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LA CONSTITUCIÓN ES PARA LA GENTE, PERO NO HECHA POR LA GENTE


VOXPRESS.CL.- La mirada corta del chileno, ésa que apenas ve más allá del perfil de su nariz, es la que está prevaleciendo en los preparativos, tan exquisitos y detallistas como di se tratase de la Parada Militar, y esa mirada cortita apunta a que, ojalá, el mayor número de gente pueda participar en el plebiscito, hasta los contagiados con el virus.

La esperanza por la masividad participativa es tan grande, que se confía a ciegas en las medidas de seguridad que adoptará el SERVEL para aminorar las posibilidades de infectarse de los concurrentes a los locales de votación. Todo ello a un costo que desbordará cualquier presupuesto anterior para un acto electoral, y ello pese a la despiadada crisis económica.

La oposición política y parlamentaria; la de un sector de RN, la de un grupillo del Gobierno, incluyendo al Presidente y algunos de sus ministros y, naturalmente, la de la militancia de la izquierda en pleno, así como el mismísimo SERVEL, es que el plebiscito del 25 de octubre resulte un éxito de asistencia, de participación ciudadana, en la esperanza de los partidarios del Apruebo, en cuanto a que ése solo elemento sea la luz verde para una nueva Constitución a partir de cero.

Para la última elección presidencial (2017), de los 14 millones de ciudadanos habilitados para sufragar, sólo concurrieron a las urnas menos de 7 millones. Esta simplista teoría del voto masivo parece suficiente para el propósito de dotar a Chile de una nueva Constitución…y totalmente distinta a la actual.

Muchísimo más importante que el número de votos plebiscitarios será la composición del contingente humano destinado a redactarla. El referéndum es apenas, la primera parte de un proceso que tendrá su piedra angular en la convención que proceda a escoger sus contenidos.

En medio de las elecciones parlamentarias y presidencial del próximo año, la ciudadanía tendrá que pronunciarse, además, y en el evento de que triunfe el Apruebo, acerca de los nombres de quienes integrarán la Convención que se abocará a esa tarea.

Ése es el punto extremadamente sensible respecto al futuro de la Constitución y, con ella, el de Chile. El país ha ido de mal en peor, precisamente por el progresivo deterioro intelectual de su población, la que no suele elegir como ‘representantes del pueblo’ a los más iluminados, a los más versados, a los más criteriosos y a los más honestos. No deja de ser trágicamente contradictorio que la misma ciudadanía que los vota, los califica de “la peor lacra”, y ubica al Poder Legislativo en el último lugar de evaluación de las instituciones públicas.

Un somero repaso a la historia del país permite dar fe de que las anteriores Constituciones -1983 1925 y 1981- emergieron de la cabeza de los personajes más selectos de la sociedad chilena de esos tiempos, en tanto, como contrapartida, para la elección de una eventual Asamblea o Congreso Constituyente votarán los mismos que reiteradamente, y por años, lo han hecho por los ‘pinganillas’ que a todo nivel desempeñan cargos públicos de enorme trascendencia para los destinos del país.

Lo más probable, casi seguro, es que una instancia tan determinante termine siendo un salpicón de lo peor a que intelectualmente pueda echar mano la gente.

La Constitución de 1983 no nació del ‘gusto del consumidor’. La efímera Carta Fundamental de 1828, con una gran visión de la problemática de una nación naciente, consideró en su artículo 133 una Convención que se dedicaría a modificarla si las circunstancias así lo requerían, esto es, una revisión de los mecanismos que estaban fallando.

En el marco de una ciudadanía reducida y en el marco de una sociedad en que todos se conocían, se conformó una Convención para reformar la anterior, con 16 diputados y 20 ciudadanos de “conocida probidad e ilustración”, que fueron escogidos por la Cámara.

¿Qué hizo esta Convención o, para usar un término de moda Asamblea Constituyente? ¡Convocó a un grupo de intelectuales para que la escribieran!: Mariano Egaña, Manuel José Gandarillas, Gabriel José Tocornal, Santiago Echevers, Juan Francisco Meneses, Agustín de Vial Santelices y Francisco Antonio de Elizalde​, tarea que llevaron a cabo entre octubre de 1831 y abril de 1832.

Mariano Egaña presentó, además, un proyecto alternativo que se conoció como voto particular. La Convención se limitó a revisar el proyecto y el texto definitivo fue aprobado en la sesión del 22 de mayo de 1833, fue enviado al Presidente José Joaquín Prieto, quien la promulgarla y jurarla el 25 de mayo de 1833.

La Constitución de 1925, vigente hasta el 11 de marzo de 1981, fue elaborada por una comisión designada y encabezada por el Presidente Arturo Alessandri Palma, sobre la base de un proyecto elaborado por su ministro José Maza. Este texto es el mejor ejemplo de que las Cartas Magna son mejor reformarlas según los requerimientos de la institucionalidad, y no sustituirlas partiendo de cero: La del 25, tuvo modificaciones en 1943, ​1947 y 1959.

Recién fue modificada en lo sustancial por la de 1981, con una reforma radical en su contenido, firmada por el entonces Presidente Ricardo Lagos en 2005.

La de 1981 tuvo un plebiscito, como el que viene, con la finalidad de que la ciudadanía se pronunciase acerca de SI la quería o no. La encargada de sus contenidos fue una Comisión de Estudio integrada, como corresponde, por expertos constitucionalistas: Enrique Ortúzar Escobar; el académico de la Pontificia Universidad Católica Jaime Guzmán; Sergio Diez Urzúa; Gustavo Lorca Rojas y Alicia Romo Román; los democratacristianos Alejandro Silva Bascuñán (de la Corte Suprema) y Enrique Evans de la Cuadra, además del ex militante del Partido Radical y profesor de la Universidad de Chile Jorge Ovalle.

Dada la traumática experiencia marxista vivida por el país, la Constitución consideró lo que se consideraron “enclaves autoritarios”, con la finalidad de que Chile no volviese a caer en las llamas del socialismo, pero aquéllos fueron eliminados por la reforma de Lagos, quien proclamó que “por fin tenemos una Constitución totalmente democrática”.

Esta Constitución, que está por cumplir 40 años, es la que, con la masiva participación de una ciudadanía tan poco ilustrada como desinteresada, es la que será someterá a su voluntad, con la presión populista para que sea borrarla por completo.

Un país sin pasado es un país sin futuro, y prueba de ello es que las poquísimas Constituciones que ha tenido Chile –aunque con modificaciones, por cierto- no han sido elaboradas ni pensadas por las masas de poca o nula conciencia, sino por reducidos equipos de intelectuales pensantes e ilustrados, con los suficientes estudios y conocimientos para no embarcar a Chile en un camino sin retorno.

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