BORIC UNO, DOS Y TRES

VOXPRESS.CL.- “No hay peor ciego que el que no quiere ver” dice un proverbio que, si se aplica a la realidad chilena, calza a la perfección. Más de 4,5 millones de compatriotas votaron para que Gabriel Boric, un extremista acuñado en las revueltas estudiantiles, fuera electo Presidente de la República; más de 3,5 millones lo hicieron en su contra y hay otros 6 millones que no se tomaron la molestia de concurrir a sufragar, es decir, no se les puede considerar adherentes suyos.
Sin embargo, pese a esta estadística, existe entre la gente la percepción de que así como, en su oportunidad, Bachelet fue considerada “la madre de Chile” (¿?), ahora se respira un aire de que el futuro Mandatario es “el niño de Chile”, mimado, regaloneado y perseguido como si se tratase de un rockstar.
Tanto objeto de ternura y casi de sumisión a su persona, recuerda –con las debidas proporciones— a la locura que, en su momento, originó el primer Presidente negro de Estados Unidos, Barack Obama, al punto que la primera preocupación de las periodistas locales enviadas a su asunción al poder, fue fotografiarse con él. Se negó, eso sí, a firmarles autógrafos.
El bueno de Obama fue premiado con el Nobel de la Paz, pese a su protagónica iniciativa en la guerra de Afganistán y en la invasión a Irak.
Boric es hoy un niño buenito y tierno, pese a que solidariza con los terroristas de La Araucanía y que en su primer programa describió al “barrismo social” -delincuentes que actúan al interior de los estadios de fútbol- como “indispensable agente de presión”, al igual como los vándalos callejeros que no han cesado en sus actividades después del 18/O.
Días atrás, censuró públicamente el que esos “barristas sociales” obligasen a suspender el partido, en Concepción, entre Colo Colo y la UC.
Esta conducta suya, seguramente inadvertida, es una prueba de este fenómeno, en cuanto a que la gente ve a Boric como lo quiere ver y no cómo se le debe ver.
Sólo el cronograma de las dos vueltas electorales son suficientes para desconfiar de él y, más precisamente, para presumir que él y el grupo que armó su candidatura calcularon fríamente los pasos que debían darse, y que se están dando, para concretar la meta soñada y propuesta por el extremismo.
El programa 1 de Boric, el de la primera vuelta, nada tiene que ver con el 2 de la segunda: lo relativizó y generalizó al punto de terminar haciendo una sociedad con quienes fueron declarados enemigos públicos por el Frente Amplio y el Partido Comunista.
Este abrupto giro, él y su grupo lo definen como transversalidad y la flamante vocera de La Moneda, una comunista dura como Camila Vallejo, aclaró que este Gobierno es de “centroizquierda”, aunque todo el mundo tiene claro que, al menos en este país, centro no hay.
El Boric 2 sustituyó la inmediatez de las transformaciones profundas consignadas en el programa 1 por la gradualidad y por su repentina preocupación por la recuperación económica, como si fuese un genuino Chicago Boy, aunque sin titularse, por cierto.
El Boric 1 fue cabecilla de una revolución dispuesta a asaltar el poder para conquistarlo a cualquier precio, y el Boric 2 fue un pacífico dialogador que le quitó el miedo a la gente por su extremismo, traspasándoselo hábilmente a su rival. La falsedad de su mutación llegó al límite de designar en Hacienda a quien él, en persona, hizo pedazos por oponerse al cuarto retiro de fondos de pensiones.
Ahora surge un Boric 3 que anuncia que se jugará por entero por la Convención Constitucional, regalándole al país su imagen más creíble. Es ésta la jugada que la gente no ve o, simplemente, no quiere ver, ya que dada la nueva conformación parlamentaria, podría ser hasta posible que no le corra ningún proyecto en el Legislativo, es claro, si la derecha deja su estúpida fraseología populista en cuanto a que hará una oposición constructiva, o colaborativa. Chile está rotunda y definitivamente fragmentado y el futuro del país demanda una actitud dura y acorde a lo que se defendió en la elección y a lo que se debe defender en la Convención a través del Senado.
A esta mancomunada izquierda no le quita el sueño carecer de mayoría en el Legislativo. No se desvela por ello, al punto que el Presidente designó como intermediario entre el Parlamento y el Ejecutivo a uno de los personajes con menos atributos para establecer diálogos y llegar a acuerdos: Giorgio Jackson. Fracasó rotundamente cuando intentó acercar al PS al Frente Amplio, esto antes del 18/O.
Configurados todos los artilugios para llegar al poder e instalado en éste, el objetivo de la mancomunidad izquierdista es plasmar el nuevo modelo institucional. Para ello no existe otra vía que la Convención, en la cual tiene una mayoría abrumadora y arrolladora. Allí estarán puestas las fichas del Ejecutivo.
Fiel a su hábito de no querer ver, los chilenos se encontrarán, de golpe y porrazo, con una nueva Constitución refundacional y estiradas al máximo sus exigencias en las transformaciones profundas, sólo posibles en el marco de esta instancia. Ayudarla a obtener ese objetivo es la principal misión de Boric, porque ése ha sido, siempre, su meta.
Un episodio casi circunstancial revela que ninguno de los roles que juegue La Moneda será más importante que cualquiera de los muchos que está jugando la Convención. Aucán Huilcaman, uno de los dos cabecillas del terrorismo de comunidades comunistas del sur, se jactó de la irrelevancia de “estos hippies progre” que llegaron a La Moneda, y las respuestas del Presidente electo fueron que “no renovaré el Estado de Excepción” y que “la violencia no se resuelve” con las armas de los militares”.
El plurinacionalismo, la prevalencia de las etnias y hasta la soberanía de un Estado mapuche estuvieron en el programa 1 de Boric, y también lo están en las carpetas de una mayoría incontrastable de convencionales.
¿A cuál de estos tres Boric habrá que creerle? Sin duda, al de primera vuelta, cuyo programa incluyó la misma temática que la de la Convención, y que es, en definitiva, la que llevará a la izquierda a materializar su gran objetivo. Desde La Moneda y con el Congreso enfrente, no podrá hacerlo. Lo sabe hasta la presidenta del Senado, quien gracias a un micrófono descuidadamente abierto, comentó que “me sentaré a ver esta pelea”.