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EN EL PS, NADIE PAGA LOS DAÑOS


VOXPRESS.CL.- Debe ser ésta, la etapa transcurrida en esta década, una de las más poco felices en la historia moderna del Partido Socialista.

Ha sido un período calamitoso, aunque nunca tanto como el vivido en 1967, cuando en su Congreso de Chillán, consagró que no había otra forma de acceder al poder en Chile que no fuera por la vía de las armas, y se auto proclamó “revolucionario” para concretar dicho objetivo.

Su desastroso rol jugado durante la Unidad Popular, de la mano de Carlos Altamirano, no hizo más que profundizar la crisis prevista producto de su radicalización. Aquél, en ese entonces Secretario General, en un incendiario discurso que la memoria socialista ha sepultado, anunció que “habrá que matar a un millón de oligarcas para que el pueblo tome conciencia de lo que es una real revolución”.

Las consecuencias de esta diabólica estrategia son conocidas y, desde 1973, juzgadas arbitrariamente en el mundo entero, aunque sus causas son maliciosamente escondidas e ignoradas en aras de que sólo se conozca un solo lado de la moneda.

Como adición al infernal resultado de aquella gestión política, en estos últimos años, el PS ha hecho, nuevamente, méritos suficientes para ser juzgados por sus errores, y otra vez mira hacia el lado, como si nada, desentendiéndose de su culpabilidad. Más grave aún, invoca ser “el partido de Salvador Allende” para arrogarse el “mejor derecho” a hacer lo que se le dé la gana.

Es bueno recordar que fue el PS el mayor responsable de que la (ex) Nueva Mayoría haya perdido las dos vueltas de elecciones presidenciales en octubre y diciembre de 2017. Aceptó la presión del PC para sacar de carrera a Lagos Escobar y, después, se negó a efectuar una primaria de la centroizquierda, negando la opción de sus propios candidatos, para complacer a los comunistas y poniéndole luz verde a Alejandro Guillier, el “rostro fresco” de la política, un capricho de Camila Vallejo y Karol Cariola.

El PS no evaluó los daños en votos que le causaría al sector el obligar a la DC a ir sola, pese a la conciencia de ésta que iba derecho a una derrota.

Otro episodio que caló hondo en el corazón socialista fue la revelación de que el partido invirtió la indemnización estatal por los bienes que le incautó el régimen militar, en acciones de empresas concesionadas y en SQM, para que en gratitud, éstas contribuyesen a sus campañas electorales.

Luego surgiría otro ‘descubrimiento’: la presencia de conocidos narcotraficantes de la comuna de San Ramón en el Comité Central y en su padrón de militantes, los que, pese a su “expulsión oficial”, tuvieron incidencia en la última elección interna, manipulada por la directiva para que la disidencia no triunfase. Nunca se supo del resultado de la citación de la PDI al presidente Elizalde para que aclarase la posesión de $20 millones en billetes cuando lo asaltaron para robarle su auto.

Instalado en el eje del motor opositor, el PS intentó manejar y conducir un implacable obstruccionismo en contra de los proyectos gubernamentales, pero la maniobra le resultó sólo en parte: aunque a duras penas, el Ejecutivo ha podido sacar adelante algunas de sus iniciativas.

Los grandes perdedores en este liderazgo abortado son Carlos Montes y Álvaro Elizalde. El primero de ellos anunció que su rol fundamental como flamante presidente del Senado sería “articular a toda la oposición para que actúe unitariamente” –lo que no consiguió-, mientras que el segundo, en la mismísima puerta de La Moneda, anunció que “le negaremos la sal y el agua al Gobierno”. Y éste ha avanzado, poco, pero ha avanzado.

En nada quedó la denuncia que mandó al senador Juan Pablo Letelier al Tribunal Supremo de Disciplina por sus vínculos con los tres ministros de la Corte de Apelaciones de Rancagua expulsados del Poder Judicial por prevaricación y corrupción.

Más recientemente, en una indignación propia de su carácter, José Miguel Insulza, un socialista moderado que giró al extremismo en su anhelo de ser candidato presidencial y ganarse la simpatía del ‘brezhniano’ Álvaro Elizalde, arremetió contra la vocera de Gobierno porque recordó “los nexos con el narcotráfico”. Impulsó el acuerdo de no dejar entrar a los subsecretarios a las sesiones en el Congreso Nacional. Ante la inefectividad de su idea, luego accedió a que lo hicieran en compañía de los ministros y su castigo ha ido quedando discretamente en nada.

La guinda de la torta en esta cadena de desaciertos del PS fue su papel en la fracasada acusación constitucional contra la ministra de Educación. El ‘ideólogo’ de ella fue Carlos Montes, el mismo que logró que su hijo fuera designado fiscal del Ministerio Público por intervención de quien, ahora, coincidentemente, ocupa el cargo de Secretario del Senado.

Pese a que se le advirtió que el libelo carecía de sustentación jurídica, igual embarcó a su partido en un enfrentamiento que terminó con un fracaso político que le dolió hasta el alma, pero sin arrepentimiento ni penitencia.

El PS de Salomón Corbalán, de Clodomiro Almeyda, de Emilio Recabarren, de Óscar Schnake, de Eugenio Matte y del mismo Salvador Allende en sus tiempos moderados de cuello, corbata y polainas, era soñador y honesto. El de hoy es un remedo del de aquellos tiempos, porque nadie se avergüenza de sus censurables actos y de sus erróneos comportamientos. Fruto de su actual escenario, no extraña que tenga un padrón de apenas 17 mil militantes y que el que fuera, según Allende, “el partido de los trabajadores” hoy no origine repercusión entre ellos.

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