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DEMOCRACIA, IGUALDAD Y JUSTICIA


VOXPRESS.CL.- Durante un año, la hoy ex Convención Constitucional y, durante cuatro meses, el Presidente de la República en sus discursos y en cualesquiera de sus intervenciones, utilizaron, y el Mandatario con sus ministros lo siguen haciendo, tres vocablos que forman la trilogía histórica del totalitarismo socialista, y ello para elogiar y estimular el apoyo al borrador del proyecto: democracia, igualdad y justicia. Con tales expresiones, la izquierda introduce el engaño entre cándidos y desconocedores ciudadanos, a quienes induce a pisar el palito y hacerles creer que sus desvariadas interpretaciones de dichas acepciones los llevarán a ser más libres, al mismo nivel de los ‘súper ricos’ y la justicia –ahora, sometida por el Estado- estará a sus órdenes para perdonarles todos sus pecados.



Este modelo de discurso, elaborado adrede para engatusar, no ha hecho nunca alusión a los reales significados que todo el mundo entiende como tales.


Para la mayoría de los pinganillas que las oficiaron de convencionales, y para el Presidente, el concepto de democracia no es la conocida por todos y en la cual Chile ha vivido desde 1990, cambiando al país de un pueblo tercermundista a una nación evolucionada, emergente y reconocida internacionalmente. No, para esta izquierda revolucionaria instalada en el poder, se trata del reinado de un partido único dominante de todos los poderes del Estado, sin contrapeso ni, menos, oposición.


En este tipo de Estado Social, como lo define el proyecto constitucional, hay sólo una Cámara legislativa a las órdenes del poder central, como, a título de ejemplo, ocurre en China, Cuba y Venezuela. Por eso, en este mamarracho de propuesta se elimina la existencia del Senado, corporación de bicentenario rol republicano y destinado a generar precisamente un equilibrio político. El totalitarismo no funciona en el marco del bicameralismo.


La participación ciudadana es sustituida por el poder absoluto de la cúpula gobernante.

En cuanto a la igualdad, la referencia de la izquierda hace alusión al más vil de sus engaños, porque en ninguna parte donde ha dominado -Unión Soviética, Alemania comunista y muchos otros- y donde en la actualidad ejerce el poder, nunca los pobres han emergido ni ganado posiciones sociales, y, peor, quienes por su esfuerzo y trabajo algo de independencia económica tenían, se empobrecieron.


En el planeta no hay un ser viviente igual a otro y hasta los gemelos no lo son en un ciento por ciento. Menos, entonces, es tolerable la aberración de que mujer y varón es lo mismo.

La igualdad para el socialismo es emparejar a todos sus ciudadanos en la miseria, en la escasez de bienes y en la falta de alimentos. Es, también, negarles por igual sus derechos individuales a todos los habitantes del territorio sometido. Corea del Norte es el ejemplo más trágico de todo ello: la población muere de hambruna, en tanto su tirano Kim Jung Un juega a lanzar misiles de millonaria fabricación.


Es tan exquisita la mala fe del discurso extremista, que intencionalmente altera conceptos para desentenderse de lo que el mundo requiere, equidad, o sea, que nadie se quede sin recibir lo que mínimamente merece y se ha ganado.


La manoseada expresión de “igualdad de derechos” es precisamente eso, el que todos tengan la posibilidad de una vida con mínima dignidad, pero ni en el más básico manual neutral de la sociedad se consagra el derecho, como en este borrador constitucional, de unos pocos a usurpar a otros para traspasarse a sí mismos lo usurpado.


Un agricultor de origen suizo tenía, y tiene, el derecho a vivir en su predio al oriente de Los Ángeles adquirido y trabajado por él, dando empleo a otros; pero le fue tomado por la fuerza por comuneros guerrilleros, y como no cumplió la orden de marcharse de su propiedad, le fue incendiada su casa y hoy vive en un container.


Así se explica claramente la interpretación que le da el extremismo, y, por ende, el proyecto constitucional, a la igualdad de derechos entre quienes no son de izquierda y de quienes sí lo son.


En cuanto a la justicia, tanto el Presidente como su ministra del Interior, han dado suficientes señales de que no los sobresalta el que los tribunales, a estas alturas, no hayan enviado a prisión a los millares de delincuentes que asolan ciudades. Ambos, al igual que el borrador y al igual que el socialismo internacional, no consideran la justicia en Derecho, sino sólo la social, que no figura en los códigos procesales y penales, sino en textos políticos e ideológicos.


Los vándalos del 18/O no son considerados delincuentes por la izquierda, sino “luchadores sociales”.


En los paraísos comunistas, el sometimiento y la opresión no dan lugar a juicios objetivos: quienes disienten de las cúpulas tiránicas son encarcelados, torturados o asesinados. En Cuba, una treintena de jóvenes cumplen condenas de cárcel entre 5 y 25 años por haber salido a las calles a gritar “¡libertad!”. En China es más simple: se los hace desaparecer.


Justicia social, según el borrador y defendida mil veces por el comunista alcalde Daniel Jadue, es “no devolver lo justamente tomado”, como un terreno invadido por la fuerza, atrincherarse en una vivienda cuyo alquiler no se paga o rehusar la devolución de una habitación en manos de ‘okupas’.


Para este tipo de gentuza oficialista, la justicia en Derecho, la de tribunales independientes, no es digna de ser considerada y menos, respetada: “la violencia no entra en cuarentena” anunció una dirigente comunista, y así fue, hasta ahora. Semanal y puntualmente, las ásperas alteraciones públicas continúan con una muy bien sincronizada virulencia.


De ahí, el afán del Gobierno de excarcelar a sus delincuentes políticos desde las prisiones hasta donde fueron derivados por los tribunales (independientes) por robar, saquear, incendiar y hasta matar en aras de su ideología. Para la izquierda, el vandalismo es un mérito, digno de honores, y no de condena.


No por casualidad u olvido, en el borrador de Constitución se decreta la extinción del Poder Judicial. Éste, como en Corea del Norte, China, Cuba, Venezuela y Nicaragua, pasa a ser dominio del Ejecutivo a través de facultades para manejarlo.

Con estos tres ejemplos sobre el real vocabulario socialista, resulta explicable qué La Moneda derroche recursos y desarrolle ‘instrumentos electorales’ para convencer a la población de que vote por el Apruebo el 4 de septiembre. De imponerse esta opción, Chile se condenará, a lo menos, a medio siglo de sometimiento y penurias, y de ahí que el mismísimo Gabriel Boric se empeñe en aclarar que “no hay que confundir” la alta reprobación a su Gobierno con la evaluación ciudadana a la Convención. Es muy decidora su explicación: su gestión, mala o pésima, se acabará dentro de algo más de tres años, en cambio un eventual triunfo del Apruebo conducirá a Chile a la oscura y tétrica vida del totalitarismo socialista.


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