LA DERROTA DE SANTIAGO







VOXPRESS.CL.- Lo que no consiguió ninguna huelga ni desastre natural en la historia del país, lo logró una cepa contagiosa escapada de un laboratorio de China comunista concebida para ejercer un dominio económico mundial: ¡paralizar totalmente al Gran Santiago!
Cuando ya en enero de este año, el ministro de Salud advertía que el virus, temprano o tarde, llegaría, una mayoría poblacional reía a carcajadas con los memes viralizados sobre este fenómeno sanitario tan lejano. Sin ser escuchado, Jaime Mañalich se esmeraba por develar sus temores ante la carencia de camas críticas y de ventiladores mecánicos en los hospitales. Ya en esa fecha hizo públicas sus aprensiones de que la cifra de infectados podía llegar a 50 mil en junio, “haciendo estallar los centros asistenciales”.
Era verano todavía y aún el virus no golpeaba, por ejemplo, a Italia y España, y menos se creía que pudiera llegar con tanta ferocidad a Chile. En Estados Unidos, el principal destinatario de la destructiva estrategia de Beijing, elaborada en un laboratorio de Wuhan, poco menos que causaba bromas.
La batalla de Santiago debe ser una de las más breves conocidas: a los poquísimos días, él mismo ministro anunció que todo el Gran Santiago entraba en cuarentena obligatoria. El orgulloso y hasta soberbio corazón del país había sucumbido ante el virus.
Nadie puede ser tan cobarde como para atribuir lo ocurrido a las acciones asumidas por la autoridad sanitaria. No sólo dio, en su momento, un ejemplo de alarma, de prevención e instó a invertir con urgencia en insumos clínicos y aminorar, así, el fiero golpe que se vendría contra el siempre precario sistema de salud.
Conscientes de la tentación de miles que han agotado la paciencia con sus opiniones sin ser conocedores del problema, la única licencia que nos permitimos es la misma que planteamos a comienzos de marzo cuando arribó el virus a Chile, vía, irónicamente, de un médico: aislar a los contagiados. Quizás con un lenguaje duro pero esclarecedor, dijimos en su momento que, de acuerdo a la realidad habitacional, una sanación intradomiciliaria sólo contribuiría a la expansión de la enfermedad. Sugerimos, en esa oportunidad, un confinamiento exclusivo para portadores, al estilo de los antiguos leprosarios.
Conocidos los antecedentes de la derrota de Santiago, ésa hubiera sido un importante alivio para evitar la propagación. Ésta se produjo en gran parte por el escaso, y tal vez nulo, ‘distanciamiento social’. El apretujamiento de seres en sus propios hogares fue uno de los motivos para que se disparara el número de infectados.
El otro es la absoluta irresponsabilidad de la población, la que recurrió a cualquier subterfugio para vulnerar las restricciones. El santiaguino desafiante e impertinente emergió con toda su fuerza en momentos en que más se requería de humildad y buena voluntad en beneficio de todos.
Burlar las normas preventivas se convirtió casi en un juego, al punto de registrase cifras históricas de detenciones durante el toque de queda y saber de fiestas y reuniones sociales, organizadas, algunas, hasta por portadores del virus.
Ante tal demencial conducta, los propios vecinos, temerosos por un eventual contagio, pidieron, en un gesto impensable y hasta increíble, que fuerzas militares tuviesen más presencia en las calles para fiscalizar y detener a los trasgresores. No obstante, apenas una minoría pudo ser controlada y ésta, a su vez, rápidamente dejada en libertad por determinación judicial.
La jactación de la estúpida viveza criolla sigue siendo uno de los vicios más recurrentes de algunos chilenos: uno alquiló un departamento en una comuna sin cuarentena para organizar una fiesta.
El chileno, cada vez con más frecuencia y masividad, continúa vanagloriándose de su mal entendida picardía, perjudicando con su aprovechadora conducta a quienes aprendieron de urbanidad y hacen gala de la principal virtud de los decentes: el respeto.
Resulta evidente la tendencia de endilgar a la autoridad sanitaria la derrota de una batalla por él anunciada, pero nunca en la historia una sola persona ha sido la responsable de una debacle general. En esta oportunidad, quien más falló fue la “tropa”, el ciudadano inconsciente y soberbio, abandonado por sus jefes, los alcaldes, que sólo se dedican a sacar provecho político de la situación. Fueron más sus quejidos, lamentos y pedidos de recursos que sus propias acciones precautorias y de fiscalización. Conscientes de los sectores de contagio más sensibles de sus respectivas comunas, nunca advirtieron del peligro, tampoco fiscalizaron las transgresiones a las ordenanzas sanitarias e incluso ahora algunos se desentienden de haber autorizado apertura de centros comerciales…Pensando sólo en futuros votos, actuaron cual modernos “justicieros” aliados y unidos en contra del ministro de Salud.
Retomando la no escuchada aspiración de un aislamiento total para los enfermos, qué genial hubiese sido tener otro sólo para los infractores de las restricciones y con el timbre que se merece: Centro de Confinamiento para Estúpidos.
Esta batalla de Santiago la perdieron los santiaguinos, aunque no todos.