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EL VIRUS, LOS VIEJOS Y LOS ANCIANOS


VOXPRESS.CL.- Pese a que años atrás, el Ministerio de Salud, elaboró una Cartilla del Buen Trato a los adultos mayores, a éstos ni siquiera se les celebra su Día Internacional, el 1 de octubre, tal como lo tienen el niño, la madre, los discapacitados y hasta los amigos. Pese a que las estadísticas del INE hace tiempo consignaron, y avisaron, que Chile envejecía rápidamente, y que los mayores de 60 años superaron en cantidad a los menores de 15, todo siguió igual en cuanto a que al resto de la población poco o nada le importa dicho proceso de, como si ya no lo estuvieran experimentando.

Los pueblos parecen no darse cuenta de que la edad biológica va marcando, cada año, dicho proceso natural que, algún día, terminará en la muerte. Entre la abundancia de malos hábitos, uno muy arraigado en el nativo de este suelo es su indiferencia, a veces desprecio y, en otras, faltas de respeto por los mayores.

En el país casi no se considera la vejez como parte integral de la sociedad y, buena parte de ella, incorporada activa y dinámica a la fuerza laboral. La percepción de la población hacia sus adultos mayores parte de la supina ignorancia de asociarla sólo a la ancianidad: ésta responde a personas de 80 o más años en condiciones de “fragilidad”, definida científicamente ésta como “disminución multisistémica de la reserva fisiológica”. Es recomendable que médicos –algunos- y comunicadores –todos- tengan claro este punto cuando se refieren, irresponsable y discrecionalmente, que quienes están en mayor riesgo a causa de la pandemia son “adultos mayores”. Con su error, introducen en el mismo saco a segmentos de edades y características diferentes, y por tanto con riesgos muy distintos.

Chile tiene 5 millones de adultos mayores, y se considera a éstos a quienes se hallan arriba de los 60 años. Si bien la antropología no ha flexibilizado su categorización de que a esa edad “comienza la vejez”, lo real e indesmentible es que en Chile, 1 de cada 4 adultos mayores trabaja y activamente. Un anciano no puede hacerlo.

Entre los 60 y los 70 años hay 4.7 millones de habitantes, limitándose los calificados de seniles -de 80 años hacia arriba- sólo a 300 mil. Es a esta reducida población a la que se refiere, equivocadamente, la autoridad y el periodismo cuando hacen alusión al adulto mayor.

De acuerdo a la evolución humana, la ciencia determinó que la edad de inicio de la vejez “no se encuentra establecida específicamente”, puesto que no todos los individuos lo hacen de la misma forma.

De acuerdo a lo establecido por la ley, en Chile los adultos mayores son “sujetos de derecho, socialmente activos, con garantías y responsabilidades respecto de sí mismas, su familia y su sociedad, con su entorno inme​diato y con las futuras generaciones”. Esta sola definición descarta de raíz el mal uso que se le da a esa acepción, y, particularmente, más ahora por el desarrollo del virus. Según el propio MINSAL, “las personas envejecen de múltiples maneras, dependiendo de las experiencias, eventos cruciales y transiciones afrontadas durante sus cursos de vida, es decir, implica procesos de desarrollo y de deterioro”. Prueba de ello es que hay octogenarios que disfrutan de una vida plena y sin el menor deterioro fisiológico ni cognitivo.

Cuando las vocerías a causa de la pandemia hacen referencia a los “especiales cuidados hacia el adulto mayor”, al punto de decretar la cuarentena de hogares y residencias de ancianos, confunden a la población, pues aluden exclusivamente a los seniles que experimentan signos de estar en el último escalón de su ciclo vital. Se trata de personas de 80 o más años que presentan características de alto riesgo y dependencia, con deterioros funcional o mental irreversibles, A excepción de uno, todos los fallecidos geriátricos por culpa del virus han sido pacientes con severas patologías crónicas, algunas terminales.

Los antiguos mapas del envejecimiento se fueron desechando en la medida en que la humanidad comenzó a convivir con el progreso. Los altos promedios de sobrevida son atribuibles, como pilares, a la salubridad –desapareció el uso de aguas servidas-, al descubrimiento de la penicilina y a la progresiva aparición de fármacos para erradicar enfermedades.

Chile ha envejecido, y ha envejecido bien, al punto de que 1 de cada 4 adultos mayores continúa trabajando, y ello pese al arrollador ímpetu del mundo joven que no cesa en empujarlo para desplazarlos. Una razón, y muy poderosa, es que ‘los viejos’ rehúyen al retiro laboral por lo miserable de las jubilaciones, pero la ciencia demuestra que el interés de sentirse útil a la sociedad es el factor más potente que los lleva a seguir en actividad, y bien. Pablo Picasso escribió que “cuando me dicen que estoy viejo para hacer algo, me esmero en hacerlo rápido”.

Es momento de que, a consecuencia de la pandemia, no se siga mal informando a la población con una sobreexposición y errónea inquietud por la salud de los adultos mayores, porque, de acuerdo a las cifras oficiales sobre la curva de contagios, los enfermos, en su mayoría, están radicados en individuos entre los 31 y 51 años.

Los ancianos, los denominados pacientes geriátricos, no deben ser una preocupación de ahora y sólo por la pandemia, sino tienen que ser motivo de una preocupación constante, del día a día, por vivir en riesgo permanente.

Entre tantas adversidades que nos ha dejado la pandemia, se halla esta absurda y confusa moda del adulto mayor, al que se lo ha manoseado más de lo tolerable.

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