PIÑERA, 6%

VOXPRESS.CL.- Invitado a un programa de TV en su calidad de “político mejor evaluado” en la encuesta del CEP de reciente difusión, se le preguntó a Joaquín Lavín qué haría él con el Presidente de la República luego de obtener, en la misma consulta, apenas un 6% de aprobación. Ahora todo un disidente UDI, flamante socialdemócrata y arduo partidario de quemar lo que alguna vez adoró, el modelo neoliberal, el alcalde de Las Condes respondió que “yo le sugeriría pasar a un segundo plano y que el protagonismo del Ejecutivo lo asumiesen sus ministros de mayor cercanía con la gente”.
Pareciera ser que a Lavín Infante le reflotó alguna reminiscencia de la oligárquica sociedad de sus antepasados, cuando algunas familias escondían o enviaban lejos de la vista de los demás a sus hijos con taras.
Sebastián Piñera, con un record inédito desde 1990 a la fecha en cuanto a baja popularidad, no tiene porqué esconderse, sino, muy por el contrario, debe dar la cara por su cadena de desaciertos y desatinos que tienen en riesgo la democracia, el modelo que él mismo personifica con fidelidad y enfrentar a los millones a quienes decepcionó y frustró.
No es posible dimensionar el tremendo daño que le causó a su ego el Golpe extremista del 18 de octubre, tan inadvertido y ni siquiera imaginado por él, al punto que Cecilia Morel calificó de alienígenas a los sublevados. Un ser como él, triunfador entre los triunfadores y un genio incrementando día a día su fortuna, no fue preparado por la vida para recibir un impacto como ése.
Parte de su desconcierto y pérdida de control tras la asonada ultra, se debió a ello, a que su ADN excluye fracasos, pero otra más relevante es que el Presidente nunca ha sido un político aventajado, adornado de competencias y aptitudes para manejarse con firmeza, autoridad y convicciones en una selva plagada de depredadores. Nadie pone en duda que se trata de un avezado y hábil economista, pero sin una visión general, sino reducida a sí mismo.
Su ilimitado personalismo le impidió absorber que sus dos elecciones como Presidente no se apoyaron en sus atributos, sino en su condición de vehículo, de herramienta, para deshacerse del socialismo. En ninguno de los comicios pudo entender que un porcentaje decisivo de sus votos no correspondió al perfil técnico de la derecha, sino a una clase emergente en tránsito hacia el progreso, gracias a un gran esfuerzo individual, lejos, muy lejos, del perfil clásico de un tradicionalista o conservador.
Insolentemente, ese amplio sector de adherentes fue calificado por una comunista de “fachos pobres”, tratándose, en rigor, de compatriotas que, utilizando como plataforma el modelo liberal, lograron salir de la línea de la pobreza y acceder a bienes que, al menos sus antepasados, jamás soñaron.
Al ignorar este fenómeno que demandaba un gran celo por esta clase emergente, el Presidente se abocó exclusivamente a dos vías de réditos personales: ser rígido en la economía local para recibir aplausos del Banco Mundial y del FMI e iniciar su posicionamiento como figura de exportación para cuando concluyese su período.
Cuidó tanto las gallinas que ni se percató cuando se le quemó el gallinero. La ministra de Transporte le advirtió que “traerá consecuencias” el alza del pasaje del Metro decretado por el Panel de Expertos, pero él la ignoró: fue lo que gatilló el fatídico ‘octubrazo’. Ahora acaba de apresurarse en frenar, vía Contraloría, el reajuste automático en el valor de la BIP del TranSantiago: tarde, demasiado tarde, se ha dado cuenta de lo que es actuar en política.
A nadie con algún sentido de observación puede extrañar que el Presidente haya superado en impopularidad, incluso, a Bachelet cuando negó conocer el escándalo inmobiliario de su nuera, el 2015. Las personas pagan siempre las decepciones que originan, y Piñera defraudó a quienes lo empujaron para que erradicara al socialismo desde La Moneda, y más grave aún, los ha dejado expuestos a perder lo que con perseverancia habían conquistado y al borde de ser encajonados en un modelo totalitario perenne vía nueva Constitución.
En lugar de ampararse en todos los instrumentos que le da la Constitución para defender la institucionalidad neoliberal, para salvar su pellejo no dudó en entregársela en bandeja a la izquierda para que la destripara. Violó su propio juramento a ella, uno como senador y dos como Presidente.
No existiría el actual desastroso estado general del país de haberse ceñido a la letra de lo que manda la Constitución cuando se atenta contra la democracia y se altera violentamente la paz social. No lo hizo y optó, cobardemente, por un flotador individual que no hiriese de muerte su ego.
Por una cuestión de criterio elemental, en ninguna encuesta se ha considerado alguna vez, ni por error, un eventual reconocimiento de la izquierda a Piñera, de tal modo que el desplome casi total de su popularidad a un miserable 6%, es consecuencia de su traición que caló hondo entre quienes aman la auténtica democracia, la libertad, la paz y el legítimo derecho a progresar y a tener un mejor bienestar.
El 6% de apoyo ciudadano no es mayor ni menor al que merece. No por pura casualidad, según los encuestadores del CEP, esa atomizada cifra responde al respaldo de un “sector del sexo masculino, mayor de 50 años, específicamente de Regiones”…