AHORA O NUNCA

VOXPRESS.CL.- Desde los inicios del año escolar, circula en las redes sociales un audio, absolutamente auténtico, que refleja la angustia de una joven docente de Básica de un colegio en La Dehesa. Desesperada por la imposibilidad de ordenar a sus precoces alumnos vía online, le contó a sus compañeras, a través de un mensaje de voz, su drama, con el agregado de algunos espontáneos chilenismos: le costó el puesto.
Más allá de su controvertido desenlace, el episodio refleja la inédita experiencia vivida por el profesorado con el poco efectivo sistema de las clases a distancia, impuestas por el virus chino, y que está generando el más gigantesco apagón en la historia de la educación chilena y todo un caos en el contingente docente.
Si el profesorado, por sí, encara dificultades diversas en el sistema presencial, es más que explicable que, en la nueva realidad, se llegue a situaciones como la narrada.
Se supone, con alguna dosis de fe, que algún día tendrá que recuperarse la normalidad, y, por ende, todos, docentes y alumnos, vuelvan a reencontrarse en su hábitat natural: un aula. Es, precisamente ésta una de las causas de un fenómeno que está afectando fuerte al magisterio: el abandono de la profesión por parte de las generaciones más jóvenes. Un estudio reciente reveló que se ha incrementado el retiro ya al quinto año de ejercicio, lo que, sumado al aumento del desinterés por estudiar pedagogías y al consecuencial cierre de carreras de licenciatura en Educación, se configura un negro escenario para el ámbito más trascendental de toda sociedad -la enseñanza-, lo que apura, con extrema urgencia, una reforma total, siempre prometida y nunca materializada. Todos los intentos conocidos han apuntado, como los de Allende y Bachelet, a las utópicas igualdad e inclusión, pero jamás a la calidad.
Ésta, la calidad, es la piedra angular de una eficaz entrega de conocimientos y radica, única y exclusivamente, en la jerarquía del profesorado. Desde este factor, la docencia, tiene forzosamente que partir cualquiera reforma educacional, aunque mucho se duda que ello pueda lograrse en la Asamblea Constituyente, dada la precaria impronta intelectual de los candidatos a convencionales, un decepcionante nivel que ha dejado en evidencia la Franja Electoral.
La enseñanza en Chile, y no sólo la pública, entró en una crisis profunda, a mediado de los 50 cuando el comunismo internacional la consideró uno de sus objetivos centrales de penetración. Ejemplo de ello es la conducta de una profesora del Pedagógico de Santiago (Macul), que encabezó a un piquete de sus alumnos en el armado de barricadas y en el lanzamiento de bombas Molotov a la policía, después del 18/O.
La situación empeoró con el surgimiento de universidades privadas que comenzaron a dictar pedagogías como si fuera pan caliente, atrayendo a un sector de bajísimo rendimiento escolar y con pocos recursos económicos, sin más objetivo que el obtener un “cartón profesional”. Entre ambos factores se perdió de una plumada lo más sagrado de la docencia y que décadas atrás lo interpretaron con excelencia l@s normalistas.
Éste parece ser el momento oportuno para provocar el gran remezón, un cambio total, en la educación, porque aquél hay que iniciarlo desde la docencia: profesores con vocación, bien remunerados, con estímulos por rendimientos, con sanciones “por salirse del libreto” y que transmitan conocimientos útiles para un futuro inmediato y remoto. Para ello se requiere de una reprogramación global de los programas, éstos, ojalá consensuados por el Ministerio de Ciencias y no por el MINEDUC, uno de los más politizados en todos los Gabinetes de cualquier Gobierno.
La pregonada “educación de calidad” demandada en todos los discursos simplistas de la politiquería doméstica es, sí o sí, el primer paso en el indispensable cambio total del sistema, y para ello tiene que cambiar el estatus del profesorado: bien remunerado y de excelencia en todos los niveles de la enseñanza pública y privada. Es fuerte decirlo, pero es un hecho de la causa que, hoy, el magisterio es de muy bajo estándar y ya anclado en un ritmo mediocre, imposible de ser mejorado. El “nuevo Chile” que tanto vociferan los políticos, debe partir por la calidad del profesorado, porque sólo así, en el país habrá más preparados que ignorantes y más pensantes que estúpidos.
Según el estudio, del Instituto de Investigación Avanzada en Educación (IE) y del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile, el 20% de los profesores deserta al quinto año del ejercicio docente, impulsado por el agobio y por la desmotivación por sus bajas rentas. Al primer año laboral se retira entre el 6% y el 12%, tasa que decae con el tiempo.
Ya en 2006 se detectó que, luego de una década de trabajo, el 30% había desertado en forma definitiva, fenómeno que se da mayormente entre varones que trabajan en colegios particulares subvencionados, en la enseñanza media. En el caso de las mujeres, la cifra más alta corresponde a la educación parvularia. La mayor deserción se produce en Media y en la técnico-profesional, donde el 40% de los docentes abandona al quinto año.
Comparativamente, las tasas de deserción son menores a las de Estados Unidos e Inglaterra, donde llegan al 40% al quinto año; en estos países, los retiros no son motivados por bajos ingresos, sino por el clima de efervescencia en las aulas. En Chile, la mayor parte de las mujeres dejan el trabajo luego de la maternidad, porque –denuncian- no les queda tiempo para dedicarlo al hogar. La súper jubilada normalista Norma Fuenzalida (83) lo atribuye a “falta de vocación”, porque, según ella, “esa situación estresante la vive toda la clase trabajadora del país”.
Agudiza este panorama docente la fuerte caída en el interés por estudiar pedagogías. Un análisis del Observatorio de Formación Docente considera un total de 9.609 los estudiantes admitidos en programas de licenciaturas en Educación. Entre 2018 y 2020, la matrícula de primer año cayó 29% y la deserción tras dos semestres llegó a un 30,4%.
La renuencia a matricularse en pedagogías -en particular, Historia, Matemáticas y Ciencias- ha repercutido directamente en las universidades, las que han debido cerrar 58 programas, y ello con el impacto económico que implica. Pero, hablando de calidad, estas cancelaciones se han debido a que los planteles no cumplieron con las exigencias de las acreditaciones, esto es, estimulaban el facilismo en el aprendizaje, motivando, en consecuencia, un daño futuro a la educación y a los eventuales alumnos.
El escenario no puede ser más desolador para la educación chilena, y por lo mismo, se debe ‘hacer la pérdida’ y empezar de cero en lo más clave para el desarrollo de un país. La calidad en las aulas -momentáneamente en los computadores- es el comienzo de todo: sin profesores de categoría, jamás habrá jerarquización del aprendizaje.