YA NO ES ‘EL EQUIPO DE TODOS’

VOXPRESS.CL.- Todavía con la revuelta política en su máxima expresión en las calles, se produjo un hecho, lamentable desde cualquiera perspectiva, que no fue percibido, y ni siquiera asumida su gravedad, por un gran número de la población-
Nos referimos concretamente a la determinación arbitraria y subjetiva de los jugadores de la Selección Chilena de Fútbol, que se negaron a viajar desde Santiago a Lima para jugar un partido amistoso con su similar del Perú (martes 19 de noviembre), ello “por solidaridad con el pueblo”.
Los futbolistas, en un 98%, provienen de los sectores más vulnerables de la población. Sus familias suelen vivir en poblaciones periféricas y afectadas por precariedades a raíz de sus estrecheces económicas. Son conocidos de sobra los episodios de violencia protagonizados en los partidos de las divisiones menores por los padres de los jugadores, quienes exigen su titularidad y, con ello, una rápida consagración para que sean comercializados interna o externamente. La gran mayoría, si no todos, ven en sus hijos con condiciones para este deporte un trampolín que saque a la familia de su estado de privaciones.
Visto así, es explicable y muy humano que los futbolistas sintonicen su sensibilidad social con la del resto de los trabajadores del país, que con su precario sueldo mínimo luchan día a día para sobrevivir. Sin embargo, no es este el caso de los seleccionados, que gozan de salarios descomunalmente millonarios y disfrutan de un estándar fabuloso.
En la misma fecha en que los seleccionados, arbitrariamente, asumieron la decisión de no presentarse a jugar en Lima, eran millones de chilenos los que se dirigían o volvían hacia y desde sus trabajos, a bordo de un transporte maltrecho y a medio funcionar y esquivando barricadas.
Los seleccionados, de partida, son trabajadores a los cuales se les paga, y muy bien, por sus servicios, y no se reunieron en Santiago para otra cosa que no fuese trabajar, jugando al fútbol. Fueron traídos para tal objetivo en primera clase de vuelos intercontinentales y recibirían salario por los días de preparación y por su partido con Perú en la tranquilidad de Lima.
Su mal entendida “solidaridad” no fue con el mundo trabajador, sino con los insurrectos y violentistas de izquierda. Quien lideró la rebeldía de fue Gary Medel, nacido y criado en la impenetrable La Pincoya, y quien no pocas veces confesó que “de no haber sido futbolista, hubiese sido delincuente”…Además, se vio involucrado en la muerte de una joven en Huechuraba tiempo atrás. Este detalle de su liderazgo no es menor, porque la determinación de no jugar no fue consensuada, sino impuesta por él y por Charles Aránguiz, oriundo de una población de Puente Alto, y quien antes de abordar el avión para venir reveló su intención de “no jugar más amistoso por Chile”…
Frente a los organismos internacionales del fútbol y ante la Federación Peruana, Chile quedó como un incumplidor de compromisos convenidos, y en adelante cualquier intento por pactar amistosos para la Selección se hará muy complejo. Con su poca profesional conducta, el plantel le originó, también, un atropello a su entrenador, al que dejaron plantado, porque ni siquiera le consultaron sobre su intención de huelga. Al margen de ello, acentuaron todas las incertidumbres sobre su capacidad para afrontar la clasificatoria a la Copa del Mundo de 2022, que comienza en marzo, cuyo inicio lo afrontarán sin haber tenido su técnico la posibilidad de disipar sus últimas dudas.
En el polo opuesto de los equipos de clubes, que representan parcialidades y hasta bajas pasiones –las banderas de Colo Colo y la “U” flamearon en los saqueos-, una Selección Nacional es el espejo de todo un país y, por tanto, debe abstenerse de cualquiera expresión pública que implique sentimientos ajenos al fútbol. Los reglamentos sobre este tipo de situaciones son tremendamente categóricos y estrictos, al punto que la Federación mexicana sancionó a dos jugadores chilenos que mostraron camisetas ocultas con alusiones políticas.
Este grupillo de sobrevivientes de una mal llamada ‘generación dorada’ es un reflejo del progresivo deterioro del concepto de representación nacional que ha experimentado la Selección. Sus jugadores, amparados en el elogio del periodismo -también comprometido políticamente-, cada vez más anteponen sus intereses personales por sobre los de un emblema que, igualmente, cada vez más les importa menos. Cualquiera con una pequeña capacidad de observación constata que, ahora, a sus integrantes les da lo mismo ganar o perder, pues su objetivo central está puesto exclusivamente en los montos de dineros pactados.
A la hora de comparar actitudes humanas, la de esta Selección no llega ni a las suelas de los componentes de aquella que participó en las clasificatorias e intervino en la Copa del Mundo de 1974. Su desempeño lo realizó en la convulsionada etapa política de la Unidad Popular y del Golpe Militar. Debió eliminarse con la Unión Soviética en Moscú, a pocos días del 11 de septiembre, y todos sus jugadores viajaron sin un solo reparo.
Luego, ya en la Copa en la Alemania Federal, estuvo concentrada en una fortificación protegida por varias vallas de alambres de púas, en un Berlín dividido en cuatro a causa de la Guerra Fría, con un río a pocos metros de su hospedaje partido en dos por una barrera de dinamitas flotantes.
Aquella Selección la integraban, entre otros, un preparador físico, su capitán y un delantero socialistas, llegando a ser éste concejal por Santiago por el PS; un hijo de un dirigente ferroviario del PC y un mediocampista que de niño durmió en las ventilaciones de la red de gas callejera para calentarse en los inviernos. El plantel soportó sin reclamo alguno el régimen casi carcelario de concentración, con una custodia numerosa y autoritaria, y fue mirado y juzgado con recelo por representar a una naciente dictadura militar. Incluso, hasta recibió gritos adversos de sus propios compatriotas que ya estaban llegando como exiliados a Europa.
La sola comparación de escenarios vividos por ésa y por esta Selecciones, deja en evidencia la grandeza de aquélla por su inconmovible honor de representar a todo un país, pese a la dimensión del trance político que le tocó vivir. Eso la hace la más grande después de la magnífica que le dio a Chile el tercer lugar en el Mundial de 1962.
La pequeñez, el oportunismo y la arbitrariedad con que procedió la Selección actual, la sitúa en un lugar tan secundario y desteñido que no se hace merecedora a ser considerada el “equipo de todos”.