MORTANDAD SOCIAL VERSUS MORTANDAD HUMANA

VOXPRESS.CL.- Más temprano que tarde, y muy temprano, tenía que llegar el momento en que las autoridades, obviamente los políticos, y la ciudadanía se dividieran para dirimir qué es más relevante para el presente y futuro del país, si una incierta cuota de mortandad humana a causa de un virus o la abismante mortandad social. Era una cuestión de tiempo –de muy poco tiempo- que el país tomara conciencia de que el mantener la postración ciudadana, del comercio y de la actividad productiva, las consecuencias, que ya se notan, serán infinitamente peores que las secuelas de la pandemia.
La mortandad social será, muy por lejos, superior a la hasta hoy controlada mortandad a causa de la pandemia.
El miedo de la ciudadanía a no contagiarse, es fruto de la campaña preventiva que se inició a principios de marzo, tras conocerse el primer caso en el país. Es de este factor, el del cuidado previo, del cual depende, así de categórico, que Chile pueda volver a ser parecido al de antes. La trayectoria de la pandemia tiene fases definidas: prevención, contagio, tratamiento en cuarentena u hospitalización y, en algunos casos, el desenlace fatal. La clave para superarla no se halla en los cuidados una vez que se adquiere, sino en la prevención: sólo en la proporción en que ésta sea rigurosa, el número de enfermos será menor, y el de fallecidos, ínfimo.
Por el pavor natural a terminar en un ataúd, la población se ha embutido en un estado emocional de recogimiento que la lleva a la inactividad, situación anormal que se supera –increíble- con elementos precautorios tan básicos como una prudente distancia del otro y con una mascarilla, incluso artesanal.
Si Chile fuese un país en vías de desarrollo –lo que dejó de serlo—, tendría la tecnología adecuada para emergencias como ésta: 7 mil testeos diarios bastarían para atenuar y combatir más rápido el contagio. Pero no están los instrumentos para llevarlo a la práctica, como tampoco las herramientas para que todos, absolutamente todos, los escolares se eduquen a larga distancia y que los trabajadores lo hagan desde sus domicilios a través de internet. Dadas estas falencias, la situación actual es insostenible, ello por el vacío que origina un país tecnológicamente castrado, lo que es reconocido por el director del Registro Civil, quien aclaró que, con el teletrabajo, ni el 50% de la administración pública logra acercarse a la atención presencial.
Chile está estancado -trancado, mejor dicho- entre una realidad sanitaria no tan trágica y otra muy trágica, como es la que sufren millones de personas que no pueden recuperar su ritmo laboral, que ya están cesantes, que se encuentran acogidas al seguro de cesantía y que sobreviven con bonos únicos.
El ministro de Hacienda pronunció una frase que refleja exactamente el escenario actual: “aquí están en juego la protección de la vida, pero también los medios para la vida. Frente a dicha disyuntiva hay quienes sobredimensionan la realidad para explotar política o gremialmente la situación: el presidente de la ANEF se niega a que la administración pública retome paulatinamente el trabajo presencial, pese a la altísima demanda de documentos y pagos fiscales originados por el desempleo y por la carencia de internet en decenas de miles de hogares. Su argumento es que los funcionarios, al agruparse en una oficina, se contagiarán…, pero si lo hacen con mascarilla –que es obligatorio- y con cierta distancia, ello no ocurrirá.
El alcalde de Santiago, casi un fanático de los confinamientos, ha ignorado las congestiones humanas, al permitir que en el corazón de su comuna se concentren los centros de pagos de desahucios, pensiones, bonos y seguros de cesantía. Una cifra terrible da cuenta que en sólo nueve días, 23 mil empresas suspendieron 277 mil contratos de trabajo.
Muy tarde, recién el lunes 20 de abril, la Corte de Apelaciones autorizó el funcionamiento, aunque restringido, de las notarías. Hasta ese día sólo funcionaban las de turno con aglomeraciones de personas requirentes de firmas parar sus finiquitos y recibir su último pago. Filas de hasta tres cuadras no respetaban el distanciamiento social, un drama del cual el alcalde santiaguino parece sentirse ajeno.
El avezado economista, académico y uno de los gurúes en esta materia, Vittorio Corbo, advirtió ser menos optimista que el FMI, el cual evaluó que Chile “saldría relativamente rápido” de la recesión en la cual ya está inserto, al afirmar que ve difícil que ello vaya a ocurrir, incluso durante 2021. Los expertos en epidemiología, en lo referente a su área, consideran que la ciudadanía tendrá que “convivir” con el virus, al menos, durante 10 meses, lo que implica que la anormalidad actual no será tan pasajera como se creyó.
Chile no puede esperar mucho más para, en lo posible, ponerse de pie y recuperar aunque sea parte de una normalidad que, está claro, no volverá a ser la de antes. El casi mortal impacto causado por el virus se suma a los irreparables daños en el comercio y el turismo por obra del Golpe extremista del 18/OC. Las comunidades, en especial las afectadas por cuarentenas, no pueden continuar selladas y con sus calles vacías, con nula actividad, porque cada día que pase la mortandad social se hace infinitamente superior a la ocasionada por la pandemia.
El país tiene 18 millones de habitantes y la cifra de contagiados no supera los 11 mil y el número de fallecidos, en su mayoría con enfermedades preexistentes, llega a 133 en más de un mes. Antes de que la pandemia apareciera en Chile, el ministro de Salud, tan injusta y políticamente cuestionado, advirtió sobre la posibilidad de que en esta misma fecha hubiese 50 mil hospitalizados, reventando los límites de camas. No ha sucedido ello y la curva de enfermos se ha mantenido pareja con leves variaciones, lo que refleja que las prematuras precautorias asumidas por Salud tuvieron efecto. Pero ello no ha apaciguado los trastornos emocionales de la gente, la que parece no convencerse de que todo mejoraría con sólo respetar las medidas elementales de prevención.
En el país muere un (1) habitante cada 3 horas por causa del cáncer, lo que da un promedio de 158 fallecidos a la semana y 720 al mes, una cifra escalofriante, ante la cual nadie parece conmoverse, al extremo de lo que sucede con este virus.
Una mascarilla y evitar la cercanía con otra persona son suficientes para atenuar el pánico natural, o prefabricado con otros intereses, para destrabar en algo este estado de paralización que mata a millones de trabajadores, pequeños empresarios y a sus respectivas familias.