EL CAMBIO CLIMÁTICO Y EL RESPETO A LA DIGNIDAD NACIONAL

VOXPRESS.CL.- Joko Widodo, el Presidente de Indonesia, anunció que el 2020 iniciará la construcción de la nueva capital de su país, para reemplazar a la actual Jakarta (15 millones de habitantes), isla que progresivamente se hunde en el océano: más temprano que tarde, desaparecerá bajo el mar.
Será Jakarta la primera gran víctima urbana mundial en pagar el costo del calentamiento global y sus gigantescos derretimientos de glaciares que aumentan la superficie de los mares.
Así como pronto le tocará el turno a la capital indonesia, son varias las islas e islotes que dejaron de ser consignados en los mapas por haber sido cubiertos por las aguas de los océanos.
Situaciones dramáticas como las de Jakarta, y otras que vendrán, se pueden anticipar y prevenir, no así lo acontecido en el Estado brasileño de Mato Grosso, donde una ausencia prolongada de las típicas y copiosas lluvias tropicales originó un incendio que supera las 90 mil hectáreas consumidas con la desaparición de especies nativas que han perecido por la falta de agua para beber.
Las organizaciones medioambientales, empezando por la propia ONU, consideran al Amazonas “uno de los pulmones” del planeta por su gran reserva arbórea, y de ahí que el gigantesco incendio en territorio brasileño haya causado tanta alarma, llegándose al histerismo y a una intromisión, incluso política, por parte de los países miembros del G7 reunidos en París.
Hay que reconocer, y ello es así, que inicialmente el Presidente brasileño Jair Bolsonaro minimizó la importancia del incendio y, por tanto, sus consecuencias, y que, si bien reaccionó, lo hizo tardíamente mediante el envío de bomberos, aviones cisterna y fuerzas militares. El fuego consumió mil hectáreas de plantaciones cocaleras de Bolivia, afectando, así, a una de sus más potentes fuentes de ingreso.
El mundo tiene “otros varios pulmones” de oxigenación del aire, pero ello no es óbice para restarle la enorme gravedad que implica este siniestro en territorio brasileño.
Organizaciones ambientalistas han atribuido el origen del mega incendio a la deforestación en Mato Grosso para plantar allí especies económicamente rentables, pero aunque fuese así, es imposible que toda la extensión de la selva amazónica vaya a ser arrasada para sustituir sus milenarios árboles y matorrales. Tan infundado temor es imposible, dada la compartida propiedad del Amazonas, de tal modo que tendría que materializarse un acuerdo multinacional para acordar tan descabellada aprensión.
Lo que ha ocurrido es una catástrofe en el país de Jair Bolsonaro, y ello, de por sí, es un motivo no sólo de controversia, sino de un aprovechamiento.
Ha sido tan groseramente orquestada la campaña para aprovecharse de ‘reventar’ a Bolsonaro, que una instancia como el G7, que debió priorizar en sus mesas de trabajo la latente amenaza de un conflicto nuclear, los gravísimos efectos mundiales de la guerra comercial China-EE.UU. y de los inmigrantes que continúan dando vueltas por el mundo muriendo de hambre, sus líderes, y en particular el dueño de casa, se dedicaron a criticar, e incluso denostar, al Presidente brasileño, culpándolo de los graves efectos que tal episodio tendrá para “el resto del mundo”. En horas previas a dicha cita, un enorme incendio forestal en Canarias contaminó los cielos europeos y otro gigantesco en el Congo hizo lo propio con los de África.
Notoriamente fue una intencionada exageración de los llamados líderes mundiales destinada a deteriorar lo más posible la imagen de Bolsonaro, a quien debió salir a defender Donald Trump un blanco tan favorito como él, y por el mismo pecado: ser de derecha.
Las figuras de Trump y Bolsonaro han sido demonizadas, al punto de superar los records de odiosidad de Adolf Hitler. Es comprensible la desazón que produjo en el socialismo internacional el ascenso al poder de ambos, uno en el todavía país más fuerte del mundo y el otro en el gigante latinoamericano. Pero llegar a extremos de caer en los insultos (“es un mafioso” dijo Macron) refleja la mala tela de la que están hechos quienes manejan los destinos del mundo.
No es fácil de digerir la alharaca generada por el G7, cuando su aporte para combatir la “tragedia planetaria” fue de… US$ 20 millones, casi un donativo, una propina, apenas tres veces más del valor de la propiedad que Marcelo ‘Chino’ Ríos vendió en Valle Escondido, comuna de Lo Barnechea.
No habla bien de quienes se aprovechan de una Cumbre de esa envergadura para desacreditar ante el mundo al Presidente de otro país y, para peor, ausente de la reunión. Especialmente la de Emmanuel Macron fue una intromisión indebida en asuntos internos de Brasil, al opinar sobre pormenores políticos de ese país.
Sean de la ideología que sean, los Presidentes de cada país tienen que ser, y son, los primeros y principales celadores de la dignidad nacional de quienes representan. Así como nadie del G7 instruyó a Evo Morales acerca de cómo evitar que se quemasen… las hojas de la droga que trastorna y mata a millones en el mundo por ser un asunto suyo, igual debió procederse con Jair Bolsonaro.
Acá en Chile –era que no-- ha sido tema privilegiado del periodismo y de los políticos “el crimen de Bolsonaro” por dejar poco menos que sin oxígeno al planeta. Ficticiamente desde luego, ¿cuál debería ser la reacción de nuestra población en caso de que la ONU instruya a nuestro Presidente de cómo proceder con los Campos de Hielo, una de las reservas de agua dulce más grande del país? Todos quienes habitan este país saben del derretimiento de los glaciares australes y del continente antártico. A nadie, aún, se le ha ocurrido atribuir esta catástrofe al Mandatario de turno y damos por hecho que tampoco nadie aceptaría una intromisión extranjera en asuntos exclusivos del país.
El gran incendio de la Amazonía es en territorio brasileño y, por tanto, es misión de su propia gente neutralizarlo. La responsabilidad de Bolsonaro es sólo parcial por su pasividad inicial, y por ello tiene que rendir cuenta a sus propios compatriotas.
Los ataques mundiales de que ha sido víctima tienen otro origen: es de derecha.