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LOS RECORDS QUE AVERGÜENZAN A CHILE


VOXPRESS.CL.- Más que probable, es totalmente seguro de que quien evoca ciertas ventajas de la vida de antaño, es catalogado de conservador, anticuado y retrógrado. En un mundo –en este caso, en Chile- en el cual lo que prevalece es poner el pie encima del otro, parece imposible de acoplar los gigantescos beneficios del progreso con los tiempos idos de sana convivencia. Un adolescente de hoy no sospecha que tan solo medio siglo atrás, nadie enviaba a otro artefactos explosivos para matarlo, que no existían los asaltos armados, que se caminaba solitario de madrugada por las calles sin amenaza ni temor y que ni siquiera se conocían de nombre la cocaína, la marihuana o el éxtasis. Los grandes viciosos de antaño eran los consumidores excesivos de alcohol y tabaco.

Las bicicletas quedan solas frente a las casas y las puertas de calle permanecían abiertas, sin que a alguien no autorizado se le ocurriera ingresar a la vivienda. Los niños iban y volvían solos del colegio sin miedo a ser acosados o despojados de sus pertenencias.

Los viejos de hoy agradecen -agradecemos- los progresos en el transporte, en la tecnología, en las comunicaciones, en los accesos a bienes de servicio y la fabulosa diversidad en la oferta de bienes. Todo ello es consecuencia de la modernidad y del desarrollo que le permitió al país quitarse el rótulo de pueblerino, comparado, incluso, con algunos vecinos.

Pero la admiración ante tanto progreso no es completa. Al ser invitado a la OCDE se consideró “emergente” a Chile y el Presidente participa en Cumbres con los más poderosos dignatarios del mundo, pero ello no es suficiente para atenuar la terrible y costosa enfermedad social que nos azota día a día. En períodos breves, el país va incorporando a su historial un nuevo pendón negro.

Quienes no quisieron convencerse de que ya había llegado el terrorismo con el desolador panorama en La Araucanía, habrán sacado debida cuenta de que es una tremenda realidad, tras los atentados explosivos contra una comisaría en Huechuraba y un ex ministro de Estado. Poco antes, recibió una encomienda/bomba el presidente del Metro y dos inmigrantes fueron heridos por el estallido de un criminal artefacto dejado en un paradero del TranSantiago.

El terrorismo ya está instalado en el país y llegó para quedarse, por mucho que algunos tendenciosos lo nieguen, como el alcalde de Huechuraba, Carlos Cuadrado, que no quiso reconocer que se trataba de un explosivo la que dañó gravemente a cinco carabineros en la comisaría de su comuna.

Éste, el de terrorista, es el rótulo más reciente que debemos exhibir como país, agregándose a otros varios que también originan escalofríos: somos, en Latinoamérica, el número uno en consumo de drogas y de alcohol, el que más ha aumentado el número de contagiados con VIH, y estamos a la cabeza del ranking mundial en obesidad. En medio del alza del desempleo, continúa siendo incontenible la avalancha migratoria que llega, precisamente, en busca de lo que menos abunda: fuentes de trabajo. Algunos, incluso, frente a las cámaras se ufanan de haber ingresado clandestinamente, burlando las ordenanzas sobre visas, y ello gracias a la ayuda de organizaciones e institutos de “humanitarios” chilenos.

En el pasado, nadie se habría imaginado que alguna vez Chile figuraría en el ranking mundial de países corruptos, y ahí se halla entre los 45 primeros, ascendiendo un puesto cada año. Sobre la delincuencia no parece necesario poner énfasis, porque es incontrolable y su “exportación” tuvo en jaque, hasta hace sólo horas, el auspicioso sistema de no visas con Estados Unidos, gracias al mal aprovechamiento que han hecho de este hándicap ladrones maquillados de ‘turistas’.

Cada mancha que le va agregando el país a su palmarés, implica millonarios gastos, ya sea para la población en general –que se protege de la delincuencia- y para el Estado, que debe invertir recursos que no le sobran en combatir “enfermedades de la modernidad”, el tráfico de drogas, el alcoholismo, el VIH y, ahora, el terrorismo. No es menor, ni menos molesta, la inversión en equipamientos de detección de explosivos al que, forzosamente tendrán que recurrir empresas públicas y privadas.

Parece sólo ayer que nuestros padres y nosotros mismos alabábamos la condición de país austral, lejano, casi aislado, en el convencimiento de que la distancia constituía un alto muro para impedir el arribo de los grandes males que afectaban a otros. Pero accedieron igual, se quedaron y se multiplicaron, al punto de, como país, tener varios records que en lugar de llenarnos de orgullo nos ruborizan de vergüenza.

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