EL DÍA DE LAS MUJERES IGNORADAS

VOXPRESS.CL.- En 1977, la ONU invitó a todos sus Estados afiliados a declarar, conforme a sus tradiciones históricas y costumbres nacionales, un día por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.
Ésa es la definición universal para hacer memoria, cada 8 de marzo, del respeto y reconocimiento que la sociedad debe a toda mujer, cualquiera sea su rol, honesto, que desempeñe. La alusión hecha a “sus derechos” tiene un sentido inmenso y no sólo restringido a un marco político e ideológico llevado más allá del límite, y casi al ridículo, por las extremistas chilenas.
La ONU, en 1977, omitió intencionalmente definir como Día de la Mujer Trabajadora, que marcó la génesis de la revolución femenina en protesta por el abuso laboral. A lo que dicha organización mundial invitó a festejar fueron los derechos de todas, sin distingos de funciones, agregando la paz, como elemento indispensable.
El 8 de marzo es el día de la solitaria indígena criancera del altiplano, de la recolectora de algas de las frías aguas patagónicas, de la extractora de leche de las llanuras agrícolas, de las carabineras que patrullan las fronteras, y también lo es de la madre que vela junto a la cama del hijo canceroso, de la hija que atiende a sus padres ancianos y de la doctora que lucha por salvar una vida. Esta fecha llena de simbolismos y significados para quien es considerada la matriz de la humanidad, jamás fue considerada patrimonio del feminismo desenfrenado, libertino, promiscuo e ideologizado.
Por tratarse de un día de solemnidad para todas las mujeres del mundo, se instó a las feministas chilenas a convenir un recorrido de su marcha y su respuesta fue que “no tenemos por qué pedir permiso a quienes participaron de la dictadura”…Amparándose en una enigmática Asociación Nacional de Mujeres, las organizadoras ignoraron a las millares de vendedoras de ferias libres, a las conductoras del transporte público, a las propias carabineras que las cuidaron, a miles de garzonas y camareras y a millones de jefas de hogares que a esa hora se dedicaban con devoción a tareas propias de sus casas, precisamente en ‘su’ Día.
Aunque parezca intrincado, los derechos de las mujeres no son los que entienden como tales las feministas, y menos las chilenas, que ensalzan el odio contra todos y todas que estén en contra de su ideario político. Ellas no salen a las calles a celebrar el Día de la Mujer, sino a protestar contra el sistema y a denostar a quienes tienen la libertad de pensar distinto.
Si estas turbas agresivas y de vocabulario soez se tomasen un tiempo para leer la historia, podrían conocer el conmovedor y real origen del Día de la Mujer, y, así, corregir la distorsión que han hecho de la fecha y reorientar su enfoque hacia la veracidad de los hechos.
El 5 de marzo de 1908, en Nueva York, 40 mil costureras industriales se declararon en huelga. Durante la misma, 129 trabajadoras murieron quemadas en la fábrica Cotton Textile Factory, en Washington Square. Sus dueños las encerraron con llave para forzarlas a permanecer en el trabajo y no adherir al paro.
La historia del 8 de marzo está marcada por circunstancias y episodios que revelan un escenario complejo y rico en acontecimientos en el marco de la Primera Guerra Mundial, de la revolución rusa, la lucha por el sufragio femenino y el sindicalismo durante las primeras décadas del siglo XX.
En 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras celebrada en Copenhague (Dinamarca), más de 100 delegadas aprobaron declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
A mediados de la década de los 70, la ONU prescindió del vocablo “trabajadora” con la finalidad de fortalecer la amplitud del concepto, abarcando el cautelar sus derechos elementales a todas. De haberse mantenido la definición primitiva de 1910, toda expresión pública tendría que haberse limitado a quienes desempeñan funciones laborales, y, en tal sentido, las manifestaciones hubiesen estado bajo la tutela, en el caso de Chile, exclusivamente de la CUT.
Este día de multimarchas feministas en el país estuvo marcado por la presencia juvenil, e incluso infantil, cuyos respectivos roles en la sociedad chilena son netamente pasivos.
La masividad de las marchas, como así la agresividad de los cánticos, obedecen a un germen ideológico que persigue, a cualquier precio y a cualquier costo, la igualdad. Las feministas la plantean tajantemente en términos de unisex, pero ello, por mandato de la naturaleza, es imposible. Pese a la encendida entonación de sus demandas, ayer, hoy y mañana, tendrán que desembocar en lo que la declaración de la ONU establece: la preservación de los derechos naturales de la mujer, no de los artificiosos.
Entre esos derechos naturales no se encuentran considerados la discrecionalidad para asesinar a nonatos y para definirse como madre, cuando científica y hormonalmente no lo son.