LA REBELIÓN DE LOS HONESTOS

VOXPRESS.CL.- No el país en términos generales, pero sí la centroderecha esperaba, y requería con urgencia, de algún signo de decoro y pudor por parte de sus representantes en el poder. En medio del desconcierto y desconsuelo de esa mayoría que lo votó abrumadoramente a favor el 17 de diciembre de 2017, luego del Golpe extremista de octubre, el Gobierno, en lugar de ejercer una ofensiva política, optó por un inaudito entreguismo a la izquierda, cediéndole todo el espacio para imponer su agenda que había sido ampliamente derrotada en las urnas.
Independiente de su abismante falta de autoridad y con un manejo impropio de quienes se autocalifican avezados, el Ejecutivo no sólo se escondió tras las cortinas de palacio, sino, en una conducta hasta hoy sin explicación, se subió a la oportunista ola populista de la izquierda. Ésta tenía una deuda pendiente consigo misma: el reemplazo de la Constitución del 2005 –que lleva la firma del socialista Ricardo Lagos- por otra que, derechamente, permita cambiar el modelo neoliberal por uno totalitario, al estilo del que rige en Venezuela.
Aterrado y con pavor ante la amenaza de tener que irse antes de tiempo, el Ejecutivo no dudó en sumarse a la idea de una nueva Constitución, la que nunca estuvo en sus planes, en su programa electoral y, menos, entre los ‘pilares’ anunciados por el Presidentes como ejes de su administración.
La Constitución, eliminados los enclaves totalitarios por la reforma de Lagos, es un custodio de las libertades y de los derechos individuales, y, excepto en situaciones puntuales de dudas que debió resolver el TC, su texto jamás ha sido cuestionado por el grueso de la población, incluso hasta por la más desvalida. Con gran viveza y oportunismo, la izquierda, tras el ‘octubrazo’ instaló en el consciente colectivo que todos los males cotidianos de la población mejorarían en el acto con una nueva Carta Fundamental. No es y nunca ha sido así, porque los problemas sociales –pensiones, sueldos, salud, vivienda- se arreglan mediante leyes y decretos, responsabilidades del Ejecutivo y del Legislativo.
Con la mayor mala intención, la izquierda no ha querido reconocer este engatusamiento a la población, pero es peor el rol que, en este mismo sentido, ha jugado el Gobierno, al persistir que “por haber escuchado a la gente” cree necesaria una nueva Constitución que “represente a todos”. Tampoco será así: el ‘pueblo’ no tendrá participación directa, sino deberá elegir listas confeccionadas a su amaño por los políticos, los mismos contra los cuales hoy despotrica y exige que desaparezcan de la escena.
En el marco de este cúmulo de falsedades, la más engañosa y venenosa es que el interés en una Carta Fundamental “moderna y adecuada a los tiempos” redundará en un modelo institucional totalmente ajeno al actual. La gran amenaza para Chile por esta ola incontrolable de programada violencia extremista es la pérdida de su democracia, cuyo certificado de defunción será, precisamente, una eventual nueva Constitución.
Resulta, entonces, increíble e impresentable que un Gobierno de centroderecha no esté representando ni menos defendiendo a su gente, y reniegue de una Constitución que es la piedra angular del neoliberalismo que ha regido en la dirección correcta al país. El Chile post dictadura allendista, sus progresos, modernidad y economía emergente a nivel mundial, fueron posible por la Constitución firmada en 1980 y reformada el 2005, sin grandes toques, por un Presidente socialista.
De ahí que tenga un olorcillo a traición el rol que está cumpliendo el Gobierno de Chile Vamos al empujar con entusiasmo una nueva Constitución. Aunque se trate de temor a la izquierda o de la única forma de equilibrarse en La Moneda, aunque sin gobernabilidad, lo cierto es que la conducta oficialista no ha sido justa ni decente con la historia política reciente ni con el sentir de millones de ciudadanos que le dieron su voto el 2017.
Sin embargo, el entusiasmo de los propagandísticos del SÍ instalados en el Gobierno, sufrió un inesperado y fuerte revés con la rebelión de senadores y diputados –una absoluta mayoría- de RN y la UDI, quienes oficializaron que harán campaña y votarán por el NO en el plebiscito del 26 de abril. En tanto, los parlamentarios de EVOPOLI notificaron que, sobre esa materia, están “en reflexión”.
Enquistadas en el Gobierno y autodefiniéndose “centroderechistas” sigue siendo importante el número de oficialistas convencidos de que Chile necesita una nueva Constitución del corte de la de Venezuela. No hay que olvidar que el Golpe extremista con Asamblea Constituyente incluida, se urdió en Caracas bajo la mirada de Nicolás Maduro. No se entiende cómo permanece en esa postura el mismísimo jefe de uno de los partidos gobernante, Mario Desbordes, ni menos el ministro del Interior, Gonzalo Blumel o la presidenta del CNTV, Catalina Parot, quienes cándidamente le hacen el juego a la izquierda.
Podría entenderse, en alguna medida muy menor, la solitaria excepción entre los senadores RN de Manuel José Ossandón y del alcalde UDI Joaquín Lavín, quien comentó estar viendo la opción de tener su propia franja por el SÍ…
Habrá que atribuir el extravío de ambos a su dependencia de los votos, pero los electores no son ovejas: perciben las volteretas de los candidatos.
Queda claro que no es sólo responsabilidad individual del Presidente de la República -hijo en estado puro de la actual Constitución- el haber cedido terreno dominante a la izquierda, y por eso mismo hay que rescatar la conducta purificante, honesta y decorosa de los senadores y diputados que se rebelaron en contra del entreguista SÍ.
Fieles a quienes representan, ellos no están dispuestos a colocar sus cabezas en la guillotina de la izquierda, como lo siguen haciendo varios que traicionaron lo que hasta hace muy poco prometieron defender.