LA RECESIÓN ECONÓMICA YA ESTÁ AQUÍ

VOXPRESS.CL.- Durante más de un semestre, la ciudadanía ha sido bombardeada hasta más allá de lo prudente y tolerable con dos expresiones que, no a pocos, han terminado por hacerles explotar su paciencia: primero fue el falso y engañoso “estallido social” y, luego, emergió con una fuerza incontrolable el “corona virus”. Se introdujeron a la fuerza en el consciente colectivo, pero ello sólo hasta semanas atrás, cuando por todo el país se esparció una palabra que provoca muchos más escalofríos que la epidemia: ¡recesión!
Chile ya entró en recesión, y se asegura que será la más grande de su historia, siendo toda una incógnita el tiempo que estará instalada entre la población, con sus devastadoras consecuencias En palabras simples, se trata de un decrecimiento de la actividad económica durante un período de tiempo. Oficialmente, se considera que existe cuando la tasa de variación del PIB es negativa durante dos trimestres consecutivos.
Dicha sigla corresponde al Producto Interno Bruto, conjunto de los bienes y servicios producidos en un país durante un espacio de tiempo, generalmente un año. El FMI ha proyectado que Chile, en 2020, tendrá un 4.5% menos en esa mediación, sin descartar que puede ser peor.
La Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de Estados Unidos no se limita a definir la recesión como tema relativo únicamente al PIB, y establece que hay otras variables como el empleo, la industria y el comercio global. Chile, mercantilmente, es multilateralista.
Una recesión es “la fase del ciclo económico en la que la actividad se reduce, disminuyen el consumo y la inversión y aumenta el desempleo”. Se trata de una definición brevísima que retrata, dramáticamente, el estado de este país en la actualidad.
En estos momentos, primero a causa del Golpe extremista del 18/OC y, ahora, por la paralización casi total a causa de la pandemia, se aguardan crecimientos nulos o negativos, cero inversión, un consumo por los suelos y un altísimo desempleo, lo que se encuadra en la certeza económica de que “bastan sólo dos trimestres con índices adversos para que, técnicamente, se declare una recesión”.
Las recesiones se caracterizan por el empeoramiento de la economía, como se dijo, durante, al menos, dos trimestres consecutivos. Ello implica disminución del consumo por la caída del poder adquisitivo, por una baja o inexistente inversión y por el grave deterioro de la producción de bienes y servicios. Todo ello, provoca, a su vez, que se despidan trabajadores y, por tanto, aumente el desempleo.
Este escenario comenzó a perfilarse en octubre de 2019 por el cierre obligado del comercio ante el temor a saqueos e incendios y por la casi inmediata extinción de un sector tan sensible como es el turismo. El último trimestre de 2019, el extremismo preparó la tumba a los trimestres de 2020, que serán fatalmente consumados a causa de la pandemia.
Curiosamente –es parte del fenómeno económico- en las recesiones suelen originarse deflaciones, esto es, que la inflación desciende a niveles de cero o menos por la falta de consumo: hoy, el chileno no tiene dinero para la adquisición de bienes de consumo básicos, porque carece de ingresos. Es igualmente peligrosa, porque dificulta una eventual salida de la recesión, al hacer más difícil que los gobiernos y bancos centrales asuman medidas efectivas para corregir la situación.
Los chilenos mayores de 40 años tienen fresca en sus memorias la última gran crisis económica en el país, la de 1980/1983, y que, en virtud del alto número de afectados, gatilló el camino hacia el fin del mandato de Pinochet. Ese remezón económico/social se considera, hasta ahora, el peor desde la década de los 30 –la crisis del salitre-, con una caída del PIB de un 11% en 1982 y un 5% en 1983, muy cerca de lo pronosticado por el FMI para este año. El promedio anual de quiebras de empresas pasó de 277 en el lapso 75-81, a 810 solo en 1982. La recesión de dicha década significó el apagón del poder militar con el surgimiento de progresivas protestas multitudinarias, así como la crisis de 1929 tuvo como consecuencia la caída de Carlos Ibáñez.
Cuando una recesión económica es muy intensa y prolongada en el tiempo pasa a ser depresión, que fue lo ocurrido en Estados Unidos en 1929 con el desplome de la Bolsa de Nueva York y que hasta la fecha se recuerda como la peor de la historia.
En las recesiones con grandes impactos, como ésta, es el Estado el que sale en auxilio de los entes y las personas colapsadas, unos para que no dejen de producir e invertir, y los otros para sostener el consumo. Los economistas carecen de un recetario de reacciones ante crisis de envergadura, pero recomiendan, en términos generales, que en la medida de lo posible mantener al día el pago de las cuentas, evitar todos los gastos prescindibles –ahorro personal, dependiendo de lo que se posee-, no desprenderse de activos y bienes para transformarlos en liquidez y si es plausible, crear pequeños fondos de emergencias para poder satisfacer los requerimientos indispensables.
Estas simples recomendaciones no son para quienes, acá y en el resto del mundo, casi por tradición, aprovechan estas grandes recesiones para hacer buenos, y muy rentables, negocios y transacciones que incrementen sus patrimonios, y ello a costa de quienes están en el piso.