DESDE ABAJO DEL SILLÓN

VOXPRESS.CL.- Desde el 12 de marzo de 2017, día siguiente de la asunción al mando del actual Presidente, éste le envió un “claro y rotundo” mensaje al país en cuanto a que la suya sería una administración basada “en el diálogo” y en “una política de acuerdos”, poniendo como ejemplo al Gobierno de Patricio Aylwin (1990/1994), período muy breve por tratarse de uno de transición.
De inmediato convocó a Mesas Transversales de Trabajo pata avenir criterios en cuanto a lo que él definió como pilares de su Gobierno: seguridad ciudadana, desarrollo social, salud pública y La Araucanía. De dicho ciclo sólo se restaron el PS, el PC y el Frente Amplio, a excepción de Gabriel Boric.
En el primer año, el plan se le desplomó por la impotencia de mejorar la seguridad ciudadana y por el rotundo fracaso “investigativo” en La Araucanía, y en el tercero, el arribo del virus, cualquiera iniciativa sobre salud y de desarrollo social la succionaron las emergencias sanitarias.
El Gobierno sólo actuó como tal hasta el ‘octubrazo’. Antes de ello, obedeciendo a la personalidad del Presidente, se empeñó en Imponer su voluntad en cuanto proyecto envió al Congreso y, cada vez que pudo, hizo notar su molestia porque la mayoría opositora legislativa se los cambaba y los acomodaba a sus intereses. En este ‘gallito’, muchas de las iniciativas quedaron en el congelador y otras, terminaron por no cumplir sus objetivos y, rápidamente, debieron ser readecuadas.
Este escenario duró definitiva y categóricamente hasta el 18/O, fatídica fecha para el Presidente, porque fue la que le restó toda independencia en su gobernabilidad, quedándose sólo con el rol protocolar del Ejecutivo, pero sin ejercerlo a plenitud.
Con un Presidente con un pie fuera de La Moneda y con un Congreso opositor que, sabiéndolo rendido, puso en práctica su parlamentarismo de facto, que es el que rige hasta hoy. Fue, como lo dicen sin disimulo en Chile Vamos, la rendición. El 15 de noviembre de 2019, todavía temblando, firmó su claudicación, al entregar al adversario, y en bandeja de oro, la Constitución que le ha permitido al país, ser una postal muy distinta a la del pueblerino, gris y estancado de 1973.
Navegó sin timón y con una tripulación rebelde y agresiva, hasta que apareció en escena el virus: éste le otorgó un ‘descanso’ al Presidente, en cuanto al acoso subversivo, pero lo dejó a la cabeza de un duro enfrentamiento con el Congreso opositor, a causa de las ayudas, más que sanitarias, de índole económica a los millones de damnificados por el desempleo y la falta de dinero.
Tanto desde la oposición como desde el oficialismo, lo acusaron de “llegar tarde” en las ayudas sustanciales, las que, además, siempre se las calificó de insuficientes. Inconmovible en su inflexibilidad y sacándole lustre a su renuencia a gastar más de la cuenta, ya que le importa más el éxito de la contabilidad por sobre el de la sociedad, su coalición terminó por darle vuelta la espalda y unirse a la oposición izquierdista para terminar por sacarlo del ring. Hoy, si ya había perdido el Gobierno, se quedó sin ser Ejecutivo: pasivamente, se balancea en lo que le queda de bote, y al compás del bamboleo que le hace la oposición. Es ésta, a partir del ‘constitucionalazo’ del 25 de abril, la que pone las condiciones para “acordar”, qué hacer y cómo, por mucho que las reuniones, por una cuota de decoro, se realicen en La Moneda.
En un gesto más parecido al ‘último cañonazo’, con las hilachas del Ejecutivo que le van quedando, el Presidente le pidió a la presidenta del Senado, que se mantenga el Estado de Derecho –por ende, la institucionalidad- y que se resguarden las autonomías y la independencia de los tres Poderes. Hacia el exterior, que al fin dejó de ser cándidamente crédulo, se transmitió que “el Presidente encargó a du comité político iniciar trabajo conjunto con el Congreso y con actores sociales para construir un nuevo clima de diálogo”… Tristes recuerdos, y peores amenazas vigentes, tiene la población acerca de “los actores sociales.
Bien se sabe que cuando la izquierda negocia lo hace sobre la base de su propia agenda. Es emblemático el engatusamiento al Ejecutivo, cuando el 15/N la oposición le prometió que, firmando el Acuerdo de Paz, esto es, entregando la Constitución, le garantizaba el fin de la violencia política en el país. Ello nunca ocurrió.
En su historial correspondiente a éste, su segundo período, el Presidente protagonizó capítulos que lo indujeron a ser víctima de la soledad: su anuncio de que el Estado de Excepción tras el 18/O era para garantizar el Estado de Derecho y, presionado por la izquierda, lo levantó al tercer día; su satisfacción por promulgar el plebiscito para una nueva Constitución, atribuyéndosela como triunfo propio; dirigir desde La Moneda la postura del Ejecutivo para el ficticio Acuerdo de Paz del 15/N y, por último, la elaboración de dos productos de su autoría para retirar fondos de pensiones, estando, a ultranza, en contra de dicho procedimiento.
El ‘reyecito’ se había quedado sin corona luego del 18/O y, tras el 25/A, se quedó fuera de palacio. Poco alcanzó a negociar –lo que él cree que es negociación- sobre un sillón y frente a una mesa. Con su pertinacia habitual, no se resiste a su nueva realidad de dialogante, pero esta vez desde abajo de su sillón.