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DE REY A PLEBEYO


VOXPRESS.CL.- Su nombre subió como la espuma de una cerveza, cuando en las elecciones municipales de 2012, derrotó a un dirigente de las Juventudes Comunistas y protagonista central de las protestas estudiantiles en contra del primer Gobierno de Piñera y que, en definitiva, le significaron que el poder se lo tuviese que devolver al socialismo.

Rodrigo Delgado Mocarquer dio uno de los más impactantes golpes electorales, al derrotar al comunista Emiliano Ballesteros y ser reelecto como alcalde de Estación Central, una de las comunas con más hacinamiento, comercio ilegal e inmigrantes del Gran Santiago, victoria que la obtuvo gracias a su inagotable trabajo en terreno, codo a codo con sus empobrecidos vecinos.

Militante UDI, ya como estudiante de Psicología en la Universidad Andrés Bello, definió que su camino sería el que trazó Jaime Guzmán para su partido, y desde su práctica profesional se abocó a la prevención y solución de los problemas sociales de los más desvalidos.


Hoy es el nuevo ministro del Interior, donde, desde su debut, se enfrentó a la primera y gran problemática para su cartera: la inseguridad ciudadana causada por delincuentes comunes, traficantes de drogas y vándalos del extremismo de izquierda.

Es el cuarto ministro del Interior en un lapso de tres años, y Delgado no tendrá que marcar diferencias con ninguno de sus antecesores, sino sólo consigo mismo dada su procedencia: el mundo comunal. El antecedente que llevó a su partido a proponerlo para que sustituyera a su renunciado correligionario Víctor Pérez, fue su jugado rol que cumplió durante el peak de la peste, período en el cual no vaciló en enfrentarse a la autoridad sanitaria y al mismísimo Presidente en defensa de los intereses de sus vecinos: “nosotros somos quienes estamos en el día a día con la gente, y, por ello, sabemos mejor que nadie lo que requieren y cómo lo requieren”.


En abril iba a cumplir tres años consecutivos en el cargo, y por una ley de limitaciones que aprobaron -para ellos- los parlamentarios y que, arbitrariamente, la hicieron extensiva a los ediles, Delgado debía dejar la alcaldía y, de paso, la presidencia de la Asociación de Municipalidades de Chile (AMUCh). Llamado desde La Moneda, renunció el 4 de noviembre a primera hora y a mediodía estaba jurando solitariamente como ministro del Interior.


Es descendiente de Andrés de Toro y Mazote Cifuentes, un rico terrateniente dueño de todas las tierras donde hoy se ubican Los Andes y San Felipe, llegando sus dominios hasta Mendoza. Una calle muy transitada de Estación Central lleva su nombre.

Fue criado en La Ligua y su escolaridad la hizo en el Colegio Árabe de Las Condes, cuyo gerente era, en ese entonces, un combativo miembro de las Juventudes RN, Gustavo Hasbún. Siendo éste alcalde de Estación Centra el 2000, llevó a Delgado a la Dirección de Desarrollo Comunitario de la municipalidad, dada su experiencia previa adquirida en los Centros Juveniles Opción de Cerro Navia y en el de Lampa en un proyecto de Prevención Social. Tras ocho años en el cargo, postuló a jefe comunal, siendo electo en tres ocasiones.


Fue tan rápido su traspaso de responsabilidades que es probable que Delgado aún no logre dimensionar la desorbitante diferencia entre un alcalde y un Secretario de Estado, más aún en las condiciones reinantes en un Gobierno donde vale y se impone una sola opinión.


Un jefe de la comuna, si bien es cierto constituye el paño de lágrimas cotidiano de sus vecinos y vive preocupado hasta de arreglar una tapa de alcantarilla, es la máxima autoridad, el que toma y asume la decisión final de todos los problemas de los habitantes de su territorio. En cambio, el manual de un ministro dice, clarito, que es dependiente del Mandatario. Es más, la norma –obligatoria, por cierto- establece que su misión es “proponer al Presidente de la República las normas y acciones sobre políticas internas orientadas a mantener el orden público, la seguridad y la paz social”, además de “aplicar, por medio de las autoridades de Gobierno Interior, las normas que para este efecto se dicten”, esté o no en sintonía con ellas.


Su visión inicial sobre el gran desafío de neutralizar la violencia extremista, parece ubicarlo en el mismo contexto del Presidente, de sus antecesores y del discurso de la izquierda, en cuanto a que “las manifestaciones políticas son pacíficas”. Dice: “tiene que haber mucha coordinación, mucho diálogo y, siempre, poner adelante los protocolos que preserven los derechos humanos de quienes se manifiestan. Se debe diferenciar el manifestante del delincuente. Una cosa es querer exponer una idea y otra es quemar. Hay que diferenciar a la gente pacífica de la delincuencia, y a ésta hay que enfrentarla”.

Hasta la fecha, ni el Gobierno ni la Justicia la han enfrentado. ¿Su primera crítica pública?...


Es preocupante que, como muchos, no haya tomado razón de la delincuencia política, la misma que el Frente Amplio y el PC se negaron a condenar en el Parlamento, reforzando el convencimiento de que ambos partidos la protegen, la auspician y la financian. No parecen ser lumpen, como dice el flamante ministro, quienes planifican, materializan, fotografían y ovacionan el desplome de templos católicos incendiados.


No fue una buena partida la suya en la percepción de la realidad, y ello al margen de que, de entrada, se metió en ‘las patas de los caballos’, al denunciar que “no existen labores de inteligencia” para anticiparse a los hechos vandálicos. Éste, el de la inteligencia, es un tema muy quisquilloso para el Presidente: fracasó en un payasesco intento por aplicarla en La Araucanía y cuando presentó al Parlamento un remedo de proyecto para infiltrar la subversión, primero se lo cambiaron y, luego, se lo paralizaron.


Rodrigo Delgado representa aire renovador en el gabinete ministerial y es el primer exponente en una Secretaría de Estado clave de una generación combativa de alcaldes no afines a la izquierda que se tomaron la agenda durante el climax de la peste. No obstante, no está pisando el cemento de su Estación Central, sino las alfombras de un palacio donde reina una sola voz. La incógnita acerca de su gestión es acaso su temperamento, potencia e iniciativas le permitirán actuar en su nueva y desconocida condición de plebeyo.


Uno de sus antecesores, Gonzalo Blumel, sin querer queriendo lo reconoció ante las cámaras de TV, cuando, instado a dar una respuesta, guardó silencio, “porque donde manda capitán, no manda marinero”.

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