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EL DESORDEN OFICIALISTA TIENE UN CULPABLE


VOXPRESS.CL.- Aunque en rigor el Gobierno está sujeto hasta a las más bajas presiones por parte de la izquierda opositora, ello no es obstáculo para visibilizar, a simple vista, que sus aprehensiones no sólo están en la vereda de enfrente, sino, también, en la propia.

El crítico día a día que vive La Moneda y el oscurísimo horizonte que se vislumbra, tienen raíces, y algunas muy profundas, en el nulo cumplimiento presidencial del programa por el cual fue electo, con una gran mayoría de votos, el 17 de diciembre de 2017.

Tal suceso no dejó de tener una enorme repercusión internacional, porque, por segunda vez, un bloque de derecha desplazaba del poder al socialismo, incluso con una coincidencia histórica: el mismo triunfador y la misma derrotada.

No obstante, poco o nada duró la euforia de este macizo refuerzo a la democracia, a la única que se entiende como tal, sin apellidos ni acomodos. En el primer año de gestión, la coalición triunfante se topó con un líder que se desentendió de sus promesas gracias a su enfermizo afán de ‘internacionalizarse’ y adquirir la misma celebridad de los potentes líderes mundiales. Confiado en un adversario aparentemente dispuesto a un entendimiento para empujar las iniciativas prometidas en campaña, el Presidente omitió alguna estrategia para bloquear un serio escollo que se le presentó desde el primer día: no dejarlo gobernar.

Pasó, así, un primer año sin sabor y con una ciudadanía esperanzada en la materialización de la promesa de “días mejores” y del retorno de las sonrisas.

El segundo año fue el caldo de cultivo para el golpe de gracia que urdió el socialismo internacional. Insaciable en su apetito de grandeza y de sentirse líder primermundista, se codeó hasta con los dueños del mundo y se preparó para dos acontecimientos de gran exposición internacional para él: la Cumbre de la APEC y, luego, rematando el año, la cita anual planetaria organizada por la ONU por el cambio climático.

Entremedio, discurrió la menos genial de sus ideas: transformarse en el paladín sudamericano de la campaña para sacar del poder al dictador del narcoEstado venezolano, Nicolás Maduro. Explotó sin rubor la cobertura mundial que tuvo la intentona de los opositores al régimen socialista de romper las barreras fronterizas con ayuda humanitaria. Sin siquiera habérselo imaginado, de esa actuación suya surgió la primera paleada para su propia tumba. La izquierda se juramentó venganza y con fondos del narcotráfico financió el Golpe del 18 de octubre para derrocarlo. Casi lo logró.

Ése fue el fin del Gobierno de Chile Vamos o, mejor dicho, del Gobierno personalista de Sebastián Piñera. Dicha fecha marcó la peor disyuntiva en su vida pletórica de éxitos: renunciaba o se entregaba al enemigo. Optó por la rendición.

Fruto de tan patética opción, automáticamente sepultó una mínima representatividad de su sector y su política de entreguismo y concesiones originó una natural libertad de acción en Chile Vamos, la que se ha ido acentuando en proporción a la cohabitación presidencial con la izquierda.

La coalición oficialista –que podría interpretarse como de Gobierno- se desbandó y se individualizó en ciertas figuras que, aprovechándose de la ausencia de mando y menos de liderazgo, actúan en concordancia con el total desconcierto causado por el comportamiento del jefe, o supuesto jefe.

Cualquiera, hasta el más manso, se desorienta cuando percibe en su guía, en su conductor, a un individuo de conductas zigzagueantes, sin orientación ni autoridad y, lo más grave, muy distante de los objetivos que prometió como candidato, partiendo por la defensa de la Constitución.

Chile ya estaba mal parado cuando lo atacó la epidemia, de tal modo que la tremenda incidencia negativa en todos los aspectos de la infección, podría ser un atenuante –como para todos los gobernantes del mundo-, pero el real origen de esta crisis de traición política radicó en la absoluta falta de temple, entereza y coraje para enfrentar y sepultar, en el acto, la acción terrorista del 18/O.

A partir de esa fecha, al intentar salvarse solo sin importarle el proyecto país de su Gobierno, el Presidente no sólo le entregó el dominio del poder al adversario, sino abandonó a quienes debían ser sus soportes: sus propios partidos que lo apoyaron para que fuese electo.

No tiene el Presidente la estatura ética ni moral para exigirle orden y disciplina a sus diputados y senadores. En medio de la anarquía parlamentaria oficialista es de toda lógica el panorama actual, en que hay quienes votan junto a la izquierda y se acoplan a su discurso, como el mismísimo titular de RN. Tarde, quizás demasiado, se tomó debida nota en Renovación Nacional que le había entregado un excesivo poder a una de las personas que menos sellos identificables tiene con el oficialismo.

Nada se les puede reprochar a quienes debieron “morderse sus lenguas” ante las conformaciones de Gabinetes a gusto personal y carentes de jerarquía. La desafección es evidente y así como los alcaldes de derecha desconectaron sus chats con el Presidente, decepcionados porque no se jugó por ellos, otros le avisaron que no votarían afín a su idea en el retiro de fondos de las AFP´s.

Efectivamente, en la derecha política hay un desorden descomunal y un chipe libre que asquea, pero ello es fruto de la ausencia de un mando leal, ejemplar y que represente en forma auténtica a su sector. Hoy, el Presidente nada tiene que ver con la derecha que, en gran parte, lo llevó al poder y tampoco representa a esa inmensa urgida clase media emergente que le dio sus votos, y a la cual, ahora, decidió aliviarle sus aflicciones económicas con el otorgamiento de…¡créditos! El ofrecerle préstamos a los endeudados equivale a una póliza de no más respaldos futuros al sector.

Si pretende salvarse y no entregarle, otra vez, el poder a una izquierda hambrienta por instalar el totalitarismo socialista, la derecha -que todavía tiene oxígeno- aún dispone de tiempo para rearticularse en una genuina representatividad, pero abstrayéndose del responsable de llevarla al estado en que se encuentra.

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