EL AÑO DEL DESBANDE

VOXPRESS.CL.- Dentro de poco se entrará al último mes del año. Diciembre, por siempre, es considerada una treintena más de transición que de cierre, porque la población, sin distingos, focaliza sus pensamientos en otros escenarios y, por tradición, las familias chilenas se concentran en la Navidad, sea ésta presencial o virtual, de acuerdo a los tiempos que corren.
Remitiéndose fríamente al calendario, en teoría, el 2021 habrá que asumirlo como el último del Gobierno de Sebastián Piñera, pero en la práctica, no será más que uno de administración, porque en cuanto a gestión, poco y nada le resta por hacer.
El 2021, con o sin rebrote de la peste, será un año en que sólo habrá espacios para los intereses políticos personales; el eje del debate público saldrá del Congreso Nacional y de La Moneda para instalarse en el devenir de la Convención Constitucional.
Incluso, un Poder Legislativo diezmado por el desinterés de quienes apuntan a su reelección, verá influenciadas sus acciones en la medida en que se vayan conociendo los acuerdos a que vayan llegando los convencionales constituyentes.
Cada año de esta administración ha tenido un sello diferenciador, y en cada uno de ellos el deterioro en la gestión presidencial fue en aumento. El primero, 2018, fue el de la promoción personal del Mandatario para proyectarse, cual cohete en la política internacional. En eso continuaba el 2019, preparándose para sacarle más brillo a su ego, cuando su aventura terminó de la peor forma: amenazado de derrocamiento por un Golpe extremista, le cambió la vida a él, sepultó a su Gobierno y dejó al borde del precipicio al país. Éste, el 2020, cosechó las consecuencias de haberle entregado al Parlamento mayoritariamente adverso y a la oposición, gran parte del poder que en exclusividad le entrega la Constitución, la que él mismo se encargó de pisotear para salvar su pellejo.
Con este tremendo saldo negativo, con sus partidos no prestándole mayor atención y con un Congreso que se ríe de sus lisonjeras solicitudes de diálogos y de acuerdos, el horizonte que se le presenta al Presidente para 2021 es dejar que la corriente lo lleve al término de su período.
Los partidos, y ello se percibe desde ya, se abocarán en exclusiva a un año preñado de trascendentales elecciones: alcaldes, gobernadores y constituyentes; parlamentarias después para finalizar con las primarias y los definitivos comicios presidenciales. La preocupación de todos no estará puesta en la presentación o negativa de algún proyecto, sino en los intereses de quienes aspiran a ser alcaldes, gobernadores, constituyentes y parlamentarios. O sea, la estructura partidista se desgranará y se dispersará, con el consiguiente perjuicio para las acciones colectivas y colegiadas.
Este desbande generalizado por causa de los intereses políticos individuales, no sólo tendrá efectos en las candidaturas de todo tipo que se vienen, sino trancará los esfuerzos de las coaliciones, tanto oficialista como de oposición, por unirse para enfrentar el desafío mayor que son las presidenciales.
En este sentido, el ministro del Interior dio señales que ninguno de sus antecesores las entregó: acordó reuniones semanales, bilaterales y en conjunto, con Chile Vamos, en un afán por definir algún tipo de rumbo en común. La derecha tiene un peso infinitamente superior al de la izquierda para no verse arrasada en la multiplicidad de actos electorales: la mochila de su propio Gobierno. Es complejo para los partidos de derecha fijarse metas en medio de las ruinas dejadas por La Moneda y por la impopularidad presidencial. Lo que, nos imaginamos, intentará el ministro Delgado es no perder tiempo en lo que ya no tiene arreglo ni solución, como es el vínculo con la oposición legislativa: ésta lo recibió con la rotunda negativa de la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia del Senado a aprobar los nombres propuestos por La Moneda para integrar el Consejo para la Transparencia.
Tratar de contener la dispersión política por las cantidades de elecciones debe ser el rol principal de Interior, y desde ya mismo, omitiendo la pérdida de tiempo que le significará un esfuerzo –tal como lo dijo- por aminorar el obstruccionismo en el Congreso. En este ámbito, hay que dar vuelta la página, porque no existe un solo motivo para que la oposición modifique su invariable conducta negativa legislativa puesta en escena en estos tres años. Lo vital -sí, porque puede resultar de vida o muerte- es contener la dispersión, ya que hoy, como nunca, se requiere de un esfuerzo para superar las sensibilidades, egoísmos y quiebres que prevalecen en el oficialismo.
Ser candidato del sector a la reelección o a la Convención Constituyente parte por un compromiso con el propio sector antes que con uno mismo.
Es comprensible, y hasta justificable, querer desmarcarse del Presidente y es esperable, como se pronostica, un “¡sálvese quien pueda!”, pero la desazón lógica producida por una gestión política deplorable, no puede poner en jaque los clamores de libertad y plenitud de derechos de casi un 50% de la población. Las candidaturas de cada cual tienen prioridad para el interesado, pero constituiría una deslealtad hacer prevalecer ese interés particular por sobre los superiores de un país, hoy severamente amagado.