EL PRESIDENTE, MÁS SOLO QUE NUNCA

VOXPRESS.CL.- Esta historia viene de atrás, se remonta a octubre de 2017, cuando la ciudadanía –una vez más- eligió a un Parlamento mayoritariamente de izquierda, lo que automática y espontáneamente le creaba el mayor de los problemas al entonces candidato de Chile Vamos, en el caso de ser electo Presidente en la segunda vuelta del 17 de diciembre de ese mismo año. El que Sebastián Piñera haya arrasado con su rival patrocinado por el PC, Alejandro Guillier, fue, sin duda, un tónico espiritual y emocional para la derecha, pero quienes pusieron su mirada más a largo plazo pensaron en lo peor: ¿podrá el Presidente gobernar con una minoría de congresistas oficialistas?
La respuesta no demoró en llegar. Apenas asumido, el Presidente anunció una “política de los acuerdos”, la que se tradujo en una convocatoria a todo el mundo político a integrarse a mesas de trabajo para definir los contenidos de los que iban a ser los pilares de su gestión. El destino de su administración quedó echado allí mismo: se negaron a participar el PS, el PC y el frenteamplismo, a excepción de la solitaria y personal presencia de Gabriel Boric.
Independiente de que de dichos pilares rápidamente se hundieron el exterminio terrorista en La Araucanía, el desarrollo social y la seguridad ciudadana, el Presidente escogió el camino de una supuesta “buena voluntad” opositora para que le aprobasen sus proyectos y poder, así, implementar algo de su programa. Con ministros mal seleccionados para hacer de puente con el adversario, con asesores sin intuición con un ministro del Interior inhibido por el episodio Catrillanca y con él mismo preocupado de su protagonismo y lucimiento personal en el exterior, la oposición parlamentaria halló vía libre para imponer sus pautas. Sus continuos llamados a la unidad y al diálogo fueron tan repetitivos y cansadores que terminaron por carecer de efecto.
Convertido en un Robin Hood de la oposición venezolana, el dictador Maduro le pasó la cuenta el 18 de octubre. Se hallaba tan encumbrado en el Olimpo, que ni supo de la encerrona que le preparó en Caracas el (ex) Foro de Sao Paulo –hoy, Grupo de Puebla-, no prestó atención al explosivo aumento en la venta de acelerantes en el mercado capitalino y mientras las turbas incendiaban las estaciones del Metro, él fue a compartir al cumpleaños de un familiar en un restorán de Nueva Costanera.
El exitoso personaje que durante toda su vida había ido, incluso, más adelante que las curvas accionarias de las Bolsas del mundo, selló el destino, el que, ahora, lo tiene medio de rodillas cogobernando con la oposición. Tras el 18 de octubre y de la posterior y bien organizada sublevación extremista, perdió toda autoridad y quedó colgando del sillón presidencial.
La oposición, alerta a su desmedrada situación, fue en su auxilio a cambio de la entrega de gran parte del poder del Ejecutivo. Para evitar una deshonrosa renuncia, partió cediendo a la presión de bajar prontamente el Estado de Emergencia; luego, entregó la Constitución para que la demuelan en un plebiscito y se termine con un modelo socioeconómico que él, personalmente, ha estrujado hasta la saciedad; dio su visto bueno para que el Fisco le regale 20 millones de dólares a los mismos que intentaron echarlo por la fuerza y, ahora, el Senado aprobó una moción para que los “niños” –menores de edad, intocables por ley- puedan participar con absoluta inmunidad en las vandálicas protestas que se vienen.
Se ha cumplido al pie de la letra la advertencia pública que le hizo el /ex) presidente del Senado, Jaime Quintana, al momento de dejar su cargo: “el Presidente debe dar un paso al costado y permitir un parlamentarismo de facto”. Y así, tal cual, está ocurriendo.
La oposición ha presentado en dos meses una veintena de proyectos de leyes inadmisibles por su anticonstitucionalidad y no los piensa en retirar; se negó a participar de una más de las tantas mesas de expertos, esta vez para analizar, precisamente, la inadmisibilidad: anunció que llevará una agenda paralela a la del Ejecutivo, dándole prioridad a sus propias iniciativas; ignora las urgencias puestas por La Moneda a las suyas y le pidió al Ejecutivo una participación igualitaria en el manejo de la crisis sanitaria. De hecho, esto ya sucede, con la poderosa intromisión en las decisiones gubernamentales impuesta –y obviamente concedidas- por la activista presidenta del COLMED, por los académicos de izquierda y por un centro de estudios abastecido por una conocida investigadora afín al PC. El sobreviviente del PRO, Marco Enríquez, propuso que en el Ejecutivo sólo quedase “en forma decorativa” el Presidente (“por haber sido electo por voto popular”) y que el total de los ministros sea de la oposición política.
Este parlamentarismo de facto en plena vigencia, significa, así de simple, que el Presidente ya no puede recibir el trato de Jefe de Estado, sino exclusivamente el de Jefe del Gobierno.
De acuerdo a la literatura sobre la materia, un jefe de Estado es “la autoridad suprema de un Estado y representa su unidad”. En los países con sistemas presidenciales, “la jefatura de Gobierno corresponde al Presidente de la República, quien también, y simultáneamente, es el jefe de Estado”. Sin embargo, existe una excepción a la regla, y se produce “cuando las fuerzas que apoyan al Presidente están en minoría parlamentaria”, escenario que se conoce como cohabitación, situación en la cual “el jefe de Estado dispone de unos poderes efectivos notablemente disminuidos”.
Es exactamente la realidad que hoy vive el Presidente, quien gobierna pero carece del poder para hacerlo. Se ha convertido en un mero administrador de las determinaciones –mejor dicho, imposiciones- de otros, los que, lógicamente, no representan a la inmensa mayoría que lo eligió.
No deja de ser poca cosa la extrema y delicadísima posición en que se halla el Jefe del Ejecutivo (no del Estado), porque, por un lado, lo ha deslegitimado la oposición parlamentaria y, por el otro, no lo apoya ni lo respalda la ciudadanía que le dio su voto. Su presente lleva a una inevitable reflexión: ¿se habrá imaginado que después de tanto correr en pos del éxito personal, iba a llegar a esta encrucijada?: atado por la oposición y a la consciente espera de otro intento de derrocamiento.