalidad acotada de la izquierda para variar sus estrategias que le pavimenten el camino hacia su perenne objetivo del totalitarismo. Lo reconoció sin tapujos la diputada comunista Karol Cariola, tras su reunión con el Grupo de Puebla, sala de máquinas de la izquierda latinoamericana: “hay ocasiones en que se da un paso hacia atrás para, luego, dar dos hacia adelante”.


La suya fue una explicación muy sutil pero aclaradora de cómo el comunismo está abordando sus objetivos en Chile. Consciente de que no son éstos tiempos de tomarse países a punta de fusiles ni de asaltos a cuarteles ni a palacios presidenciales, se guía hoy por la ruta planteada por el más contemporáneo de los filósofos marxistas, el italiano Antonio Gramsci: socavar los Estados mediante la perforación de sus instituciones, de sus culturas y a través de la penetración ideológica en la educación, la Justicia y las religiones. En Chile, el intento de aniquilamiento de la sociedad lo constituyó la Convención, maquinada a partir de un mitológico Acuerdo de Paz, aprovechándose de la pavorosa fragilidad del Presidente anterior. El ardid fue prontamente descubierto por la ciudadanía, la que se percató de que el proyecto de nueva Constitución no era más que la imposición de un sistema político comunista con pérdida de los derechos de las personas.


Hasta la fecha, la izquierda rehúsa reconocer tan tremendo fracaso: Boric lo llama “traspié democrático (¿?)”, Cariola lo define como “un paso atrás”, en tanto el sectario ex convencional Fernando Atria trata de explicarlo como una doble lectura de la ciudadanía: ésta “rechazó sólo la forma” –el pinganilleo y picantería de los delegados-, pero “no el contenido”…Por lo mismo, según él, Boric, el PC y el frenteamplismo hay que repetir el experimento repudiado por 8 millones de chilenos.


El boricismo constituye una fuerza electoral reducida, que apenas supera el 1.8 millón de votos, lo que constó en la primera vuelta presidencial. Este déficit de adhesión hay que alinearlo con los sufragios que la izquierda tuvo con el Apruebo, 4.8 millones, contra los 8 millones del Rechazo. No se había dado antes, una victoria política tan aplastante como ésta.


Por lo mismo, irrita ver a negociadores de algo innegociable que se dejan tratar de “intransigentes”, siendo que representan a una gran mayoría electoral triunfadora. De haber ganado el Apruebo ¿estaría Guillermo Teillier cediendo una sola coma de su proyecto para transarlo con los perdedores?


La reforma constitucional que hizo posible el escandaloso desastre de la Convención dice textualmente que “de no ser aprobada en el plebiscito de salida, sigue rigiendo la actual”. No agrega colas ni acoplados. Después del 4 de septiembre, nada hay pendiente, sólo el arbitrario interés de Boric y su pandilla de montar un nuevo proceso en revancha del derrotado y, a través de él, implantar si no todo, gran parte del sistema político propuesto por el Apruebo, el cual, ciñéndose a Gramsci, hace trizas la actual institucionalidad. En este sentido, hay que destacar la valentía y honestidad de Jorge Burgos, ex DC, ex ministro del Interior de Bachelet y ex diputado, hoy Amarillo, quien afirmó que “no se necesita una nueva Constitución”.


Desde La Moneda se dieron las instrucciones -acatadas en el acto por el periodismo- de omitir el vocablo izquierda, reemplazándolo por “oficialismo” para disipar los recelos de la población, en tanto a la oposición hay que denominarla “derecha” y, ojalá, “ultraderecha”. Es increíble, pero es así, y nadie parece percatarse, que los derrotados actúan prepotentemente como vencedores y los votantes ampliamente triunfadores son representados -sin que nadie se los pidiera- por quienes se comportan como vencidos.


Paralelamente a ello, la ciudadanía, casi con espanto, continúa siendo víctima del fenómeno de destrucción gradual de la sociedad por la no ejecución de una mínima autoridad a la que la Constitución obliga al Ejecutivo.

En Chile, la izquierda, a partir de los 60, se abocó a su objetivo de concientizar y adoctrinar los niveles docentes y estudiantiles de la educación, los seminarios de la iglesia católica y la formación judicial, como complemento de la infiltración de las universidades en su conjunto.


Con esa misión delineada por la filosofía gramscista, con o sin Convención, el cronograma de la izquierda en Chile es el de minimizar al Estado en su facultad superior de controlador del orden público.

El país es hoy un caos de extremo a extremo, en gran medida por la posición política del Presidente, quien, siendo diputado, votó en favor de la disolución de Carabineros para que la masa revoltosa careciese de contrapeso.


Las hordas de inmigrantes ilegales no son fruto de un gesto humanitario, sino del fomento intencionado de la izquierda, que contribuyó con sus modificaciones a la Ley de Inmigración a que esta inaudita invasión ayudase al caos social.

Los inmigrantes que ingresaron correctamente hace años o meses están partiendo hacia otros destinos, luego de asumir que el nuestro no era el país de las oportunidades y, menos, el de sus sueños. El resto, el mayoritario y de la peor calaña, continúa entrando a raudales a la mala, con la venia de las propias autoridades para cumplir el plan de saturación y desajuste social que inmovilice al Estado.


Hoy, Chile, y en particular el Gran Santiago, son un asqueroso mugrerío urbano, agravado por el copamiento criminal de los comerciantes ambulantes, a quienes la municipalidad capitalina (PC) les ofreció engañosos permisos a cambio de votos, y ello para robustecer el objetivo del caos social.


Todos los hechos violentos de diaria ocurrencia ocurridos a partir del 18 de octubre de 2019, apuntan al objetivo premeditado del desorden público. El no atacarlo es parte de la estrategia de desajustar al Estado, hasta inmovilizarlo.

Es de necios creer en la buena intención de políticos como Boric y de todos quienes lo acompañan: sus propios currículos demuestran que fueron todos ellos quienes, estando en bancas del Congreso Nacional, se negaron a votar en contra de la violencia y le pusieron la proa a cuanto proyecto protegiera a la ciudadanía de los peligros que hoy la acechan.


Es una lástima, una gran desilusión, que haya gente que no siendo de izquierda se niegue a ver esta realidad, como si el Presidente tuviera una sincera intención de cambiar y no ser, como realmente lo es, una veleta del peor viento que sopla sobre el planeta.


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