CADA VEZ MÁS CERCA

VOXPRESS.CL.- Hace algo más de un año, en un machitún televisivo de panelistas de izquierda, el entonces diputado y presidente presencial de RN, Mario Desbordes, rebosante de entusiasmo proclamó que “hemos derrotado a los violentistas”, ello en referencia al falaz Acuerdo de Paz, en el cual él jugó un rol clave como intermediario del Presidente de la República.
Nadie, absolutamente nadie de quienes suscribieron dicho Acuerdo, al cumplirse hace poco el primer aniversario de tan indecoroso engaño, reconoció que no se ha cumplido ni la primera letra de ese documento calificado, en su momento, de histórico.
Acosado, y asustado, por el Golpe extremista del 18/O, la oposición le garantizó al Presidente su permanencia en el cargo a condición de que renegase a la Constitución del 2005. En esas mismas horas, solitariamente, Carabineros se encargaba, a duras penas, de sostener el Estado de Derecho y, específicamente, de impedir que las hordas subversivas materializaran su intención de llegar a La Moneda e. Hace poco, un afín a la (ex) Concertación reveló que el Mandatario, en la práctica, estuvo seis días fuera del cargo.
Raya para la suma, todavía choqueado y medio aturdido, el Presidente volvió a La Moneda para, desde el palacio, monitorear e instruir –a Desbordes- las tratativas oficialistas por el Acuerdo de Paz, las que subían de tono y temperatura en la sede capitalina del Congreso. El resultado se conoce: no sólo entregó la Constitución sobre la cual juró respetarla, sino se hizo partidario de eliminarla y aceptó compartir el poder, permitiendo el escenario actual en el que manda un Parlamento de facto.
La violencia del extremismo subversivo jamás desapareció, y ni siquiera aminoró luego del Acuerdo. El vandalismo político sólo se aquietó, y no de modo total, tras el devastador arribo de la peste exportada por la dictadura comunista/capitalista china. Incluso, por encima de las drásticas limitaciones sanitarias, una dirigente comunista se dio el lujo de advertir que “la violencia no entra en cuarentena”.
Disminuyó, es cierto, por el generalizado pánico al contagio, pero, en rigor, siempre hubo focos. Apenas disminuyó la curva de transmisión del virus, el extremismo retomó su protagonismo con jornadas casi diarias y bien programadas en varias ciudades del país, aunque, siempre, con énfasis en el Gran Santiago. Los blancos predilectos de las turbas ideologizadas siguen siendo las comisarías, los locales comerciales, las entidades financieras, templos religiosos y, al igual que hace un año, el palacio de La Moneda. Estas acciones son alentadas y transmitidas en directo por dos radios online.
Aprendida la lección del 18/O, el Metro cierra preventivamente los accesos a sus estaciones, y ello con los contratiempos y el malestar de sus usuarios, en tanto sus propietarios ven impotentes cómo son destruidos y saqueados sus locales. El último gran ‘evento’, como ahorra se define al vandalismo, se resume así: 33 masivos desórdenes públicos con barricadas, 16 de ellos en el Gran Santiago y 17 en el resto del país. En sus esfuerzos por disuadir las manifestaciones, 13 carabineros resultaron con lesiones leves, 2 menos graves y 2 graves. Nadie del Gobierno los ha visitado…
La policía sufrió cinco ataques a sus cuarteles, y ésta es una clara explicación del porqué sus funcionarios no están en todas partes al mismo tiempo, como lo exige la población: tienen, antes que todo, cuidar lo propio.
En esta prevista nueva ola violentista, el objetivo principal de las manifestaciones continúa siendo Plaza Baquedano, una especie de símbolo de triunfo del extremismo, pero en las últimas jornadas, las acciones se han canalizado, como a la antigua, en el centro/centro de la capital, aviso evidente de su invariable interés por “conquistar” La Moneda para vengar por sus manos el desalojo del que fue víctima el socialismo en 1973. Atendida esta nueva realidad, en palacio se redoblaron los sistemas de seguridad y defensa.
Lo insólito de esta situación es que quienes luchan duramente por evitar que lleguen al palacio presidencial, son los mismos a los cuales el Mandatario se empeña en perjudicar, e incluso en menoscabar.
Por imposición del INDH, el Mandatario, con el coro del Ministerio del Interior, se esfuerza en obligar a la policía reprimir la violencia en forma “proporcional”, esto es, que no utilice medios superiores a los de los extremistas. La institución, por su naturaleza, constituye autoridad y, como tal, tiene necesariamente que recurrir a herramientas más poderosas para ejecutar su rol. Pretender que enfrenten a los vándalos con palos, cuchillos, piedras y rayos láser, como ellos, es una estupidez sin nombre.
De capitán a paje, en este país no hay alguien que no aspire a que, a la brevedad posible, retorne la normalidad perdida, primero por los violentistas y, después, sepultada definitivamente por la epidemia. Pero Chile no recuperará jamás su estado natural de paz y armonía acaso no se extermina, con la energía que corresponde, el accionar de los violentistas políticos. Ello jamás se materializará si prevalece la actitud del Presidente de restar cada vez más las facultades de la única, sí, la única, institución que valerosamente lucha en las calles por mantener la democracia.
Si el Presidente continúa querellándose contra quienes combaten la delincuencia común y el violentismo ideológico, hay que olvidarse de un retorno a la normalidad plena en el país.