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CON LAS MANOS DEL GATO


VOXPRESS.CL.- Sin quererlo, porque su contingente se encuentra dedicado a proteger sus cuarteles de la permanente amenaza extremista, los militares se han visto involucrados en dos episodios de connotación pública, uno molesto y el otro indignante, por decisiones de quien se mal acostumbró a sacar las castañas con las manos del gato, dada su más que comprobada falta de autoridad y coraje: el Presidente de la República.


Uno es su “participación” en el conflicto terrorista rural de La Araucanía y el otro fue la “derrota” del general Manuel Baquedano ante el terrorismo urbano.


Conscientes de que nunca más el horno estará para bollos, como en 1973, prefieren concentrarse en sus propias labores, a excepción de que, el próximo mes, tendrán que redoblar la vigilancia nocturna en los solitarios centros de votación, con urnas con votos, sólo al resguardo de ellos con armas sin balas.


La oposición, en especial la izquierda dura, no los quiere ver ni en fotos, menos en patrullajes, desfiles y monumentos, porque “son un símbolo de división y no de unidad”. Con poco disimulo y sigilo, el Gobierno las llamó para “ayudar” en la protección de la frontera norte, estremecida por la invasión de inmigrantes ilegales y por la progresiva internación de drogas.

Los militares, y esto hay que decirlo, son renuentes a participar en cualquier tipo de acciones, porque se sienten en el medio del pastel, es decir, con la inminente mordida por arriba y por abajo.


Su última aparición resultó tan inútil como pasajera: su resguardo del orden público inmediatamente después del Golpe subversivo del 18/O. Con órdenes –de la autoridad civil- de no reprimir el vandalismo desatado, casi por instinto los oficiales se retiraban de los sitios de mayor virulencia. El único que hizo uso de su arma, un sargento en Concepción, fue inmediatamente dado de baja.


El dilema sobre la actuación militar radica en su finalidad: su razón de ser no es la de custodiar el orden ni contener “por las buenas” la violencia. Las FF.AA. son diseñadas e instruidas exclusivamente para ser activas y no represivas. Atacan, y con proyectiles de verdad. Y punto.


En el mundo entero, en países súper desarrollados y en los más subdesarrollados, los Jefes de Estado recurren a los militares para sofocar rebeliones -como la del 18/O- u otro tipo de alteraciones, como atentar contra la institucionalidad constitucional. En el mundo, ante cualquier asomo de terrorismo se convoca a los militares, y las opiniones o malhumores de la izquierda, se los lleva el viento.


Así como México tiene el record de terrorismo narcotraficante en Latinoamérica, Chile es el puntero en terrorismo político rural y urbano en La Araucanía y Santiago, respectivamente, con la presencia organizada de guerrillas adiestradas, con armamento pesado y con financiamiento interno y externo.


Llamada macrozona por la extensión de las actividades subversivas, los habitantes de La Araucanía hace años que claman, y suplican, por “mano dura”, para exterminarlas y poner fin al clima de terror, de despojos, de abusos y de asesinatos. El Presidente, en un discurso de campaña en 2017, prometió hacerlo, pero llegado el momento recurrió a cualquiera artimaña para dejar correr el tiempo y, así, evitar alguna censura en masa del socialismo internacional. Nunca, en ninguna parte del mundo, sólo la policía ha sido capaz de desbaratar una rebelión, y éste es el caso de carabineros, para peor inhibidos, frente a comuneros comunistas armados hasta los dientes.


Por la brutal escalada de violencia rural, para aplastarla era, y es, cuestión de decretar Estado de Sitio, dándole poder y respaldo al Ejército, amparándose legalmente en las facultades que, para estas circunstancias, le otorga la Constitución. Pero el pavor al ‘que dirán’ y a las críticas que pudiesen herirlo, intimidaron al Presidente, subordinando, así, la seguridad interior, la integridad territorial y la libertad de trabajo.


