EL AUTO CUIDADO

VOXPRESS.CL.- Por su arraigada óptica pueblerina de tomar los casos de otros para traerlos como ejemplos al país, el chileno ha terminado siendo convencido de que sufre un segundo embate del virus, “tal como le ha ocurrido a los europeos”.
Se vive tan embobado por todo lo que acontece en Europa -lo bueno y lo malo-, que parece hasta normal copiar, o intentarlo, al menos, lo que se hace, bien o mal, por esos lados.
Por estos días, al igual como ocurrió en el verano de los países occidentales de dicho continente, acá se atribuye el alza de los casos activos de la peste a las aglomeraciones y a las concentraciones de personas -estadísticamente comprobado- de entre 20 y 40 años.
Si bien las corrientes rebeldes suelen provenir, en su mayoría, desde Europa, y eso desde los tiempos de nuestra Independencia, es una ignorancia dar por hecho que todo lo que ocurre en Chile ya ha ocurrido, o está ocurriendo, en el Viejo Mundo. Es cierto que en Europa, tras creerse controlado este azote, la peste volvió a surgir con más fuerza, y ello se debió a la descontrolada y descuidada salida a los espacios públicos de un sector amplio de la población. Pero no es ésa la misma causa ni tiene las mismas características que la actual alza de contagios en Chile.
El europeo, desde Andalucía a Moscú, hace de la calle su hábitat y, prácticamente, su vivienda la utiliza sólo para dormir. Es la vía pública donde realiza toda su vida social en todos los horarios imaginables y cada día de la semana.
En cambio, el chileno, y aunque cada vez en menor grado, la convivencia social mayoritariamente la lleva a cabo en los hogares, porque en este país aún persiste con fuerza el hábito de las invitaciones. Tiene muy acendrada la revolución de los deseos –cada vez, tener más, y eso lo hace sentir fuertemente en su propio hogar con la permanente adquisición de bienes muebles que, día a día, lo hagan ver mejor.
Al europeo no le importa la estética de su vivienda, porque su vínculo familiar y de amistades no los materializa en ella, sino afuera. Sus relaciones, hasta las de mayor confianza, no suelen pisar su residencia, y hasta la desconocen.
Eso explica por qué los europeos se lanzaron desenfrenadamente a las calles en la medida en que le fueron levantando las cuarentenas y restricciones: por una cuestión de necesidad natural En cambio, acá en Chile, las multitudes que incumplen las cuarentenas y salen de sus casas, lo hacen por rebeldía, en un gesto de desafío a la autoridad y de ignorar las obligaciones pasajeras.
Está dicho: las mismas autoridades reconocieron la existencia de cuarentenas falsas, con un descenso minúsculo y ridículo de la movilidad, en tanto desde Europa llegaban imágenes realmente reveladoras de un Estado de Emergencia, con sus calles conmovedoramente vacías.
En Chile, con una potencia asombrosa, está ejerciendo una gran influencia, fácil de transmitir y de imitar, una generación personalista, atrevida y desafiante que desborda hasta las reglas más elementales de convivencia. Es una amplia fracción de sus habitantes que va mucho más allá de los ‘identificados por la autoridad sanitaria, entre 20 y 40 años. Es un contingente socialmente transversal, con un fuerte individualismo y que carece de la primera norma de toda convivencia humana: el respeto.
El respeto es un valor y una cualidad positiva equivalente a tener aprecio y reconocimiento por una persona o cosa, y que nace de un sentimiento de reciprocidad. La sociedad no hubiera llegado a desarrollar y evolucionar de no ser por el respeto mutuo de sus componentes.
En el caso puntual de este incipiente rebrote del virus, gran culpa de su ocurrencia lo tiene esta nueva generación individualista que desprecia el bien común y que, aparte de importarse sólo a sí misma, al resto lo ignora. Los filósofos griegos definieron como “idiotas” a quienes actuaban sin respetar las reglas de la convivencia social.
Desde abril a noviembre, se detuvieron -porque están en libertad- a 1.600 individuos por participar en fiestas (clandestinas) durante cuarentenas y toque de queda. Esta cifra corresponde a los ‘eventos’ a los cuales la policía pudo acceder, ya que, por ley, no puede irrumpir en cualquier sitio.
Recientemente, sólo en un fin de semana (12 y 13) se detuvo a 1.320 personas por infringir las normas sanitarias, estando en cuarentena y en toque de queda: en 48 horas, casi la misma perfomance que en ocho meses. ¡Para no creerlo!
Independiente de este fracaso, estos “idiotas” continuarán en sus afanes, porque lo llevan en su ADN: nacieron y viven sin importarles el resto. Se trata de una especie que desprecia el concepto de convivencia social y que parece disfrutar violando los derechos de los demás a vivir una existencia tranquila, sana y con apegos a las normas que los ayudan.
Indigna -de verdad, indigna- que las autoridades y el básico periodismo de estos tiempos, continúen casi clamando por el auto cuidado, como única herramienta para detener el progreso de los contagios. La gente normal, la que se siente integrada a la sociedad, por naturaleza, instinto y respeto, asume espontáneamente todas las acciones destinadas a la preservación de su salud, de modo tal que no precisa que la insten a protegerse.
Así, el llamado al auto cuidado está destinado a caer en el vacío, porque sus destinatarios son quienes, por siempre, no escuchan a los demás ni aceptan consejos que no sean los provenientes de su cada vez más oscura materia gris.
Sin recurrir a cuarentenas ni restricciones asfixiantes que exacerban a una población ya agobiada y enferma por los confinamientos y que hunden más a una economía malherida, cualquier solución para frenar los asomos de un rebrote, parte por una eficaz, realista y, sobre todo, visible fiscalización de estos individuos, capturarlos y no sólo multarlos, sino enviarlos a la Justicia por la causal de desobediencia.
Seguir invitándolos al auto cuidado resulta tan idiota como el comportamiento de ellos.