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A CONVIVIR CON ESTA NUEVA ‘NORMALIDAD’


VOXPRESS.CL.- Lleno hasta sus cumbres de tradiciones, leyendas, supersticiones, esoterismo y mitologías populares, Chile entra al último mes de un año que, al menos unas tres o cuatro generaciones no lo olvidarán fácil.

Tiempo atrás, un elenco de actrices del teatro nacional, contaba que según como había sido el éxito de taquilla, ellas aguardaban el año venidero: vestidas de negro o de blanco. Si la temporada de actuaciones había sido buena, hacían duelo precisamente porque se iba, pero si resultó mala se ilusionaban con uno mejor, esperándolo con albas tenidas.

El 70% de la población chilena, la honesta y trabajadora, la de cabeza fría y bien centrada, la siempre esperanzada en días mejores, tendrá que despedir este 2019 vestida de blanco, olvidando, así, las malas vibras, y muy malas, de éste que ya se va. Pero el nuevo año ¿será diferente o mejor?, ello desde la perspectiva de este crispado ambiente político, en el cual los saqueos y el vandalismo continúan en alza.

En la primera mitad del siglo XX, en el país se producían convulsiones con relativa frecuencia, y se recuerdan, así al pasar, la huida de un Presidente al exterior, un Gobierno que duró tres días, fallidas asonadas y apropiaciones indebidas del Poder. Sus habitantes parecieron habituarse a este tipo de alteraciones de la convivencia nacional, y en sus recuerdos quedaron capturados algunos acontecimientos de terror que ahora vuelven a repetirse.

Chile, digámoslo, nunca fue una isla, y de ello dieron fe las administraciones de Frei Montalva, con la violenta irrupción de los grupos subversivos urbanos, hijos de la revolución castrista, y la de Salvador Allende, con su cruento y cotidiano enfrentamiento callejero entre comunistas/miristas/socialistas/cubanos contra las fuerzas defensoras de la democracia.

La década del 80 del régimen militar estuvo marcada por manifestaciones muy potentes que nacieron en el anonimato de los estadios de fútbol para, luego, trasladarse a las calles con duros enfrentamientos con la policía.

En los Gobiernos post retorno de la democracia, la primera alteración seria al orden la sufrió Michelle Bachelet en su primer Gobierno, al nacer la protesta de los ‘pingüinos’, la que, decididamente, se hizo incontrolable durante el primer régimen de Sebastián Piñera, en una clara intención de desestabilizarlo. Al término de su segundo mandato, la hoy Alta Comisionada lo pasó mal por las protestas callejeras en contra de las irremediables falencias de la salud pública y debió, impotente, mirar desde el balcón de La Moneda la masiva participación en las manifestaciones contra las AFP -levantadas por el Frente Amplio.

Diciembre de 2017 fue el caldo de cultivo para la más grande tragedia política en lo que va del siglo XXI. El 17 de diciembre de ese año, en una desenlace inesperado, la izquierda perdió el poder en Chile, como antes le había ocurrido en Paraguay, Perú y Argentina; luego fue expulsada desde Brasil –todo un impacto mundial-, Ecuador, Bolivia -con la renuncia por fraude de Evo Morales- y acaba de despedirse del Uruguay del icónico Pepe Mujica, tras 15 años de dominio, para quedar en manos del derechista Luis Lacalle Pou.

Éste efecto dominó de la caída de la izquierda sudamericana resultó determinante para que se utilizase a Chile como “banco de prueba” para medir la permeabilidad de la democracia de mayor estabilidad del subcontinente.

Las cúpulas de la extrema izquierda, radicadas en Venezuela, Cuba y Nicaragua decidieron probar la resistencia del “modelo” chileno y qué tan fácil o difícil resultaba derrumbarlo, más aún al tanto de su insólito sistema de cero prevención y cero inteligencia.

El 2018 fue el año de las pruebas con encendidas, virulentas, provocadoras, violentísimas y hasta degeneradas expresiones públicas de movimientos feministas, la insurrección terrorista en La Araucanía, arremetidas de los homosexuales, desfiles nacionales anti AFP, campañas pro aborto libre, rebeliones estudiantiles, un par de fracasas de la CUT y del Magisterio, y todo ello conjuntamente con el inicio de las revueltas al interior de los liceos municipalizados, que incluían su destrucción y la quema de sus profesores.

Este banco de prueba de Chile no gustó a la cúpula del Foro de Sao Paulo, la que decretó asonadas masivas y violentas, ya no parciales ni acotadas a sectores, sino generales y con una fecha de término: la abdicación del Presidente respectivo. Donde más cerca se estuvo de conseguirlo fue en Ecuador, al punto que Lenin Moreno debió trasladar la sede presidencial momentáneamente desde Quito a Guayaquil. En la medida en que la izquierda recuperaba Argentina, perdía a Bolivia y a Uruguay.

El socialismo internacional aún no puede dar por “recuperado” a Chile, pese a que, de todas las insurrecciones programadas, fue ésta, por lejos, la más vandálica y destructiva, poniendo énfasis en los símbolos de la Patria, de la democracia y de la institucionalidad, todo un libreto de metas cumplidas, aunque le quedan muchas por cumplir.

No por simple coincidencia, Colombia fue azotada por una rebelión idéntica a la de Chile. Fue víctima de la misma pauta subversiva: encapuchados, cacerolazos, saqueos y desafío al toque de queda, ello con las mismas consignas políticas. Los Presidentes de ambos países fueron los únicos que participaron del festival internacional fronterizo con Venezuela destinado a provocar la destitución de Nicolás Maduro.

Si bien la izquierda internacional, en este plan recuperador latinoamericano -México también pasó a ser de ella con el persistente López Obrador-, no consiguió su objetivo con Chile ni los demás, al menos obtuvo que su Presidente, una mezcla rara de capitalista arrepentido y socialdemócrata debutante, pactara administrativamente con ella para repartirse el poder. Ahora ya instalada en la toma de decisiones, la izquierda teje astutamente la esperanza de sustituir el modelo neoliberal por otro netamente “social” (?), que confía plasmar en una nueva Constitución que recoja todas sus exigencias.

El abogado y académico Jorge Zapata (DC), el constitucionalista que estuvo a cargo del Proceso Constituyente de Bachelet, advirtió que una nueva Carta Fundamental no es una “cajón de sastre”, en clara alusión a lo que vociferan y presionan quienes continúan en las calles originando anormalidad, desmanes y destrucción.

La comunidad nacional, la trabajadora, la que sólo ansía tranquilidad en su diario vivir, tiene que hacerse a la idea de que este clima de vandalismo extremo, con tomas de calles y barricadas, es la nueva “normalidad” del país y que habrá que habituarse a ella. Este ambiente de inaudita “convivencia nacional” no parará hasta que esta generación perdida, que va con sus mamás a sacarse el servicio militar, logre sus objetivos. Es de imaginarse el desastre en que puede convertirse el país, si en el plebiscito de abril triunfe la opción “se rechaza”. Sería un escenario peor de catastrófico que el del 18 de octubre, cuando estos ‘jóvenes idealistas’ dejaron a pie a más de dos millones de compatriotas.

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