EL SÍNDROME DE LA POLILLA DE LOS DIPUTADOS

VOXPRESS.CL.- En medio de las tradicionales inundaciones y voladuras de techos que originan los temporales de invierno, a los medios de comunicación les cuesta encontrar, para entrevistar, a algún parlamentario. Como siempre suele ocurrir, su recolección de antecedentes sobre las intensas lluvias se remiten a los propios vecinos afectados, a las cuadrillas de socorro y a uno que otro alcalde que no teme mojarse los pies o hundirse en el barro de poblaciones anegadas. Pero diputados en sus distritos dañados y senadores en sus circunscripciones inundadas, no se ven ni se encuentran.
Mala cosa para ellos, que se pierden otra de las tantas oportunidades de lucirse en pantalla, quizás, hoy día, el mayor atractivo de nuestros legisladores: están en los matinales, en los noticieros, en programas de magazine y en todo cuanto espacio se les invite para amplificar su propia caja de resonancia. Uno de ellos, un senador de la derecha socialista –como la llama- ha contagiado con el virus a varios conductores, así como ocurrió con el progresista Joaquín Lavín, que, por un supuesto contagio, envió al teletrabajo desde sus casas a dos animadoras de un matinal.
Es tan fuera de lo común la reiterativa presencia de políticos en las programaciones de la TV, que la Contraloría General llamó al orden a los alcaldes por su excesiva exposición ante las cámaras y, ahora, fue la Comisión de ética de la Cámara de Diputados la que redactó una “recomendación”, de 11 carillas, a sus colegas para que “respeten el reglamento de la Corporación”. Éste los obliga a asistir a las sesiones de sala y de comisiones, aunque sea a distancia.
En términos simples, se les pide que en horarios de trabajo no pueden estar integrando paneles de matinales ni de ningún otro tipo de programa televisivo o radial. Es todo un misterio bajo cuatro llaves acaso los parlamentarios asiduos a ser exhibidos en los canales de TV son recompensados por sus participaciones o se trata sólo de una sutil explotación por parte de las estaciones del apetito de ellos por el autobombo y la ‘venta’ de su discurso ideológico.
Más diputados que senadores se han aprovechado del trabajo desde sus residencias, porque –créalo o no- sesionan, debaten y votan cómodamente instalados en sus viviendas. Basta una conexión para que el llamado sistema teletemático de los partidos, entre en acción Para hacerse una idea, es similar al conocido Zoom.
Sin embargo, el trabajar en casa ofrece relajos, y más todavía tratándose de chilenos, campeones en “sacar la vuelta”. La diputada socialista Daniella Cicardini, en plena votación de sala a distancia, no se hallaba frente a la cámara para pronunciar su preferencia. El audio registró los gritos de un joven que le decía “¡te llaman…te llaman!”, y a los segundos apareció corriendo, y de pie respondió “apruebo, apruebo, sí, apruebo”, para luego desaparecer de la pantalla. El presidente de la Cámara, pacientemente se limitó a sugerirle “más atención”...
Al revés de lo que no se observa presencialmente en sesiones de sala, las cámaras del sistema teletemático dan espacio a licencias que ponen en aprietos la intimidad de los parlamentarios. Hasta hoy, la senadora Van Rysselberghe es motivo de burla, tras emitir su voto mientras sorbía vino de una copa. Igual de mal lo pasó su colega Alejandro Navarro, quien silencioso en pantalla, aguardando su turno para hacer uso de la palabra, se llevó su mano izquierda al trasero y, luego, se la olió.
Dos diputados estaban conectados con un matinal, esperando salir al aire, cuando recibieron la recomendación de la Comisión de Ética: se telefonearon para que ninguno obtuviera ventaja y resolvieron anular sus participaciones.
Los diputados de la Comisión no quedaron exentos de críticas por parte de sus colegas, en virtud de que “ellos también participan en matinales, como para que se tomen el derecho a hacer este tipo de recomendaciones”. Ningún parlamentario ha levantado su voz para exigir que lo que, en rigor, se requería para poner fin a esta sobreexposición mediática es una sanción pecuniaria por infringir los reglamentos de la Cámara y preferir la figuración personal en un espacio televisivo o radial ante la obligatoriedad de estar presentes, y concentrados, en las sesiones a las que se le cita, ya sea de sala o de comisiones.
Independiente del abuso que implica priorizar el lucimiento individual por sobre el cumplimiento de un trabajo para el cual se les eligió, lo inquietante de este síndrome de la polilla –siempre atraída por las luces-, es que los invitados, o eventuales contratados para actuar de panelistas, en su mayoría pertenecen a la oposición, con lo cual los medios sustituyen una obligatoria imparcialidad por parcialidad: sacan las castañas con las manos del gato.
A un panel se invitó a un fogoso diputado frenteamplista y a un senador UDI para referirse, exclusivamente, a circunstancias originadas por el virus. No obstante el primero de ellos las emprendió con un ataque personal al parlamentario oficialista, reduciendo el supuesto debate al caso Penta…
La responsabilidad de los medios en este elixir de figuración de parlamentarios, es determinante. Las pautas de invitados no están determinadas ciento por ciento por el tema por discutir o analizar, sino por el mayor o menor rating que dará a la estación uno en particular. Coincidentemente, quienes suelen desbordarse en sus expresiones pertenecen a la oposición y, muy especialmente, al Frente Amplio. No por simple casualidad son los más invitados a estos programas/denuncias.
Al utilizar a los más sueltos de palabra como instrumento para ganar audiencia, los medios sacrifican lo más sagrado de su razón de ser: la objetividad. Pero, más lamentable aún, consuman un desaire a los teleoyentes, cuya fidelidad a un matinal en particular depende del grado de entretención y servicios que le ofrece. No lo sintoniza por ser una vitrina de politiqueros rabiosos.
Los medios de comunicación continúan sin entender que no ha variado el nivel de rechazo de la población al ámbito político en su conjunto. No constituye entretenimiento ni información, ni menos servicio, sino un lamentable y no escuchado panfletarismo ideológico.