DE LOS NUESTROS

VOXPRESS.CL.- Todo en la vida tiene una explicación, aunque no, una justificación. Las audiencias tradicionales y habituales vieron arrolladoramente arrebatada su programación diaria de televisión de entretenimiento por más de 12 horas consecutivas de imágenes de la asunción al Gobierno del “niño símbolo” de la subversión. Ese día, el país, simplemente, se quedó sin noticias de cualquiera naturaleza e incluso se omitió sobre la híper ventilada invasión rusa a Ucrania.
Ni la visita, realmente histórica y trascendente, de Juan Pablo II ni siquiera la eufórica recepción a Patricio Aylwin, en marzo de 1990, originaron una transmisión tan maratónica y tan ausente de objetividad, como la hecha para la coronación de este reyecito extremista
Para los medios de comunicación fue una genuina “fiesta nacional”, explotando, en medio de gran algarabía, hasta las más insignificantes ridiculeces de un ceremonial que nada de nuevo tuvo respecto a todos los anteriores. Presentado burdamente como receptor del cariño de todos los chilenos, Gabriel Boric representa sólo la adhesión, y no muy incondicional, de sólo un sector de la población por su arraigada condición de extremista, divisionista, parcial y aliado -atado, mejor dicho- a la Convención Constitucional para refundar el país, transformarlo en otro, eliminando de un plumazo toda su historia republicana.
El Presidente y la Convención son una misma cosa: su meta es concretar su revolución abortada tras el “octubrazo” e implementarla de modo legal.
Fue un día de total locura comunicacional, en el cual, las cojeras del periodismo actual, pasaron ‘piolita’: la conductora de C13 preguntó quiénes eran “esas dos personas de a caballo”, sin sospechar que se trataban de los lanceros escoltas presidenciales, y fue alertada por “unos tambores que suenan”, correspondientes a las bandas de las escuelas matrices que, siempre, ¡siempre!, rinden honores en los cambios de mando.
Una reportera del mismo canal se enloqueció al tener enfrente a “la primera mujer ministra del Interior”, faltándole agregar “y fémina” para mayor abundancia.
Tanta metida de pata sólo se explica por el subjetivo disloque originado por un Presidente que representa con tanta fidelidad y desparpajo a las generaciones actuales, treintonas y cuarentonas, que ‘la llevan’ hoy en Chile, imponiendo su individualismo, sus caprichos, su prepotencia e irrespetuosidad para hacer valer sus irrebatibles, aunque precarios, razonamientos.
Estas generaciones están convencidas de que Chile y el mundo nacieron con ellas: antes no existía nada.
Se explica, así, que un congeneracional haya tenido tan inaudita resonancia por un simple cambio de mando. La llegada de Boric a la Presidencia es, en consecuencia, un éxito para dichas generaciones y su estilo, jugadas a concho contra los viejos retrógrados y contra cualquiera norma que imponga el orden y el respeto hacia los demás. Validan sólo un derecho: el de ellas.
Este fervor descontrolado, reservado para un rockstar, originó una grandiosa presencia infantojuvenil de tiernos seres que nada saben de la historia de Chile ni menos de sus fenómenos políticos. La escenografía humana de su asunción, demuestran que Boric es muy querible, más aún si colecciona peluches y recibe pokemones de regalo. Para mayor cercanía con los suyos, se mudó a un barrio ‘carretero’ y generoso centro de consumo de ‘pitos’, con la tentadora cercanía de una sandwichería para saciar su pasión por los lomitos.
Es uno más de esta nociva masa de quienes viven a un lado de la sociedad, y de ahí que los gritos de la multitud no fuesen de “¡Presidente!”, sino simplemente de “Gaaabriel” o de “Oooyee”.
Cuando Beatriz Sánchez (Frente Amplio) estuvo a punto de arrebatarle a Guillier el segundo lugar de la primera vuelta presidencial el 2017, se refirió a sus votantes “renovados y revolucionarios” como “mis cabros”. Entre ellos se hallaba Boric.
A partir de este ‘cabro’, se abre la incógnita acaso para un Presidente es más favorable ser querido o ser respetado. El ideal, naturalmente, es que se le dispensen ambos tributos, pero así como está de encendido, fraccionado y friccionado el mundo, y, por ende, Chile, ello no parece posible.
Para el Presidente Boric es imprescindible, casi vital, no perder los afectos de su gente, porque junto a ella marchó en las calles, levantó barricadas, enfrentó a Carabineros, encabezó huelgas y tomas y se farreó muchas horas de clases en aras de “la causa”, que lo han llevado al fracaso en dos exámenes de grado.
Son sus propias generaciones compañeras de andanzas las que no le perdonarán que les falle en sus compromisos de hacerlo todo de nuevo, y de ahí que esté atado a la Convención Constitucional, la que tiene la ineludible misión de hacer lo que él no podrá desde La Moneda.
En su primer discurso desde un balcón de La Moneda, parafraseó la despedida de Salvador Allende antes del suicidio, cuando proclamó que “más temprano que tarde pasarán por las grandes alamedas los nuevos hombres libres”. Para el líder de la Unidad Popular sí tuvo sentido aquella expresión, porque lo estaba sacando del poder un golpe militar, no obstante para Boric, sus dichos son anacrónicos e irreales: los hombres libres de hoy son quienes a diario circulan por el país gracias al modelo diseñado por la actual y agonizante Constitución. Su visión de la democracia y de los derechos fundamentales está distorsionada por la génesis de su formación ideológica, la que, a él y a sus compinches generacionales, les inculcó desde muy jóvenes que se alcanza la condición de hombre libre sólo cuando el individuo es propiedad absoluta del Estado opresor. Como, por ejemplo, Cuba y Corea del Norte.
Querido es, y ello quedó en evidencia en la maratónica y pletórica de ternura cadena nacional de los canales televisivos. Pero, de partida, dejó al descubierto que respetado, no lo es. Horas antes de asumir, ordenó el retiro de más de un centenar de querellas contra los delincuentes políticos que casi aniquilaron el país y quemaron el Metro tras la subversión del 18/O. No le sirvió: un violento ‘mochilazo’ en la ex Plaza Baquedano y piedrazos al Congreso en Valparaíso, alteraron la interminable y clamorosa ceremonia de su asunción al poder.
Dichos enfrentamientos poco amistosos, fueron omitidos por el carnaval televisivo, al revés de la administración anterior en que se les dieron minutos y hasta horas de difusión en vivo. La razón: eso no se le hace a Gabriel, “a uno de los nuestros”.