LOS DIÁLOGOS INCONDUCENTES DEL GOBIERNO

VOXPRESS.CL.-Este Gobierno en particular, desde que asumió el Presidente, el 11 de marzo de 2018, escogió un solo camino para desarrollar su programa, el del diálogo, mal denominado “política de los acuerdos”. Una estrategia de esta naturaleza es llevadera en la medida en que las partes involucradas tengan, al menos, un mínimo de interés en solucionar o, al menos, aminorar sus diferencias, e ir avanzando, tras soluciones para que las divergentes puedan llegar a un punto de convergencia.
Antes de iniciarse cualquier tipo de conversación destinada a un eventual entendimiento, y no sólo en política, es clave tener claro el escenario y los contenidos del conflicto que se pretende arreglar. El Presidente que representa a Chile Vamos, desde el primer minuto omitió algún tipo de análisis previo de la situación general sobre la cual iría a conversar: anunciaba, proponía la materia, insinuaba su objetivo, siempre planteando que “el mejor camino”, es el suyo, y recién como punto final, convoca a un “diálogo generoso” a quien carece de disposición para sentarse a una mesa de negociaciones.
Sin estrategia alguna y plenamente consciente de que no cuenta con el Parlamento para poder realizar una gobernabilidad medianamente normal, actúa como si tuviese mayoría legislativa, creyendo, precisamente, que en un diálogo, la carga se arregla en el camino. Eso jamás ha sucedido en casi tres años de gestión y sólo el Legislativo tuvo la gentileza de hacerle ciertas concesiones cuando recibió un buen porcentaje de cogobierno, con la materialización del Parlamentarismo de facto, hoy en plena vigencia y a toda vela.
Hay quienes, y con justa razón, se preguntan para qué un plebiscito conducente a cambiar la Constitución, cuando ésta, sin votación, ha sido violada en varios de sus articulados,y, sin dolor para nadie, sino sólo para la democracia, se estableció, sin el menor ruido, un régimen semipresidencialista, al perder potestad el Jefe de Estado y reducirse a un simple Jefe de Gobierno.
Es muy diferente un diálogo ofrecido por un Jefe de Estado al ofrecido por un restringido Jefe de Gobierno y, para peor, representante sólo de los partidos que lo proclamaron candidato. El Presidente plantea conversar y pactar en una posición desmedrada, en una postura más cercana al vencido que al vencedor, y ello porque está plenamente consciente del total y absoluto fracaso de su “política de los acuerdos”. Los que ha conseguido han resultado adversos para él.
Temeroso a las críticas, con pánico frente a sus adversarios políticos, consciente de su pérdida de jerarquía y siempre contando los días para salir indemne de esta pasada, sabe que no puede golpear ninguna mesa y está muy claro que no puede imponer ninguna medida de fuerza contra nadie, porque no se atrevió a hacerlo cuando todo el país le pidió que lo hiciera, primero tras el Golpe extremista del 18/O y, después, con el alzamiento narcoterrorista en La Araucanía. Ha llegado a ser inaudita la audacia permitida a los comuneros extremistas, al punto de continuar con sus tiroteos, incendios y saqueos en medio del diálogo del Gobierno con los camioneros, quienes declararon un paro nacional, precisamente por ser víctimas predilectas de ese terrorismo. Les queman, en promedio, seis camiones a la semana.
El Gobierno -en principio sus asesores, quienes fueron declarados irrelevantes-, nunca se atrevió a comprometerse a exterminar la guerrilla rural, única vía de garantizar la normalidad en las rutas de dicha zona. Ello, porque al mismísimo narcocomunismo le ofrece diálogo para que deponga las armas y los ataques incendiarios. Una familia entera debió huir en un bote por el lago Lanalhue, luego de que los terroristas le quemaran su casa.
Fresco está el recuerdo de la incalificable e inaceptable ‘negociación’con un doble asesino, ícono de la lucha subversiva de los comuneros. El haber llegado hasta los ruegos frente a un bien alimentado machi en supuesta huelga de hambre, dejó al Gobierno muy mal parado, al ceder a las exigencias del delincuente que pena 19 años de cárcel.
No hay que ser demasiados listos para deducir que los camioneros en paro sabían que el Ejecutivo siempre termina por rendirse en sus acuerdos y, más encima, lo agradece, como suele ser la costumbre del Presidente de rendir honores al Parlamento. “Si no quiere enviar un proyecto de reforma constitucional para que voten los contagiados en el plebiscito, lo haremos nosotros” lo amenazaron tres senadores de oposición.
El gremio del transporte de carga, independiente de sus sensibilidades políticas, es para el país y para la economía pública y privada muchísimo más relevante y trascendente que el engatusamiento por parte de un machi criminal, a quien le fue asignado como interlocutor al ministro de Justicia.
Mientras más extiende sus diálogos estériles, el Gobierno más presiones recibe de parte de los medios de comunicación que lo instan, e incluso, azuzan, a que tome medidas de fuerza contra los transportistas, la misma que condenan a gritos y con denuncias cuando, en otros tiempos, era utilizada para preservar el orden público y disolver manifestaciones violentas. El periodismo actual, heredero de las viudas de la vía chilena al socialismo, sabe de la fortaleza del gremio de camioneros y, por lo mismo, lo acusa de “golpista”. Sólo ahora repara en los obstáculos de las mercaderías para llegar o desembarcar de los puertos, pero olvida que durante la epidemia el comercio navegable estuvo paralizado. Alardea la prensa por el desabastecimiento, pero omite que el Ejecutivo tiene herramientas (fiscales) a la mano para transportar vía aérea los insumos faltantes a cualquiera zona del país.
El desastroso panorama de la violentada seguridad ciudadana, urbana y rural, es consecuencia de la “política de los acuerdos”. El permanente fracaso de los diálogos, es un retardador del único objetivo presidencial por estos días: terminar su período. No han conducido a la solución de ningún conflicto en tres años por la elemental razón de que el Gobierno no puede enfrentar los problemas con la altivez de una autoridad, porque ésta la perdió definitivamente con el ficticio Acuerdo de Paz, en que le cedió la Constitución y parte del poder al adversario político.