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LOS SANOS TAMBIÉN NECESITAN OXÍGENO


VOXPRESS-CL.- Su población es de 18 millones de habitantes, de los cuales, a la fecha, en Chile 290.000 se han contagiado y 6.500 han muerto por el virus, ello frente a 10 millones de confinados, y varios cientos de miles por más de 100 días consecutivos, toda una desproporción descomunal que, al fin y un poco tardíamente, ha llevado, aunque a unos pocos, a preocuparse de estos ‘enfermos’ que físicamente están bien, pero mentalmente mal, muy mal.

Durante siete meses, y en proporción al progresivo ataque del virus en Chile, verdaderos regimientos del mundo médico y científico se han desvelado por atender a miles de infectados, olvidándose de millones de sanos sometidos a un tormento peor, el de un enclaustramiento forzado, privados del más humano de los derechos, el de la libertad de desplazamiento.

Medio año ha pasado para que de diversos ámbitos estén surgiendo voces que, por fin, proponen paliativos humanos para estos millones de seres sanos que cada día se enferman más de sus mentes. Hasta la fecha, todo lo discurrido para encarar y frenar el virus se ha limitado a acciones clínicas, sociales, económicas, policiales y hasta animales, porque se otorga un permiso para que las mascotas hagan sus necesidades al aire libre, pero se niega cualquier autorización para que un humano pueda salir de su encierro a respirar un oxígeno menos contaminado que el del interior de su vivienda.

El gigantesco operativo para evitar el incremento de contagiados y obstaculizar los desenlaces fatales, ha sido fundamentalmente estadístico y matemático: conteo diario de enfermos y fallecidos. Al tratarse de un virus desconocido y feroz, y para el cual no existe vacuna, fueron muy limitadas las alternativas que le quedaron a la medicina. Ésta actúa ante hechos consumados, porque la prevención queda exclusivamente en manos de la propia población, y, en definitiva, es ésta la que decide cuidarse o exponerse.

En dos oportunidades hasta la fecha, se han solicitado a la Comisaría Virtual un millón de permisos diarios para salir de casa. Cinco mil adujeron la realización de trámites reales, 80 mil solicitaron autorización para compras, 8 mil con horas médicas, 17 mil para pasear mascotas, 300 por soporte a adultos mayores, y el resto mintió sólo con la inevitable necesidad de conectarse con el mundo. La desorbitante cantidad de automóviles en circulación se explica por una aplicación web muy común que avisa anticipadamente la presencia de Carabineros, y con ello una segura fiscalización. Excepto una generación de entre 18 y 40 años que viola las restricciones por una cuestión de individualismo muy arraigado, el resto lo hace casi por desesperación, por un impulso vital: “el hombre nació para ser libre” escribió Immanuel Kant.

Desde un principio se supo que la transmisión y los decesos por el virus están directamente vinculados a individuos con enfermedades de base y con organismos disminuidos, consecuencia de una mala alimentación o del consumo de drogas. Pese a la agresividad y persistencia de la cepa, proporcionalmente es muchísimo mayor el número de personas que han evitado el contagio que quienes se exponen, incluso intencionalmente. Por lo mismo, los más perjudicados son quienes guardan celosa y respetuosamente las cuarentenas, acatan las restricciones y, en millones de casos, no salen de sus casas, ni al jardín, durante meses.

En todos los tonos, y también desde un comienzo, los especialistas en enfermedades mentales dicen y repiten que las consecuencias de un encierro total son tremendamente perjudiciales para la persona. O sea, quien se cuida y evita el menor contacto con otro por temor a contraer el virus, es hoy, porcentualmente, más dañado que quien se infecta. El negarle una cuota de normalidad a un ser humano, origina todo tipo de trastornos emocionales, mentales y físicos que derivan, a su vez, en fenómenos tales como el estrés, el no manejo de la ansiedad, la violencia intrafamiliar –con mujeres y niños de víctimas- y hasta en el suicidio. Sólo se han hecho público tres casos, pero existen más de una docena que, a solicitud de la familia, se mantienen en reserva.

Con los antecedentes que se continúa presentando el virus en el mundo entero, con un promedio de contagios diarios que supera los 200 mil cada 24 horas, no queda más tiempo para encontrarle una respuesta a la muy cierta posibilidad de que esta curva ascendente se mantenga por meses y, quizás, hasta por años. De ser así, ¿los millones de chilenos enclaustrados continuarán así, sin sospechar hasta cuándo? Como si se tratase de un puzzle, a la fecha se ha intentado encajar miles de piezas para aminorar los contagios y, con ello, disminuir las muertes, pero no se ha intentado ensamblar una sola para, si no poner término total, al menos para aminorar los graves efectos de todo tipo que tienen al borde de la locura a millones de confinados.

Todos, cuales más, cuales menos, son víctimas de lo que se conoce como fatiga mental. Ésta se relaciona con los síntomas prolongados de estrés, ansiedad y depresión originados por la inmovilidad, carencia de libertad de desplazamiento y por la falta de recursos.

Unánime es el diagnóstico de psiquiatras y psicólogos clínicos en orden a que todos estos tipos de alteraciones de patologías se deben a la campaña “Quédate en Casa” y, básicamente, al bombardeo cotidiano de noticias negativas difundidas por los medios de comunicación. La pauta informativa de los medios omite algún tipo de estímulo positivo para quien se haya confinado, y con pavor a contagiarse.

Esta dañina mala influencia mediática fue oportunamente advertida, con lo cual se ha paliado el efecto nocivo en las personas, al bajar el consumo de matinales y noticieros.

En estos momentos de crucial incertidumbre, y en los cuales ha habido señales de una leve disminución en los niveles de contagio, los activistas de izquierda insertos en la Mesa social de La Moneda han acentuado su presión para que “a nadie” se le vaya ocurrir atenuar las cuarentenas o acomodarlas sectorialmente, e incluso un Centro de Estudio –cuyo lema es “Por una Sociedad más Justa”- pide la hibernación, esto es, la paralización total del país, sin transporte y sin una sola persona en las calles.

El Gobierno, tan proclive a escuchar a sus adversarios, debe estar particularmente alerta, por la intención de la izquierda dura –Colegio Médico y Rectores públicos- en cuanto a que mientras más caiga la economía, más abonado queda el terreno para la imposición de su modelo socialista totalitario.

Los sanos que han respetado sagradamente las cuarentenas y ejercido a plenitud las normas de protección, no pueden esperar a que, por culpa de otros, les llegue la demencia anticipadamente. Las autoridades no pueden seguir midiendo estadísticamente un solo sector, el de los enfermos por el virus y de los que buscan contagiarse. Con más razón, tienen que darle un paliativo a los que ayudan. Una pequeña apertura al sentimiento de libertad.

Sería un exabrupto llegar a los extremos de otras naciones que con el virus a tope han declarado la plena normalidad. Lo que se espera, y en breve, es aliviar en algo, aunque en una pequeña fracción, a los que silenciosa y respetuosamente han contribuido a que el contagio no sea mayor, ello con todas las prevenciones del caso. Es una cuestión de toda lógica y de mínima justicia.

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