EL NUEVO CHILE VIVE BAJO UN MIEDO PERMANENTE

VOXPRESS.CL.- A estas alturas, a nadie le caben dudas de que, efectivamente, Chile cambió y es otro comparativamente al existente antes del Golpe extremista del 18/OC. No sólo en lo físico, en su paisaje, el país no parece el de antes, sino, fundamentalmente, es otro por la severa alteración sufrida por sus habitantes, hoy invadidos más que por la incertidumbre sobre su futuro, por el temor a su integridad y a sus bienes que experimenta en su vida diaria.
Digámoslo derechamente: el ciudadano vive hoy con miedo, con un miedo en lo inmediato por una amenaza que lo acecha en su misma cuadra, en su vecindario, en la esquina de más allá o en la plaza donde juegan sus hijos. Chile hace tiempo venía tambaleando por la inseguridad a causa de la delincuencia común y del incontrolable narcotráfico, pero en la actualidad el gran temor de la población nace de la conducta de extremistas políticos dislocados que han cumplido a cabalidad con su anuncio de “desobediencia civil”.
Tras firmarse el inconducente y artificioso Acuerdo por la Paz, en el cual la centroderecha picó el anzuelo cual cándido pez, la mesa de Unidad Social, con base frentista y comunista, proclamó que iba a seguir desafiando a la autoridad, a las leyes y a las ordenanzas a través de sus violentas, abusivas y atropelladoras acciones públicas.
El miedo es una situación de alerta permanente para defenderse o huir de algo o alguien y, así, defenderse o huir. Para definirlo, se trata de una sensación de angustia por la presencia de un peligro real. Es aquí donde radica el corazón de este ‘nuevo Chile’ fundado a partir del ‘octubrazo’.
Puede considerarse una medición un tanto acotada y con limitaciones representativas, pero bien vale consignar una encuesta realizada por el Automóvil Club de Chile en cuanto a seguridad vial. Si antes los conductores le temían a la imprudencia de otros, a las malas señalizaciones o a las deficiencias en las calzadas, hoy se confiesan temerosos por la instalación de barricadas, por los ataques a sus vehículos, por la aparición repentina de turbas, por el caos vial a causa de la falta de semáforos destruidos por los extremistas, por el sometimiento del “sigue si baila”, por la obligatoriedad de dar dinero para continuar la marcha y por la permanente incertidumbre de utilizar las mismas calles en sus recorridos rutinarios.
Un conductor de vehículo de alquiler reveló no esperar las horas punta, “porque ahora la gente sale rápido de sus trabajos para llegar lo más pronto a sus hogares”. Agregó que después de las 19 horas “casi no hay peatones en las calles”.
Pueden ser sólo pincelazos, pero son reflejo de la realidad de este nuevo Chile cambiado a la fuerza por una ideología ultra que no sabe de respeto, ni de límites ni de tolerancia. Apenas inaugurada la temporada de playa en Reñaca, y con una concurrencia especial por un campeonato de surf, fue invadida por una horda extremista que agredió a carabineros que le solicitaron su identidad a un adulto.
Una comisaría de Pudahuel ha sido acosada con inusitada violencia por hordas provenientes de la misma comuna y de otras vecinas, ello con el consiguiente perjuicio para el vecindario que debe refugiarse en sus viviendas y soportar los efectos de las piedras, de los gases y el bullicio de los fuegos artificiales.
Parte gravitante de que la ciudadanía viva sumida en un estado de temor le corresponde a quien o a quienes no tuvieron el coraje de aplicar lo que al pie de la letra dice la Constitución en cuanto a la mantención del orden público. Recién retornada la democracia, el entonces Presidente Patricio Aylwin levantó la voz para contradecir a quienes criticaron el rol disuasivo de Carabineros.
El Gobierno anunció el envío de un proyecto de ley para “regular” el derecho de reunión, una mera e innecesaria formalidad para aclarar algo tan antiguo como el hilo negro: los derechos de unos terminan cuando violan a los de otros.
Cualquiera manifestación callejera que, sin autorización, interrumpa el flujo vehicular vulnera el derecho al libre desplazamiento. Así de claro está estipulado en la Constitución, de tal modo que siempre, ¡siempre!, la autoridad debe ordenar su dispersión.
El extremismo, con el respaldo formal del Frente Amplio y del PC, detectó el punto más débil del Gobierno, su falta de audacia y valentía para imponer una autoridad que se la garantiza la Constitución. Ante su nula y precaria reacción, se apropió –así de claro- de los espacios públicos para amedrentar y saquear a la población.
Nada, absolutamente nada, se obtendrá con la implementación de nuevas normas legales que aumenten las sanciones a los infractores, y ello porque saben del debilitamiento -por cálculo político- del único obstáculo para frenarlos: Carabineros.
Con un desparpajo para no creerlo, ministros y parlamentarios oficialistas aseguran que es urgente “profesionalizar a Carabineros” en una torpe excusa para seguir inhibiéndolo y quitándole fortaleza profesional y moral. Hay sectores de la población que, cada vez con más frecuencia, claman por su presencia, pero ¿para qué?, ¿para que los embosquen?, ¿para que, ridículamente, deban evacuar huyendo por no poder utilizar sus recursos?
Hasta septiembre, aunque apretada y afligida económicamente, la población vivía sin incertidumbre sobre su futuro, pero ahorra, al margen de ello, lo hace con temor por las violentas y prepotentes hordas políticas que se aparecen en cualquier momento y en cualquier lugar para que se cumpla su voluntad, y ello sin el menor contrapeso.
Mientras quede una persona con mando, aunque sea una sola, que crea, sincera o hipócritamente, que crea que el vandalismo ideológico es solucionable con diálogo y buenos modales, la alarmante situación actual no variará, más todavía si el extremismo ha ido cumpliendo con el máximo rigor cada una de sus amenazas, con horas y fechas.