LA ORGANIZACIÓN MÁS INÚTIL DEL MUNDO

VOXPRESS.CL.- En términos muy simples, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se creó para evitarle nuevos desgarros y sufrimientos a la población del planeta, como los originados por las dos Guerras Mundiales y, específicamente, por los horrores vividos durante el segundo de dichos conflictos.
Ser país miembro de la ONU implica un costo para sus habitantes, pues cada Estado, proporcionalmente, aporta una suma anual de dólares para poder financiar su infraestructura y las demandas de decenas de miles de empleados que gozan de exquisitos privilegios salariales, de seguros familiar y de sanidad de por vida y ganan viáticos acordes a su estatus de ‘funcionarios internacionales’.
Pero a cambio de esa contribución que cada nación saca del bolsillo de sus habitantes, la ONU no entrega absolutamente nada, excepto obligar a firmar pactos y acuerdos que, en muchos casos, subyugan la “libre determinación de los pueblos”, increíblemente uno de sus postulados elementales. Un ejemplo de su intervencionismo en países no socialistas lo dio con el mensaje enviado a La Moneda, apenas minutos después de que ésta decretara Estado de Emergencia, una excepción legal y constitucional, advirtiéndole al Gobierno “cuidar los derechos humanos”…
La ONU no ha dado cumplimiento a ninguno de sus postulados para los cuales se creó, o sea, es totalmente inútil, y no es más que una apetecida fuente de empleo muy bien remunerado para adherentes o militantes de izquierda.
Dominada casi desde su fundación por la agobiante e inclaudicable herencia de la Unión Soviética y sus aliados, durante décadas y hasta hoy, para tener un cargo en alguna de sus tantas oficinas es requisito ser socialista o, al menos, garantizar que se simpatiza con él.
Quienes han pasado por la Secretaría General de la ONU y los que ocupan puestos de Subsecretarías -como Michelle Bachelet, a cargo de la Comisión de DD.HH.-- son meramente decorativos, de maquillaje, porque, en rigor, en las decisiones de la ONU siempre terminan prevaleciendo las ideologías y no el bien común.
Un ejemplo patético de ello es que uno de sus brazos con más recursos, la FAO, encargada de las crisis alimentarias de los países miembros, en vez de solucionar ese problema específico en África ha terminado por provocar un conflicto peor: las emigraciones. Los gigantescos desplazamientos humanos son motivados por el hambre. Desentendida de ese fracaso propio, ahora la ONU tiene la desfachatez de exigirles a algunos de sus naciones afiliadas, sólo a algunas, cuotas de recepción de inmigrantes.
Este organismo ha sido incapaz de impedir o mediar con éxito en una cadena de guerras sangrientas surgidas con posterioridad a su creación. Lo que ocurre hoy en Siria parece casi de ficción: Estados Unidos abandona el campo de batalla, tras eliminar al Estado Islámico, y se instala allí Turquía para exterminar a los kurdos.
Antes de las recientes elecciones en Israel, el candidato Benjamín Netanyahu anunció que, de ganar, anexaría (por la fuerza de las balas) más territorios árabes de la Cisjordania.
La ONU no es más que un gran escenario en el que miden fuerzas prepotentes, poderosos y economías codiciosas, todo ello en medio del dinámico trabajo de hormiga de la izquierda, que utiliza el sello de la organización para perpetuar su marchito totalitarismo, en vista de que ha sido desplazada de muchísimos lugares tras la caída del Muro de Berlín.
La más reciente prueba de la inutilidad de la ONU se produjo con el triunfo del dictador venezolano Nicolás Maduro, quien obtuvo para su país un asiento en la Comisión de DD.HH. del organismo, habiendo sido denunciado su régimen socialista por la Alta Comisionada de persecuciones, apremios, encarcelamientos políticos, represión y ejecuciones a opositores. ¿Tiene razón de ser una entidad que a quien condena es elegido por ella para que vele por los delitos que él mismo comete?
Amnistía Internacional lleva un registro periódico de los países en los cuales menos se respeta la democracia o, derechamente, se la viola, al igual que en Venezuela. Al margen de las dictaduras convencionales -China, Cuba, NorCorea, Vietnam- y de los románticos marxistas –Rusia, Nicaragua-, hay una infinidad de naciones, conocidas como No Alineadas, en las cuales por su tamaño, limitaciones y tribalismo impera la ley del Talión para acallar sin piedad a quienes quieran expresarse. Estos fueron los países que con sus votos en la asamblea, le dieron la victoria a Venezuela para que “contribuya a la defensa de los derechos humanos”.
Según Amnistía Internacional, en muchos de estos No Alineados abundan los conflictos antidemocráticos, la corrupción y líderes adictos al poder. Consigna que la elección de un jefe tribal suele originar un exilio masivo y son frecuentes la represión, las detenciones arbitrarias, las reclusiones y los homicidios, como en Uganda, Zimbabue, Kenia y la República Democrática del Congo.
Según el informe, sus líderes prohíben expresamente las manifestaciones públicas en Angola, Benín, Burundi, Camerún, Chad, Costa de Marfil, Gambia, Guinea, Guinea Ecuatorial, Malí, Nigeria, República Democrática del Congo, Sierra Leona, Sudán, Togo y Zimbabue.
Un documento tan revelador como éste permite entender de dónde y porqué se generó tanta simpatía y adhesión por la dictadura venezolana. Pero ello no alcanza para justificar el ridículo y la vergüenza universal en que el totalitarismo dejó al Secretario General, el portugués Antonio Guterres, ex presidente de la Internacional Socialista, y a la Alta Comisionada, Michelle Bachelet, ícono del PS chileno.