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AL VOTAR, RECUERDE EL DAÑO QUE LE CAUSÓ LA IZQUIERDA


VOXPRESS.CL:- Juan Gabriel Valdés Soublette, un socialista atípico que se ha dedicado a la diplomacia y ex ministro de Relaciones Exteriores, es recordado, más que por alguna misión destacada de su labor, por el deplorable rol que jugó con motivo de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos.

Desempeñándose como embajador con sede en Washington, se transformó casi en un vocero de la candidatura de Hillary Clinton y, de paso, denostó en cuanto pudo a quien, finalmente, llegó a la Casa Blanca, Donald Trump. Renegó de las conductas elementales de un embajador de demostrar, al menos públicamente, una mínima neutralidad. Hoy ha vuelto a caer en una falta de objetividad, esta vez en su visión acerca de lo que está ocurriendo en el país: afirmó que “la violencia está destruyendo el movimiento social”, compartiendo, así, la misma óptica de la izquierda que, con un cinismo proverbial, quiere desmarcarse de las devastadoras consecuencias y de su propia responsabilidad en la insurrección política del 18/O.

La sublevación extremista es indivisible con la violencia: todas las ‘manifestaciones’ callejeras, conocidas y por conocer, culminan invariablemente con un entorpecimiento de la actividad normal de los ciudadanos, con mayor o menor grado de violencia.

La propia izquierda se ha encargado de difundir profusamente un video de un sociólogo socialista español, quien pregona que son escasísimas en el mundo las demandas que han tenido éxito sin ir acompañadas de violencia: asegura que ésta es indispensable para obtener el objetivo. Su aseveración refuerza el concepto en esta materia con que el extremismo local ha adoctrinado a la juventud para justificar sus conductas vandálicas. Dicho estimulador de masas argumenta que “cualquier acto que un grupo social considere injusto, ya, en sí, constituye violencia”, y por consiguiente hay que responder de igual modo.

Ejemplifica que un mal salario es violencia, que una baja pensión es violencia, que una falta de atención hospitalaria es violencia, que una mujer desplazada por un hombre en un trabajo es violencia, y, así, enumera decenas de situaciones de disconformidad en la convivencia humana que deben ser respondidas con “belicismo práctico”.

La iluminada percepción de este sesudo estudioso de la izquierda española ayuda a clarificar y entender que el vandalismo desmadrado que se sigue observando en las ciudades de Chile no es obra de delincuentes comunes. Es una falsedad, entonces, –desmentida por un camarada español- que “la violencia está destruyendo al movimiento social”.

De a poco, la población se ha ido dando cuenta de que en los gritos de los manifestantes que, organizadamente, continúan alterando la normalidad de sus compatriotas, no hay una sola alusión a las demandas sociales. La ciudadanía se ha ido convenciendo de una realidad que quedó al desnudo desde el primer día: lo que hay, y aún subsiste, es una asonada para forzar la renuncia de un Presidente (en apariencias) centroderechista.

Progresivamente, está asumiendo que en Chile no hubo un estallido social ni existe una crisis social, sino se trata de una crisis política, y súper aguda. Desde esta perspectiva, y gracias al aporte del académico español, es imposible eximir a la izquierda, en su conjunto, de su injerencia directa en las calamidades que hoy sufre la ciudadanía. .

Lo que pretendió la asonada extremista fue echar abajo el modelo neoliberal y forzar su reemplazo por otro supuestamente impuesto por “la gente” y de impronta socialista.

La descomunal violencia por destruirlo todo y, con ello, hacer trizas la economía de libre mercado, es parte de la antigua doctrina marxista que sin la demolición previa del sistema neoliberal no puede establecer el suyo. La violencia, entonces, no es disociable con sus propósitos.

Convencida amargamente que su objetivo no pudo materializarse con la insurrección, porque la ciudadanía no siente ni quiere revoluciones por saber a qué conducen, la izquierda levantó rápidamente la ficticia necesidad de dotar al país de una nueva Constitución. Para estructurar su artimaña, los mismos odiados por la ciudadanía que les pide que se vayan, se apropiaron del proyecto para ‘cocinarlo’ a su amaño, pese a estar colmado de dudas, sospechas y reparos jurídicos y hasta…constitucionales.

Dado este descarado escenario instalado por la izquierda, en la víspera de un año de elecciones, la ciudadanía tiene que mantener presente la infinidad de problemas, y hasta tragedias, que está viviendo día a día para ‘cobrarlas’ al momento de votar. Al margen del caza bobos plebiscito constitucional que se anuncia para abril, más adelante están programados dos comicios cruciales para el país, el de alcaldes/concejales y el de gobernadores. Es en esos momentos cuando los ciudadanos se enfrentarán a la obligación de recordar que fue la insurrección izquierdista la responsable de lo siguiente:

*incendio de su negocio y/o su vivienda;

*haber quedado sin trabajo;

*haber sido dejado sin transporte y tener que doblar o triplicar el tiempo de transporte;

*el no poder utilizar las calles habituales por las barricadas;

*el sufrir daños a los muros de sus propiedades y gastar dinero no previsto para pintura a causa de los rayados;

*el tener que desplazarse lejos para comprar productos elementales o poder sacar dinero de un dispensador por la destrucción de los habituales más próximos;

*el cancelar desplazamientos por la impensada alza del valor del dólar; como viajes de estudios;

*la impotencia de poder y terminar un semestre sin conocer toda la materia programada;

*no poder disfrutar de los tradicionales fuegos artificiales de fin de año;

*la destrucción del único lugar público de esparcimiento;

*el quedarse, la tercera edad más vulnerable, sin su esperado paseo gratuito al litoral;

*el no disfrutar los niños sin recursos de su tradicional fiesta navideña y encuentro con el Viejo Pascuero;

*la imposibilidad de ejercer el derecho a recrearse sin horario de límite, porque los negocios funcionan a medias y con horarios restringidos por temor a los saqueos;

*el no disponer de medios de locomoción en la noche y madrugada;

*el ocupar las horas libres en cuidar las viviendas por temor a ser violentadas;

*la impensada realidad de comerciantes y vendedores que están de brazos cruzados, y sin ayuda, por la desaparición de su clientela;

*recurrir a inversiones no presupuestadas para reforzar la seguridad de comercios y domicilios;

*la cancelación de los tradicionales encuentros de camaradería de oficinistas de fin de año;

*la postergación obligada de atenciones médicas y de cirugías ya programadas;

*la debacle del turismo en plena temporada alta, con sus consiguiente desocupación.

Desde la insurrección extremista a la fecha –ni siquiera dos meses- se han producido 320 mil pérdidas de empleos. A todo este tipo de estropicios, que nadie quiso, pidió ni se imaginó, hay que sumar un gran conflicto global jamás pensado: el desplome vertiginoso de la economía local. Hoy, el dinero es mucho más caro, si es que se dispone de él.

Todas, absolutamente todas estas tragedias cotidianos que están viviendo los chilenos son de exclusiva responsabilidad de la izquierda. Y esa toma de razón deberá ser clave y muy firme a la hora de decidir por quién votar y por qué votar.

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