Para amedrentar al terrorismo, que no resultó, La Moneda optó por minimizar una parcial participación militar en la Región con la real finalidad de aquietar los ánimos de sus habitantes rurales. Para ello, creó patrullajes mixtos de militares, carabineros y detectives.


El Ejército derivó en un trabajo que no es de su naturaleza, la prevención, y para peor con las instrucciones de evitar enfrentamientos, sino sólo dar soporte a las policías. En su oportunidad, el ministro del Estado redujo su papel “al caso en que Carabineros sea superado por el poder d fuego de los comuneros”…


Ante tan arbitraria situación, no tardó en arder Troya, porque los oficiales de la zona cuestionaron el sistema, que, precisamente, los dejaba en la mitad del sándwich. Ellos tienen presente que, no hace mucho, un Jefe de la Defensa en la macrozona se vio afectado por una crisis, luego de que una patrulla “de prevención” fue atacada, un balazo terrorista impactó en el casco del soldado y, por ceñirse al protocolo, él no pudo dar la orden de repeler el ataque.


Esta realidad fue denunciada públicamente por el Delegado Presidencial en La Araucanía, Cristián Barra, quien dijo, textualmente, que “los militares son reticentes (a participar en los patrullajes). Me toca reunirme con ellos, como Jefes de la Defensa en las distintas Regiones, y particularmente encuentro insólito que lleguen a las reuniones con abogados, para poder decir por qué no pueden hacer las cosas que uno quisiera”. La Moneda se limitó a decir que “sus opiniones no las consultó antes”, y lo sacó de ese cargo para trasladarlo a otro en Interior.


Barra representó tan sólo una realidad súper conocida que es el peligro que corren los militares cuando son expuestos sólo por medidas ‘correctamente políticas’ y que carecen de un categórico respaldo de parte de la autoridad civil. Si llegasen a actuar, arriesgan de inmediato su carrera, su futuro, un sumario, la baja, una demanda criminal y, finalmente, Punta Peuco. Por eso, y nada más que por eso, se hacen acompañar de abogados, porque saben, y muy bien, que el Presidente, él mismo que les pide intervenir, no los respalda, ni lo hará, para mantener incólumes las forzadas sonrisas de la izquierda.


Lo vivido en La Araucanía tiene alguna similitud con el desenlace del desmontaje de la estatua al general Manuel Baquedano. El Presidente, tembloroso por la indignación generalizada que en la sociedad culta produjo tal atropello a la historia, declaró que “volverá lo más pronto posible a su lugar”, siendo que por sus propias instrucciones, el Consejo de Monumentos Nacionales acordó llevárselo de ahí “durante un año para restaurarlo”.


A las pocas horas de ello, alguien, de la autoridad civil, ordenó construir alrededor de la base del monumento vacío, un muro de protección, “porque allí se encuentra la tumba del Soldado Desconocido”. Dicha inconsistente explicación no resiste una mínima credibilidad, porque el cadáver momificado corresponde a un anónimo militar combatiente caído en la batalla de Tacna, tan héroe como el retirado y desprotegido Manuel Baquedano. Esa pared y la ahora sobreabundante presencia policial, pudieron concretarse hace meses y evitar este ultraje al Ejército y a sus hazañas bélicas.


Durante 93 años, casi un siglo, la Plaza Baquedano fue un símbolo y eje de la actividad de la capital. Hoy, carece de todo sentido que el lugar que continué llevando el nombre de quien no está ahí por ser cobardemente entregado al adversario político. Ya mismo se está planeando un plebiscito para elegir quién debe ser recordado en ese sitio, y cuyo requisito debe ser el de unir a todos los chilenos. O sea, nadie.


Lo más atinado y criterioso parece ser que el Mandatario ‘resucite’ a su gran amigo y a quien quería como su sucesor en La Moneda, Moreno Charme, para que pueda, al fin, lucirse como ministro, ahora desde el MOP, para que allí no haya más una rotonda, sino dos grandes vías que, sí realmente, unan a Santiago y Providencia.


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