EL PRESIDENTE TERMINÓ ENCAJONADO POR LOS GOLPISTAS

VOXPRESS.CL.- Se ha llegado, al fin, a la encrucijada presidencial establecida en la pauta elaborada en Caracas por el Foro de Sao Paulo, cuando chavistas y cubanos diseñaron la insurrección extremista: terminar encajonando al Mandatario y dejarlo sin salida. Si se niega a renunciar, anularlo.
Con el ficticio Acuerdo de Paz firmado en el Congreso Nacional, la siempre ilusa población creyó que, con ello, volvería la paz social gravemente alterada por el Golpe del 18/O, pero la ciudadanía desconocía, y desconoce, que el plan jamás tuvo por finalidad la reivindicación de demandas nunca solucionadas por los Gobiernos de centroizquierda –Concertación y Nueva Mayoría-, sino su meta fue, siempre, la renuncia del Presidente y terminar con la democracia.
El cronograma elaborado bajo la supervisión del chavismo y el castrismo consideró, primero, forzar una abstención generalizada al trabajo, aniquilando el Metro; segundo, generar un caos en la población y un clima de confrontación que, inevitablemente, indujese al Gobierno a decretar Estado de Emergencia, con extremistas dispuestos a desafiar a los militares para generar muertes y, con ello, ‘mártires’ que exhibir ante el mundo; tercero, ante dicho escenario “atentatorio a la democracia” y a los derechos humanos, la ONU y decenas de entidades afines a la izquierda le pedirían al Presidente la dejación del cargo; cuarto, de no llegar a darse dicho escenario, las jornadas de violencia y vandalismo debían mantenerse con una sola petición: “¡que renuncie!”; quinto, ante la negativa presidencial de hacerlo, el Congreso debía neutralizar al Ejecutivo, apropiándose de sus obligaciones -ocurrió con las rápidas aprobaciones de demandas sociales y del llamado a plebiscito-, y sexto, ya casi sin atribuciones, ni mando ni capacidad de maniobra, presentarlo ante la ciudadanía como el único que puede y debe poner término a la imparable ola de violencia, conscientes todos de su incapacidad de hacerlo.
Se halla Chile en el último eslabón de la sublevación extremista, una encrucijada tan fríamente calculada, que en la eventualidad de una renuncia presidencial, que no se divisa, tendría que convocarse a una elección para completar el período, y el clima imperante en el momento, de rabiosa crispación popular, le es favorable a la izquierda. En cambio, de continuar el Mandatario en su cargo hasta el 2021, lo casi seguro es que no cesen las oleadas de violenta alteración del orden y de saqueos e incendios.
El propio Presidente parece estar convencido de ello, al enviar un proyecto al Congreso donde propone que personal castrense custodie las instalaciones de servicios estratégicos.
El plan del extremismo era, finalmente, encajonar al Presidente: en esa postura se encuentra por no atreverse a hacer lo único que cabe para restaurar la normalidad vulnerada, esto es, el Estado de Sitio permanente. En un intento por resultarle grato al adversario político, ha dicho que “los problemas de la democracia se arreglan con más democracia”…, es decir, con el chipe libre a los extremistas para que continúen destruyendo y quemando las ciudades.
Para acorralar más al Presidente, un grupo de senadores de oposición, con el gran hipócrita de Jaime Quintana a la cabeza, más, increíblemente, parlamentarios de Chile Vamos, emitieron una declaración –no es un acuerdo- en que lo instan a “tomar las medidas que le da la Constitución (Estado de Sitio), pero respetando los derechos humanos”… Es el beso de Judas: todos saben que los extremistas se lanzarán a las botas de los militares para el montaje de violaciones.
Por estos días, gran parte del país, e incluso extrañamente hasta algunos periodistas, se preguntan “¿y esto, hasta cuándo? Los cándidos que se imaginaron que el Acuerdo de Paz era una bien intencionada estrategia del Congreso para aliviar la crispación, ahora se dan cuenta de que el único interés de los partidos es quedarse con la tajada más grande del nuevo proyecto de Constitución. Fue una mascarada para adquirir más poder y poner en primer lugar de la tabla el sueño opositor de terminar con el modelo neoliberal. El Parlamento, intencionalmente, está ‘en otra’ y con la convicción de que empujando dicha iniciativa populista lavará un poco su deteriorada imagen y atenuará el repudio de la población.
En ese Congreso, cuño de la República, de la libertad y de la democracia, se hallan participando tres colectivos protagonistas de la asamblea del Foro de Sao Paulo en Caracas y que intervinieron en el plan de insurrección para Chile. Fueron los mismos que firmaron la declaración final, en la cual se pide mar para la, entonces, Bolivia socialista de Evo Morales.
No puede aceptarse, bajo ningún punto de vista, que este movimiento de aniquilamiento de la propiedad ajena no tiene cabeza con la cual alguien pueda dialogar entenderse. Se sabe con exactitud quiénes son sus estimulantes para que la anormalidad prevalezca y el caos impere, con lo cual, la ya tambaleante plataforma económica del país caiga, abonando el terreno para los propósitos de la izquierda.
Lo trágico de esta gravísima crisis política, que nunca fue social, es que Chile ha perdido la dignidad que, nos imaginamos, alguna vez tuvo. Las órdenes de cuanto hay que hacer emanan del socialismo internacional, desde el exterior, o de agencias ideologizadas que instruyen, sí, tal cual, instruyen, al Gobierno sobre cómo actuar y hasta le imponen que realice una profunda reforma al interior de Carabineros.
Dentro de tanta catástrofe, pasar a ser mandado por otros excede todo límite de lo que puede tolerar un gobernante, por muy prisionero de su falta de valor en que se encuentre.