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UNA DÓSIS DE HIPOCRESÍA AL OBSTRUCCIONISMO

VOXPRESS.CL.- La política fue concebida como un arte, pero en algunos sitios, como Chile, a duras penas llega a ser un oficio, mediante el cual, cómoda y generosamente, se gana la vida -a cuenta del Estado- un grupo de cuestionables ciudadanos que se pelean por una cuota de poder para sí o para la ideología a la que sirven.

En Chile y en Latinoamérica en general, la política nada tiene de ciencia, pero sí mucho de aprovechamiento, a través de un ejercicio cortoplacista y oportunista. No existe una mirada global del país, y esa visión miope es la que, sin darnos cuenta, conduce a la nación a su estancamiento respecto al progreso de otros.

Como el jactancioso y feroz jaguar latinoamericano hoy no es más que un anecdótico recuerdo, debemos conformarnos con ser roedores de corto alcance, que se dedican a la caza de mezquinas oportunidades.

El oficialismo y la oposición juegan a sacarse ventajas hasta en el ladrillo más pequeño, y todo ello gracias a la incongruencia de tener un Ejecutivo de un color y un Parlamento, de otro. Por mucho que ambos sectores digan en sus discursos poner siempre por delante “al país”, la población –al menos, la informada- sabe que ello no es así, y mientras eso no sea así se continuará apernado a la falacia que somos grandes, pero, en rigor, continuamos siendo chicos.

Un año y medio cumplieron la centroizquierda y la izquierda extremista en su trabajo de neutralizar los proyectos del Gobierno. Si llegasen a colaborar, les pavimentarían el camino al oficialismo la retención del poder, y sus respectivas metas es, precisamente, impedir aquello. Esto es lo que se llama politiquería y es la causa del porqué la población tiene a sus politiqueros como los peores calificados en todos los rankings de valoración.

Más allá de las durísimas consecuencias de la guerra entre las dos economías más importantes del mundo, que tiene a todos los demás resfriados o con gripe, internamente los chilenos podrían, a estas alturas, vivir en un ambiente de mejor bienestar y con algo de holgura, pero ello lo han impedido las calculistas pequeñeces del enanismo ideológico.

Se ha perdido año y medio por “no dejar hacer” al Gobierno, trabándole iniciativas que, claramente, a vista de cualquier individuo de mediana inteligencia, conducen a progresos y mejoras en diversas áreas. Al transcurrir este largo tiempo de obstruccionismo, el balance para los obstruccionistas es miserable: aunque tomaron conciencia de que su “operación sin sal ni agua” a nada los condujo, persisten en su idea de que “lo mejor para el país” es lo que ellos guardan en sus carpetas, carpetas que nadie conoce, simplemente por estar vacías.

Un año y medio debió pasar para que José Miguel Insulza, el nuevo hombre fuerte del PS, reconociera que “con el PC no hubo forma de entenderse” y que “es mucho mejor el diálogo con la DC”; para que el experto electoral democratacristiano Genaro Arriagada llegara a la conclusión de que “era imposible y hasta absurdo pensar en un pacto absoluto en la centro izquierda” y para que la incondicional bacheletista y directora de la Fundación Horizontes Ciudadanos –de la ex Presidenta socialista-, Valentina Quiroga, invitase a Beatriz Sánchez, del Frente Amplio, a “mirar el futuro y no quedarse pegada en el pasado”.

Este último episodio entre ambas progresistas podría considerarse el clímax de la hipocresía: Quiroga instó a Sánchez a no mirar el pasado, luego de que ésta calificara de “lleno de errores” el Gobierno de Michelle Bachelet. Se trata de un detalle no menor, pues en este año y medio, la obstrucción, fundamentalmente de la izquierda, se ha centrado en defender “la obra” de la ex Mandataria y ha trancado todos los proyectos destinados a mejorar las cojas iniciativas bacheletistas.

Un ejemplo de esta politiquería de mala calaña se está dando por la ley estrella de Bachelet y que la oposición la calificó de “intocable”: ni los parlamentarios ni los rectores se percataron de que la gratuidad terminaría perjudicando a quienes pretendió beneficiar.

La ley impulsada por Bachelet, sus amigas Adriana Delpiano y Valentina Quiroga y su ex novio Ennio Vivaldi, establece la pérdida automática de la gratuidad de quien reprueba un semestre y, según lo corroboró la Contraloría de la República, el alumno debe pagar la totalidad del resto de la carrera.

Este es un solo caso del pasado al cual Valentina Quiroga invita “a olvidar” y “pensar en el futuro”, un futuro sobre el cual la izquierda carece de una oferta. ¿Qué más olvidar? El intento de instalar una Asamblea Constituyente al estilo venezolano, el tráfico ilegal de haitianos, el incentivo a la corrupción política, el generar empleos por pago en la administración pública, el cerrar los ojos ante la dictadura venezolana, estimular el aborto libre, no combatir el aumento del VIH, dejar de construir hospitales y someter a Chile a la inflexibilidad de tratados internacionales ideologizados. Recientemente, los mismos autores de estos desaguisados se opusieron a erradicar la tómbola como mecanismo de selección para los escolares de la educación pública.

Una diputada de las más duras de izquierda, Cristina Girardi (PPD) enardeció porque su hijo fue atacado por una pandilla al interior de su universidad, pero fue activa participante de una campaña para que no se aprobase el proyecto de Aula Segura. Por estos días, hay gente de izquierda que se opone a una ley corta anti-terrorista, porque, a su juicio, “en Chile no lo hay”. Las quemas en La Araucanía y las bombas a domicilio son pura ficción.

El senador Insulza (PS) afirmó que antes de una ley anti-terrorista es más urgente una “moderna agencia de inteligencia civil”, lo que nunca planteó cuando fue ministro del Interior durante la Concertación.

Alguna instancia –porque el periodismo no lo es- debe asumir el rol de transmisor de este negacionismo, ahora aliñado con una desvergonzada hipocresía, para que la población, la de buena fe, no la ciega, se dé cuenta definitivamente de que seguir permitiendo este juego de ínfimas mezquindades, en poco o en nada ayuda al país a superar su enanismo.

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