LA HORA DE LAS PRIORIDADES

VOXPRESS.CL.- Dwight Eisenhower, Comandante en Jefe de las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial, en sus memorias dejó como legado una reflexión que no es exclusivamente válida para los conflictos bélicos, sino para cualquiera actividad humana. Escribió: “uno puede preparar la mejor estrategia contra un enemigo, pero donde recién quedan al desnudo sus aciertos y falencias es, precisamente, cuando se entra en acción. Es en ese momento cuando surgen las lecciones de lo que se debe o no hacer”.
Transcurridos algo más de dos meses de la crisis de salud más devastadora sufrida por Chile en su historia moderna, hay lecciones tremendas que, a partir de hoy, deben ser asumidas como prioridades, y muy urgentes, por encima de un montón de otras iniciativas, ideas y caprichos que no son de primera necesidad, entre ellas, una eventual nueva Constitución.
En medio de una explosión de doble efecto, tanto sanitario como económico, hay quienes siguen creyendo que lo que el país demanda para “ser otro” es una nueva Carta Magna, y lo dicen en el marco de una realidad casi trágica que lo tiene deslizándose rápido por el tobogán, con la amenaza, casi cierta, de que dentro de poco habrá que sustituir el “en desarrollo” por “subdesarrollado”.
Llega a ser incoherente, más bien dudoso, todo lo que se difunde acerca de una eventual nueva Constitución. Una reciente encuesta de una empresa que se dedica al rubro, concluyó –ponga mucha atención- que un 69% de la población no está dispuesta a vivir “con agrado” una ‘nueva normalidad’, pero un 64% concurriría “con agrado” a votar al plebiscito constitucional del 25 de octubre en medio de dicha anormalidad… Resulta de toda ilógica creer, de buenas a primeras, que en un país campeón de la abstención electoral, en el marco de los infinitos trastornos por la odiosa epidemia, surja un inusitado interés por pronunciarse acerca de una eventual nueva Constitución, que, para algunos, parece ser vista como el descubrimiento de la vacuna antiviral.
La misma empresa publicó que de sus consultados, un 65% está por el apruebo y un 45% por el rechazo. En esos mismos días se supo de dos testeos similares, uno hecho por Francisca, hija de Ricardo Lagos, y el otro, por un conocido periodista de tendencia izquierdista, y ambos dieron como ganadora a la opción Rechazo (53%-47%). Fue tanta su decepción, que el ex conductor de TV y comentarista radial, bajó de inmediato desde su sitio la votación.
El presidente de RN, Mario Desbordes, de dudosa reputación política, parece empantanado en el tema y volvió a insistir en que “es una mala señal del Gobierno estar poniendo en duda la realización del plebiscito”. Con ello, reavivó una antigua pugna al interior del partido, el cual tiene una amplia mayoría en favor del rechazo.
Aquí es donde calzan a la perfección los juicios del general Eisenhower: ¿qué ha dejado en limpio esta tremenda crisis? ¿se necesita una nueva Constitución o son otras las prioridades? Cualquiera respuesta medianamente inteligente lleva al ciudadano menos informado a concluir que la epidemia está dejando lecciones contundentes, y hasta conmovedoras, pero en las áreas de la salud, de la educación y del trabajo.
Consecuencia de su condición de sísmico, el país radicalizó su política en cuanto a edificaciones, lo que le ha permitido hacer frente a terremotos de grandes proporciones en los últimos tiempos. Una cuasi guerra vecinal obligó al Estado a la urgente modernización de las Fuerzas Armadas.
En esos dos ámbitos se corrigió a tiempo y, en ambas circunstancias, obligados por situaciones extremas…como la actual. En otras áreas se ha tenido que llegar a la amarga experiencia de esta crisis sanitaria para hacerse a la idea de lecciones indisimulables e ineludibles.
En un país cada vez más envejecido y con un progresivo aumento de enfermedades crónicas desde la primera edad, quedó al descubierto –lo que no es novedad- que el sistema de salud carece de capacidad de reacción ante emergencias. No tiene suficientes camas UCI y era alarmante la falta de ventiladores mecánicos. Si ya las listas de espera para cirugías resultaban larguísimas, las intervenciones tuvieron que suspenderse para evitar hospitalizaciones prolongadas de pacientes ajenos al virus.
La salud pública, a diferencia de otras partes del mundo, sólo no colapsó gracias a las medidas de prevención advertidas y asumidas por el ministerio con una gran anticipación.
La que colapsó, y continúa colapsada, es la educación, tanto escolar como universitaria, incapaz de sostener una mínima normalidad uniforme por su absoluta falta de modernidad y de adecuación pedagógica. Una enseñanza anquilosada en sus métodos, como la actual, se quedó sin respuestas ni soluciones ante la emergencia, generando un trastorno total, llegando al caos, y en el cual los únicos perjudicados han sido alumnos y apoderados.
La hecatombe en el sector es brutal, con una incertidumbre absoluta en todos sus niveles, pero con un balance que desde ya se puede aventurar: el rol que le es propio a la Educación, el de fomentar el conocimiento, desde octubre de 2019 se ha transformado en una acentuación de la ignorancia.
En el mundo del trabajo, las consecuencias generadas por un imprevisto de esta magnitud son siderales, con millones de puestos de trabajo perdidos, con una cesantía que llegará a cifras inéditas y con una afectación social tan significativa que el país vive bajo la amenaza de una reacción popular de insospechados resultados. El hecho de que se dicten y se sigan dictando decretos y leyes a la carrera para atenuar el feroz impacto, refleja que las regulaciones y normativas existentes en el área son cojas e insuficientes.
Esta abrupta anormalidad en que se encuentra sumido el país, tiene otras muchas consecuencias, pero la dura realidad deja a la vista urgencias extremas que son imprescindibles de abordar, hallándose muy por encima de otras, en especial los caprichos políticos.
Llegó, muy de repente y hasta con desconcierto, la hora de que el Estado en su conjunto, incluidos los ciudadanos, todos, tomen conciencia de que las prioridades del país son claras y urgentes, sociales y económicas, y no una nueva Constitución, la que, de aprobarse, tiene años para discutirse y entrar en vigencia. Chile está seriamente herido y su rehabilitación depende de acciones inmediatas y no de teorías escritas para el futuro.